martes, 29 de septiembre de 2009

La glándula pineal y el reloj interno

Si hay tres cosas que nos quedan claras sobre el cerebro viendo películas de terror o ciencia ficción de serie B (o no tan B) son que:

—Sólo usamos el 10% del cerebro.
—Hay unas cosas llamadas «biorritmos» que rigen nuestra actividad diaria.
—La glándula pineal mola.

Pues bien, las tres son falsas.

Como ya había comenzado con la percepción subjetiva del tiempo, continuaré con las dos aseveraciones que más se relacionan con ello para dejar lo del cerebro para el final. En ese post hablaré de la glándula pineal y del reloj interno, y en el siguiente de los biorritmos.


«From Beyond»

Sí, la glándula pineal o epífisis, y no la adrenal ni la pituitaria, ni el tiroides ni el páncreas, ni siquiera los testículos o los ovarios, es la que más atrae a los escritores y cineastas de terror y ciencia ficción, y también a los seguidores de todo tipo de filosofías y creencias esotéricas o new age. ¿Por qué?

Una de las razones es que durante mucho tiempo no se supo cual era su función, lo que abrió la puerta a mil conjeturas. El propio Descartes lanzó la hipótesis de que esa estructura podía ser la conexión cerebral entre la realidad física y la realidad espiritual y, cuando mucho más adelante, se vio que el funcionamiento de esa glándula estaba relacionado con la luz, enseguida se la asoció con el «tercer ojo» que ya aparecía en muchas teorías místicas, esotéricas y/o ligadas a todo el mundillo de lo paranormal. ¿Cómo no iba a molar la epífisis?

