jueves, 31 de diciembre de 2009

¿Qué celebramos realmente en Año Nuevo?

Este será la última entrada que publique en el 2009 y qué mejor forma de acabar el año que, en un pequeño excurso del propósito de este blog, hablar de porqué se celebra el fin de año este día.

Durante mucho tiempo me pregunté por qué le llamaban septiembre al mes que ocupa el noveno lugar en el calendario, e igualmente octubre al décimo, noviembre al onceavo y diciembre al duodécimo. La respuesta la encontré en el apasionante libro de Whitrow «El tiempo en la historia», cuya lectura recomiendo a todos aquellos que quieran saber de dónde viene nuestra manera de medir el tiempo, qué otras formas de medirlo han existido y en qué influye (o ha influido en el pasado) esto en nuestras vidas. Luego, la información de ese libro, la fui completando con otras fuentes hasta hacerme una composición mental que, de forma muy resumida y esquemática, paso a comentaros ahora.

La caída de Numancia
En Roma el año empezaba con la llegada de la primavera. No sólo por su valor metafórico de que el ciclo de la vida, tras el invierno, vuelve a comenzar, sino porque para una nación basada en la guerra esa era la estación en la que se emprendían las campañas militares tras tener a las tropas acuarteladas durante el invierno. Ese era el momento de la elección de los dos nuevos cónsules que estarían a cargo de la política y del mando de los ejércitos y que, siguiendo la costumbre de la República de Roma, darían su nombre a ese año.

Así, además de datar los años contando a partir de la fundación de Roma («Ab Urbe Condita»), de forma más popular se los denominaba por los cónsules que habían llevado las riendas de la República. Por ejemplo, el año 1 de nuestra era podría ser llamado «año 754 A.U.C.» o «año de Cayo Julio César y Lucio Emilio Paulo».

(El año 1 ya pertenece al Alto Imperio Romano y los cónsules, de aquella, tenían un papel meramente representativo —el Emperador y sus funcionarios eran quienes ostentaban el verdadero poder—; el Cayo Julio César del año 1 no es, evidentemente, el famoso Julio César que venció a los galos y fue asesinado por Bruto)

Pues bien, ya que esos cónsules darían nombre al año es lógico que el año comenzase con su nombramiento. Así, durante siglos, en la República de Roma el año comenzaba con el inicio de las nuevas campañas militares en Marzo, el mes de Marte, Dios y señor de la guerra.

Eso funcionó muy bien mientras las campañas de Roma se limitaron a la península itálica y sus alrededores (Sicilia, Túnez, Alpes), pero cuando su poder fue creciendo y las campañas se trasladaron a escenarios más lejanos, como Hispania, la cosa cambió.

En concreto, parece ser que fue en la guerra contra la poderosa ciudad hispana de Numancia cuando se vio que al enviar al ejército romano en marzo, entre el largo viaje y las complejas obras de asedio, éste se quedaba sin el tiempo necesario para que el hambre debilitase a la ciudad lo suficiente como para poder asaltarla con garantías; el invierno les pillaba en plena campaña y debían de volver a Roma. Por eso, de forma excepcional, el año 153 B.C. (no sé si hubo algún caso anterior), se eligieron los cónsules en el mes de Jano (enero), dando comienzo al año en esa temprana fecha. Así el ejército romano, tras una frustrante guerra de 10 años, dispuso de tiempo suficiente para sitiar la ciudad y, por fin, pudo conquistar Numancia.

Pero, claro, dile tú a los siguientes cónsules que los anteriores iban a tener dos meses extras de mandato. Hubo muchas presiones para que la elección de los nuevos cónsules se volviese a celebrar en enero, además de que el ejército aún tenía campañas que luchar en Hispania y, pronto, en otros lugares igual de lejanos.

Con el crecimiento de Roma se crearon más y más legiones, cada una con sus propios generales, y los cónsules pasaron a desempeñar un papel más político (aunque algunas veces volvieron a comandar tropas). Buena parte de esas legiones ocuparon campamentos permanentes en lugares y ciudades lejanas de Roma, con lo que, sin ese apremio por enviar a las tropas a lugares lejanos (pues ya estaban en ellos), el mes de marzo volvió a usarse para elegir a los cónsules y comenzar el año. Y así quedó establecido en la reforma del calendario que ordenó Julio César, el conocido como calendario juliano.

