—Sólo usamos el 10% del cerebro.
—Hay unas cosas llamadas «biorritmos» que rigen nuestra actividad diaria.
—La glándula pineal mola.
—Hay unas cosas llamadas «biorritmos» que rigen nuestra actividad diaria.
—La glándula pineal mola.
Pues bien, las tres son falsas.
Como ya había comenzado con la percepción subjetiva del tiempo, continuaré con las dos aseveraciones que más se relacionan con ello para dejar lo del cerebro para el final. En ese post hablaré de la glándula pineal y del reloj interno, y en el siguiente de los biorritmos.
«From Beyond»
Sí, la glándula pineal o epífisis, y no la adrenal ni la pituitaria, ni el tiroides ni el páncreas, ni siquiera los testículos o los ovarios, es la que más atrae a los escritores y cineastas de terror y ciencia ficción, y también a los seguidores de todo tipo de filosofías y creencias esotéricas o new age. ¿Por qué?
Una de las razones es que durante mucho tiempo no se supo cual era su función, lo que abrió la puerta a mil conjeturas. El propio Descartes lanzó la hipótesis de que esa estructura podía ser la conexión cerebral entre la realidad física y la realidad espiritual y, cuando mucho más adelante, se vio que el funcionamiento de esa glándula estaba relacionado con la luz, enseguida se la asoció con el «tercer ojo» que ya aparecía en muchas teorías místicas, esotéricas y/o ligadas a todo el mundillo de lo paranormal. ¿Cómo no iba a molar la epífisis?
El escritor H. P. Lovecraft, recogiendo todas esas tendencias —y adelantándose a muchas de ellas—, escribió un cuento titulado «From Beyond», si bien llevaba todas esas teorías tan espirituales a su propio universo narrativo, mucho más materialista y ligado a otras dimensiones y primigenios alienígenas. En su historia un científico consigue construir un aparato que estimula la glándula pineal, lo que le lleva a percibir una especie de dimensión paralela. El problema aparecía cuando las criaturas de esa dimensión paralela comienzan también a percibir a ese científico y nuestro mundo… y la cosa acaba en tragedia. Este influyente relato no sólo inspiró muchos otros, sino que también fue adaptado al cine por Stuart Gordon. La película, en inglés, llevó el mismo título del relato, pero en castellano se tituló «Resonator». Lamentablemente el cine aún está pendiente de hacer justicia a la prosa de Lovecraft (salvo que queramos considerar las dos versiones de «El enigma de otro mundo/la cosa» como una libre adaptación de «Las Montañas de la Locura»).
El tercer ojo
La glándula pineal ha evolucionado desde una primitiva estructura que en algunas especies actuales de reptiles, anfibios, peces y escualos ha dado lugar a lo que se llama «ojo parietal». Esto, que ya os podéis imaginar lo mucho que ilusiona a los seguidores de las teorías esotéricas, no es más que una estructura fotosensible que no posee capacidades visuales en absoluto. La especie en que está más desarrollado es el «tuatara» —hasta tiene lentes y retina— pero aún así no posee capacidad visual alguna y su función se supone que está relacionada con la regulación de los ciclos día/noche o la generación de vitamina D.
Aunque nuestra actual glándula pineal tenga cierta distante relación con esa estructura, eso no quiere decir en absoluto que su función pueda tener o haya tenido algo que ver con la visión, ni de lo real ni de lo espiritual. Los huesecillos del oído medio han evolucionado desde la mandíbula de los primitivos peces y eso no quiere decir que ahí tengamos una tercera boca; por mucho que nos empeñemos, si nos metemos una salchicha por la oreja —aunque sea una salchicha de ectoplasma— esta no será masticada. Como mucho nos perforaremos el tímpano.
La glándula pineal no es un ojo y no tiene nada que ver con algo así. Es una glándula, no es sensible a la luz y su única función es secretar hormonas. Su relación con la luz es a través de un complejo sistema que hace relevo en unas cuantas neuronas antes de llegar hasta ella, igual que pasa con el córtex visual y otras muchas zonas de nuestro cerebro que, por viejas conocidas, nunca fueron consideradas como terceros ojos ni gozaron de la mística fama de la epífisis.