El escritor H. P. Lovecraft, recogiendo todas esas tendencias —y adelantándose a muchas de ellas—, escribió un cuento titulado «From Beyond», si bien llevaba todas esas teorías tan espirituales a su propio universo narrativo, mucho más materialista y ligado a otras dimensiones y primigenios alienígenas. En su historia un científico consigue construir un aparato que estimula la glándula pineal, lo que le lleva a percibir una especie de dimensión paralela. El problema aparecía cuando las criaturas de esa dimensión paralela comienzan también a percibir a ese científico y nuestro mundo… y la cosa acaba en tragedia. Este influyente relato no sólo inspiró muchos otros, sino que también fue adaptado al cine por Stuart Gordon. La película, en inglés, llevó el mismo título del relato, pero en castellano se tituló «Resonator». Lamentablemente el cine aún está pendiente de hacer justicia a la prosa de Lovecraft (salvo que queramos considerar las dos versiones de «El enigma de otro mundo/la cosa» como una libre adaptación de «Las Montañas de la Locura»).
El tercer ojo
La glándula pineal ha evolucionado desde una primitiva estructura que en algunas especies actuales de reptiles, anfibios, peces y escualos ha dado lugar a lo que se llama «ojo parietal». Esto, que ya os podéis imaginar lo mucho que ilusiona a los seguidores de las teorías esotéricas, no es más que una estructura fotosensible que no posee capacidades visuales en absoluto. La especie en que está más desarrollado es el «tuatara» —hasta tiene lentes y retina— pero aún así no posee capacidad visual alguna y su función se supone que está relacionada con la regulación de los ciclos día/noche o la generación de vitamina D.
Aunque nuestra actual glándula pineal tenga cierta distante relación con esa estructura, eso no quiere decir en absoluto que su función pueda tener o haya tenido algo que ver con la visión, ni de lo real ni de lo espiritual. Los huesecillos del oído medio han evolucionado desde la mandíbula de los primitivos peces y eso no quiere decir que ahí tengamos una tercera boca; por mucho que nos empeñemos, si nos metemos una salchicha por la oreja —aunque sea una salchicha de ectoplasma— esta no será masticada. Como mucho nos perforaremos el tímpano.
La glándula pineal no es un ojo y no tiene nada que ver con algo así. Es una glándula, no es sensible a la luz y su única función es secretar hormonas. Su relación con la luz es a través de un complejo sistema que hace relevo en unas cuantas neuronas antes de llegar hasta ella, igual que pasa con el córtex visual y otras muchas zonas de nuestro cerebro que, por viejas conocidas, nunca fueron consideradas como terceros ojos ni gozaron de la mística fama de la epífisis.
El reloj interno
No pensemos en nuestro «reloj interno» como en una estructura u órgano que hay en un sitio del cerebro desde donde lo regula todo. Realmente es el resultado de una serie de procesos que incluyen muchas estructuras de nuestro cerebro y algunos órganos sensoriales que, además, también están relacionados con otras funciones. Intentaré explicarlo de una forma muy simple.
En la retina, aparte de los conos y bastones, existen otras células sensibles a la luz: las células ganglionares fotorreceptoras, que no están implicadas en el proceso de la visión ni están conectadas al nervio óptico. Su función es doble: por un lado informan al sistema motor que controla el tamaño de la pupila, para que ésta pueda dilatarse o contraerse en función de la claridad exterior, y por otro lado envían su información al «núcleo supraquiasmático», verdadero centro de ese reloj interno y que es donde se crean y regulan muchos de nuestros ritmos biológicos. En una zona de él, de hecho, parece ser que se genera una especie de ciclo interno de 24 horas —no necesariamente innato, sino que seguramente se «programa» en base a la repetición de días externos— que se ajusta a la información que llega desde la retina. En casos extremos de continua luz, oscuridad o iluminación artificial, ese reloj sigue marcando a nuestro cuerpo ese ritmo diario. O sea, que los astronautas, en el espacio, de alguna manera siguen sintiendo los días terrestres. Pero si esto dura demasiado, el reloj interno, que siempre busca ajustarse a la realidad exterior, comenzará a tener problemas… y a darlos a todo el cuerpo. Por eso los astronautas simulan sus ciclos de día/noche terrestres en el espacio.
Desde el «núcleo supraquiasmático» salen señales a otros lugares. Dos son muy importantes: nuestra amiga la glándula pineal, y la hipófisis o pituitaria, que regula un montón de procesos fisiológicos, además de controlar la secreción de otras muchas glándulas. Una de ellas es la distante glándula adrenal, situada sobre los riñones, y que se ve muy afectada por los ciclos día/noche y la información que le llega desde nuestro reloj interno. En esta glándula adrenal se genera el cortisol, una hormona relacionada con nuestro estado de ánimo y que tiene un enorme impacto en muchas otras funciones corporales. Por eso, cuando no dormimos bien o se nos cambian los horarios, estamos de mal humor, notamos molestias estomacales, más frío o calor del normal, etc.
Volviendo a la glándula pineal, ésta se ve inhibida por las señales que le llegan del núcleo supraquiasmático, por lo que es de noche cuando más produce su hormona, la melatonina, que está relacionada con el ciclo de sueño y vigilia, y con la aparición de la fase REM y los sueños. Por eso de noche nos entra el sueño y la oscuridad resulta buena para dormir.
Ahora volvamos a recordar que el cerebro es una máquina extraordinariamente compleja y que funciona toda a la vez, haciendo interaccionar unos sistemas con otros. La glándula pineal tiene su lugar y su función en ese proceso que podemos denominar «reloj interno», pero no es el reloj en sí, ni siquiera su parte más importante —el núcleo supraquiasmático es su centro y, por ejemplo, la glándula adrenal afecta mucho más a nuestra salud y estado de ánimo—, ni mucho menos un «tercer ojo» ni nada que se le parezca.

Para acabar comentar que cuando el ciclo de día y noche externo cambia de repente, bien por un viaje —el famoso jetlag—o porque el trabajo nos lleva a hacer turnos nocturnos o porque salimos de marcha hasta las tantas, el sistema se desajusta y todas las glándulas y sistemas que regula se descontrolan, provocando problemas físicos y psicológicos que pueden ser leves o muy molestos. Afortunadamente, con el tiempo, poco a poco, el sistema se va reajustando a la nueva sucesión día/noche y, poco a poco, vuelve a la normalidad.

Con esto último ya entramos dentro del campo de los ritmos biológicos, a veces denominados erróneamente «biorritmos», y que serán el tema del próximo post.

domingo, 13 de septiembre de 2009

«Un incidente en el puente del río Owl» y la percepción psicológica del tiempo

El relato de Ambrose Bierce
Kurt Vonnegut dijo que quien no hubiese leído «Un incidente en el puente del río Owl» era un gilipollas, Stephen Crane también recomendó su lectura, de forma quizá un poco más amable, al decir que era el mejor relato corto que había leído jamás, la crítica literaria Cathy Davidson lo consideró la pieza precursora de la literatura posmoderna, y Borges y Cortázar lo tenían entre sus obras favoritas, reconociendo la influencia de Bierce en su propia narrativa.
Es un relato muy breve, así que animo a los que no lo conozcan a que le echen un vistazo antes de seguir leyendo. Es fácil encontrarlo en varias antologías de los cuentos de Bierce y, en los siguientes enlaces, se puede acceder al original en inglés y en castellano

En él se nos narra la historia de un hombre que, durante la guerra civil americana, va a ser colgado, en el puente que da título al relato, por sabotaje. En el último momento la soga se rompe y el buen hombre cae al agua. Lucha con las cuerdas y, entre los disparos de sus ejecutores, consigue escapar por el río y entre los bosques. Su objetivo es regresar a casa, junto a su mujer. Cuando ya está ante ella, con su sueño cumplido, una luz blanca lo llena todo y oye un estruendo semejante al disparo de un cañón. La narración nos devuelve al momento en que el cuerpo del hombre queda colgando en la soga —que realmente no se había desgarrado— y su cuello se fractura por el impacto, muriendo. Toda esa huida que pareció durar horas y horas, fue tan sólo una breve ensoñación, una fantasía de que apenas duró un segundo mientras el cuerpo del hombre caía al vacío.

La prosa de Bierce es ágil, clara y directa, cargada de ingenio e ironía, yendo siempre al grano y retratando el todo a través de pinceladas breves y precisas que, pese a parecer casuales o caprichosas, definen el espacio y la situación de una forma mucho más aguda que una descripción más pormenorizada; una técnica que resulta muy moderna para su época. Ese estilo, además, evoluciona a lo largo de la historia. Es seco y concreto al principio, en torno a la realidad de la ejecución, y se va haciendo más poético y lírico según nos adentramos en la fantasía de escape del protagonista.

Otro punto de interés es que es una historia pionera en el uso subjetivo del tiempo, tanto para reflejar la mente del protagonista como para conseguir un potente resultado dramático final. Algo que ha sido muy empleado, a partir de entonces, en la literatura, el cine y la televisión.

Adaptaciones

«Un incidente en el puente del río Owl» ha sido adaptado en varias ocasiones, desde la época del cine mudo —por Charles Vidor— hasta la actualidad. Hay versiones muy fieles al relato y otras que lo actualizan y lo trasladas a la Segunda Guerra Mundial o al mundo de las bandas y el racismo. Se considera que la mejor versión es la del francés Robert Enrico —muy fiel al texto—, emitida por «The Twilight Zone» en Estados Unidos y que consiguió el triplete de ganar el Oscar, el BAFTA y el premio al mejor cortometraje en el Festival de Cannes.
A continuación lo podéis ver dividido en tres partes. Está en versión original y, aunque no entendáis inglés, lo podréis seguir sin problema pues apenas hay diálogos. Tampoco es difícil encontrarlo y bajarlo a través de algún programa P2P para verlo cómodamente en el televisor.