El reloj interno
No pensemos en nuestro «reloj interno» como en una estructura u órgano que hay en un sitio del cerebro desde donde lo regula todo. Realmente es el resultado de una serie de procesos que incluyen muchas estructuras de nuestro cerebro y algunos órganos sensoriales que, además, también están relacionados con otras funciones. Intentaré explicarlo de una forma muy simple.
En la retina, aparte de los conos y bastones, existen otras células sensibles a la luz: las células ganglionares fotorreceptoras, que no están implicadas en el proceso de la visión ni están conectadas al nervio óptico. Su función es doble: por un lado informan al sistema motor que controla el tamaño de la pupila, para que ésta pueda dilatarse o contraerse en función de la claridad exterior, y por otro lado envían su información al «núcleo supraquiasmático», verdadero centro de ese reloj interno y que es donde se crean y regulan muchos de nuestros ritmos biológicos. En una zona de él, de hecho, parece ser que se genera una especie de ciclo interno de 24 horas —no necesariamente innato, sino que seguramente se «programa» en base a la repetición de días externos— que se ajusta a la información que llega desde la retina. En casos extremos de continua luz, oscuridad o iluminación artificial, ese reloj sigue marcando a nuestro cuerpo ese ritmo diario. O sea, que los astronautas, en el espacio, de alguna manera siguen sintiendo los días terrestres. Pero si esto dura demasiado, el reloj interno, que siempre busca ajustarse a la realidad exterior, comenzará a tener problemas… y a darlos a todo el cuerpo. Por eso los astronautas simulan sus ciclos de día/noche terrestres en el espacio.
Desde el «núcleo supraquiasmático» salen señales a otros lugares. Dos son muy importantes: nuestra amiga la glándula pineal, y la hipófisis o pituitaria, que regula un montón de procesos fisiológicos, además de controlar la secreción de otras muchas glándulas. Una de ellas es la distante glándula adrenal, situada sobre los riñones, y que se ve muy afectada por los ciclos día/noche y la información que le llega desde nuestro reloj interno. En esta glándula adrenal se genera el cortisol, una hormona relacionada con nuestro estado de ánimo y que tiene un enorme impacto en muchas otras funciones corporales. Por eso, cuando no dormimos bien o se nos cambian los horarios, estamos de mal humor, notamos molestias estomacales, más frío o calor del normal, etc.
Volviendo a la glándula pineal, ésta se ve inhibida por las señales que le llegan del núcleo supraquiasmático, por lo que es de noche cuando más produce su hormona, la melatonina, que está relacionada con el ciclo de sueño y vigilia, y con la aparición de la fase REM y los sueños. Por eso de noche nos entra el sueño y la oscuridad resulta buena para dormir.
Ahora volvamos a recordar que el cerebro es una máquina extraordinariamente compleja y que funciona toda a la vez, haciendo interaccionar unos sistemas con otros. La glándula pineal tiene su lugar y su función en ese proceso que podemos denominar «reloj interno», pero no es el reloj en sí, ni siquiera su parte más importante —el núcleo supraquiasmático es su centro y, por ejemplo, la glándula adrenal afecta mucho más a nuestra salud y estado de ánimo—, ni mucho menos un «tercer ojo» ni nada que se le parezca.
Para acabar comentar que cuando el ciclo de día y noche externo cambia de repente, bien por un viaje —el famoso jetlag—o porque el trabajo nos lleva a hacer turnos nocturnos o porque salimos de marcha hasta las tantas, el sistema se desajusta y todas las glándulas y sistemas que regula se descontrolan, provocando problemas físicos y psicológicos que pueden ser leves o muy molestos. Afortunadamente, con el tiempo, poco a poco, el sistema se va reajustando a la nueva sucesión día/noche y, poco a poco, vuelve a la normalidad.
Con esto último ya entramos dentro del campo de los ritmos biológicos, a veces denominados erróneamente «biorritmos», y que serán el tema del próximo post.