Su influencia en el cine

El recurso de dilatar el tiempo dentro de la mente del protagonista, para vivir con él la esperanza en un final feliz o diferente, antes de volver a la brutal realidad de la muerte o la derrota, ha sido usado en muchas películas. Ya apunté la película que motivó este post, «An American Crime», en que la protagonista cree escapar de quienes la maltrataban brutalmente para reencontrarse con su familia y volver al lugar de su cautiverio a pedir justicia; pero en su regreso sólo se encontrará con la realidad de su fracaso y su muerte. De forma más breve este mismo recurso se puede ver en el giro final de muchas películas de terror o misterio, como «The Descent», por citar sólo alguna reciente.

En «La última tentación de Cristo» esta huida a una realidad alternativa es, precisamente, la tentación que da título a la película. Eso sí, se podría decir que más que estar provocada por la mente de Cristo es provocada por el diablo... o que quizá ambas cosas están muy relacionadas.
Hay películas que prácticamente basan toda su historia —como de hecho hace el relato— en ese recurso y sólo al final descubrimos que nuestro protagonista estaba muerto o muriéndose. Es el caso de «La escalera de Jacob», «Donnie Darko», «El carnaval de las almas» o, de alguna manera, «El sexto sentido». Y, aunque Richard Kelly sí dijo que se había inspirado en el relato de Bierce para su «Donnie Darko», es probable que no todas hayan estado directamente inspiradas por «Un incidente en el puente del río Owl», pues su influencia en la literatura y el cine ha sido tan grande desde el principio que este recurso se ha convertido ya en un lugar común dentro de la narrativa.

Podría seguir mencionando películas, y aún así me dejaría unas cuantas, por lo que acabaré por citar mi uso favorito de esta jugada final: el final de «Brazil», cuando descubrimos que el protagonista, tras una trepidante fuga —que es un verdadero prodigio de imaginación—, está realmente catatónico y en un estado cercano al coma. Pero, aún en ese estado, muy bajito, canturrea «Acuarela do Brasil», música que en la película simboliza su anhelo de libertad. Su cuerpo está aquí, vivo y prisionero de sus enemigos, pero su mente, de alguna manera, es libre y vive por siempre en esa fantasía liberadora. Un conmovedor y pesimista falso final feliz.

En televisión su influjo también ha sido enorme. Por citar una de las más populares y recientes, en «Perdidos» no sólo se usa esa técnica en más de un momento, sino que el propio libro aparece en uno de los capítulos (el 13 de la segunda temporada), en manos de un personaje que, precisamente, va a sufrir un final semejante al del protagonista de «Un incidente en el puente del río Owl».

La percepción psicológica del tiempo

No es de extrañar que la influencia de este cuento haya sido tan grande pues, de alguna manera, dota de valor narrativo a una experiencia sobre la que, seguramente, todos habremos oído hablar. Esa en la que una persona, cercana al momento de su muerte, ve pasar toda su vida ante sí en breves segundos. Espero que ninguno de nosotros la haya vivido de primera mano —menudo susto, ¿no?—, pero podemos tener un atisbo de lo que puede ser a través de algo semejante. Esos sueños que se producen en la duermevela, cuando estamos a punto de dormirnos o de despertarnos, y soñamos algo que nos parece muy largo pero que, al comprobar el tiempo que ha pasado en el despertador, vemos que realmente hemos estado dormidos muy poco, apenas unos minutos. Este tipo de sueños se producen fuera de la fase REM (aunque es en la fase REM del dormir cuando se producen los grandes sueños, es un tópico falso que sólo soñemos en esa fase) y son breves, dispersos, extraños y, a veces, muy vívidos e intensos, llegando a incorporar en ellos elementos de la realidad que nos rodea, como un ruido, una frase o un aumento brusco de la luz.

Que el tiempo de reloj y el tiempo que percibimos en nuestra cabeza son diferentes es un hecho que nos resultará familiar a todos. Cuando nos aburrimos, esperando a alguien o haciendo algo que no nos gusta —como ver una peli que no nos gusta—, el tiempo parece dilatarse y durar un montón. Pero cuando hacemos algo que nos entretiene, parece pasar en un instante. Es lógico pensar que existe un reloj interno que marca el paso del tiempo en nuestro interior y que no siempre va en consonancia con el reloj exterior.

Pero la labor del científico —y un buen psicólogo ha de serlo— no se queda en aceptar los percepciones subjetivas de la mayoría o de él mismo, y debe cuantificarlas y demostrarlas. Por eso se hizo un experimento en que se pedía a dos grupos de sujetos —las personas en los experimentos son «sujetos»— que calculasen mentalmente lo que tardaba en entrar un fax. La diferencia es que a uno se le ordenaba que, mientras, fuese leyendo el fax, mientras que en el otro caso el fax era una hoja en blanco. Y aquí la ciencia demostró lo esperado. Los sujetos que se entretenían leyendo el fax evaluaban su tiempo de llegada por debajo del real, mientras que los otros, los que se aburrían viendo pasar una hoja en blanco, lo evaluaban por encima, pues para ellos el tiempo parecía ir más lento. Se prueba así que nuestro estado de ánimo modifica la percepción del tiempo.

Del correlato biológico de ese «reloj interno » —donde algo tiene que ver la glándula pineal que tanto les gusta a los autores del género fantástico— hablaré con más detalle en el siguiente post, pues aquí se alargaría demasiado.


Volviendo al momento cercano a la muerte y a esa recapitulación de toda una vida —o a ese largo lapso de tiempo concentrado en un instante que se da en los sueños cercanos a la vigilia—, achacarlo simplemente a esa diferencia en la percepción del tiempo en función de nuestro estado de ánimo quizá sería exagerado, pues la modificación del tiempo en estos casos es extrema. En el caso de la cercanía de la muerte, sí se da una situación de extraordinaria agitación emocional, pero en el otro eso no existe; sólo estamos durmiendo. ¿A qué se puede deber, pues, esa extraordinaria dilatación en nuestra percepción del tiempo?

Lo primero que hemos de tener en cuenta es que, al contrario del caso del fax, no estamos evaluando el tiempo externo, sino que estamos calculando el tiempo de algo que ocurre en el interior de nuestra cabeza, bien sea la evocación de nuestra vida o la duración de un sueño.
Lo segundo. La cercanía de la muerte —y el proceso de dormir, en mucha menos medida— provocan una serie de cambios neurológicos importantes. Por un lado se ha registrado que en esos momentos cercanos a la muerte —en operaciones de neurocirugía el cerebro se ve expuesto a un trauma similar, no es que los científicos se dediquen a llevar a sus «sujetos» hasta el umbral de la muerte— en zonas del cerebro asociadas a la visión y la memoria, ante la repentina bajada del nivel de sangre, se producen una serie de reacciones químicas que producen el disparo aleatorio de esas neuronas, provocando esos recuerdos tan vívidos e intensos. En el sueño, sin ir al cosa tan lejos, al comenzar a cambiar el ritmo de actividad regular del cerebro en vigilia, también se producen picos de actividad aleatorios, que evocarán imágenes de una forma semejante. Esto nos dice de donde vienen esas potentes imágenes que conforman ese repaso a la vida o la aparición de esos sueños tan vívidos, pero ¿por qué nos parece que han durado tanto si realmente son tan breves?

El cerebro, y esto es un hecho al que volveremos una y otra vez en este blog —espero que tenga continuidad—, no es una esponja que capta la realidad tal cual le llega, es una máquina muy activa que recibe toda esa información, la analiza, discrimina lo que le interesa y lo organiza siguiendo una serie de parámetros —habitualmente muy adaptativos—, generando así nuestra percepción de la realidad. Y eso no sólo es aplicable a la información que nos llega de fuera (la vista, el oído, etc.), sino también a la que nos llega de dentro, como esos recuerdos y sueños. Y si hay una cosa que el recuerdo y la memoria hacen con los acontecimientos —y esas imágenes evocan acontecimientos— es ordenarlos en una secuencia narrativa lógica… o que intenta que tenga la mayor lógica posible.

Se ha probado en multitud de experimentos que cuando a alguien se le dan unas viñetas o dibujos y se le pide que las ordene siguiendo el criterio que se le antoje, si estos contienen algo que pueda ser relacionado con “acontecimientos” (habitualmente personas haciendo algo), los intentará organizar siguiendo una historia, y no clasificándolos en función de colores, formas y objetos que puedan aparecer representados… aunque esa historia acabe por ser extraña y delirante.

En el caso de los recuerdos evocados por la cercanía de la muerte, todas esas imágenes que aparecen de forma casi simultánea, cuando volvemos en sí, serán organizadas por el recuerdo de forma secuencial y cronológica, dándole la forma de un largo recuerdo… aunque realmente fuesen generadas, todas a la vez, en una fracción de segundo. En el caso de los sueños pasa algo semejante, si bien la lógica será más difusa, pues las imágenes no estarán necesariamente vinculadas a la nuestra memoria biográfica —como en el caso del trauma que nos lleva cerca de la muerte— y al ser mucho más aleatorias será más difícil organizarlas en una historia.
Así pues, cuando creamos la percepción de ese tiempo interno no es dentro de nuestra cabeza, sino en el momento de despertar y de recordar lo que ha ocurrido dentro de ella. Ese recuerdo ya se nos presenta como un todo, como cuando recordamos una novela que hemos leído o una película que hemos visto, y nos dará la impresión de que es un tiempo inmenso, aunque todas sus imágenes e historias hayan sido generadas en apenas unos segundos.

Locke, en su epistemología, dijo que «para el hombre sólo existen sensaciones y percepciones», pero, al instante, se corrigió a sí mismo y añadió, «y el recuerdo de esas sensaciones y percepciones». Quizá una de las cosas que nos hace humanos, y que nos diferencia del resto de los animales, sea la fuerza y el peso de nuestros recuerdos. Con el paso del tiempo, del real, los recuerdos son los que ganan la batalla, y según la vida se va agotando intentamos compensar su brevedad con la evocación, ese lugar donde cada instante es inmenso y un segundo puede contener décadas.

¿De qué va esto?

Estoy licenciado en psicología clínica y psicopatología, y titulado en producción y realización de obras audiovisuales, y los últimos quince años he trabajado en este sector, tanto en cine como en televisión y publicidad, primero en tareas relacionadas con la producción y luego como guionista. Y partiendo de esos dos mundos que comparten mi tiempo, este blog intentará ser una especie de puente entre ellos, un lugar para hablar tanto de cine y narrativa como de psicología. Y no sólo de psicopatología que, de buenas a primeras, puede parecer lo más divertido, sino también de otras áreas de la psicología que son, a mi modo de ver, mucho más interesantes. Puede resultar fascinante acercarse a como la mente de un «loco» ve el mundo y como eso lo ha recogido el cine, pero no lo será menos —y es mucho más cercano— ver como nuestra mente lidia con situaciones cotidianas bajo las que se esconden una serie de procesos muy complejos e interesantes. Eso sí, lo que no voy a hacer es crítica de cine pues, como muchos sabréis, cuando alguien hace crítica de cine, el niño Jesús llora.

Me animé a comenzar con este blog gracias al ánimo que me han dado algunos bloggers y comentaristas con los que me he topado, entre ellos «lanavajaenelojo», «portrait» o «uralito». Para ellos, y otros que me habré despistado de nombrar, mi agradecimiento. También por eso he escogido comenzar con un tema que surgió a partir de un post de «lanavajaenelojo» para uno de los blogs en que colabora. Se trataba de una crítica sobre la película «An American Crime» y tenía que ver con el final de la misma, inspirado en el relato de Ambrose Bierce «Un incidente en el puente del río Owl».

Así pues, allá vamos.

PD: Este primer post, por su longitud, caería en esa categoría que en el blog «Vicisitud y Sordidez» denominan como: ¡¡¡ÉPICO!!!