Pero lo de comenzar en enero ya había quedado establecido como un precedente y, en algunas ocasiones, los años volvieron a comenzar ese mes.

Del calendario juliano al gregoriano
Con la cristianización del calendario juliano había que buscarle una lógica a lo de que el año comenzase en marzo, pues lo del dios Marte no era muy compatible con la ortodoxia cristiana. Así que el año se hizo arrancar el día 25 de marzo, el día de la anunciación, que es cuando la Virgen María se queda embarazada de Jesús y, sí, nueve meses exactos más tarde, da a luz el día de Navidad; un embarazo divino es lo que tiene, las fechas caen matemáticamente. El embarazo de María era, de hecho, el momento en que Jesús comienza a llegar, poco a poco, a este mundo para salvarlo.

Sin embargo, el calendario juliano, igual que todos los calendarios solares, tiene un problema: no hay un número exacto de días dentro de un año solar astronómico. O sea, que la tierra tarda 365 días y pico en dar la vuelta al sol. Y el lío viene en cómo lidiar con ese «pico».

En el calendario juliano se introdujeron los bisiestos cada cuatro años, algo que soluciona un poco la cosa, pero que aún así da un error de 3 días cada 400 años. Para 1582 ese desfase ya era de 10 días. O sea, que aunque las fiestas relacionadas con el solsticio de verano (San Juan y todo eso) se celebraban alrededor del 21 de junio, el solsticio realmente ocurría el 11 de junio. Para solucionar eso el papa Gregorio XIII ordenó un nuevo calendario, el que conocemos como gregoriano, para corregir eso.

En este nuevo calendario, actualmente en uso en nuestro país y buena parte del mundo, lo que se hace, básicamente, es eliminar los años bisiestos que caen en año secular (o sea, de fin de siglo: los acabados en «-00») con excepción de los divisibles por 400; o sea, que el año 1900 no fue bisiesto pero el año 2000 sí lo fue.

Su implantación no fue inmediata ni en todos los lugares al mismo tiempo y, a veces, causó tremendas revueltas al tener que eliminarse 10 días del calendario (del 4 de octubre de 1582 se pasó directamente al 15 de octubre de 1582) para hacer el ajuste, cosa que mucha gente veía como si realmente les robasen parte de su vida.

Como apunte curioso decir que la «revolución de octubre» soviética realmente ocurrió en nuestro noviembre, pues Rusia, en 1917 aún se regía por un calendario basado en el juliano. El Reino Unido también tardó mucho en adoptar el calendario gregoriano (eran protestantes y a ese calendario lo veían como «papista»), con lo que la supuesta coincidencia de la muerte de Shakespeare y Cervantes… no es real; ambos murieron el mismo día de diferentes calendarios, pero con 10 días de diferencia. Thomas Pynchon, en un capítulo de «Mason & Dixon», fantasea sobre a dónde se fueron esos 10 días, un relato en sí mismo que es una verdadera obra maestra del cuento corto.

El calendario gregoriano tampoco es perfecto y, de hecho, se produce un desfase de 3 días cada 10000 años; aún queda lejos… así que ya lo resolverán otros.

El 1 de enero
El comienzo del año en el calendario gregoriano se cambió del 25 de marzo al 1 enero por varias razones (conste que algunos reinos y principados, tanto por el viejo ejemplo latino de la toma de Numancia como por las razones que expondré a continuación, ya lo habían cambiado con anterioridad. Un comerciante de la época comentaba lo curioso que le había resultado, al viajar por Italia entre enero y marzo, el andar cambiando continuamente de año según cruzaba las fronteras de uno u otro principado italiano):

Por cuestiones matemáticas y de elegancia resulta más conveniente que el año comience el día 1 de un mes y no el 25. Creo que, de hecho, es algo bastante evidente.

Por otro lado, en todo el mundo cristiano, las celebraciones del nacimiento de Cristo se habían convertido en las más importantes y populares, y tenía mucha lógica comenzar el año, precisamente, con la llegada de nuestro salvador durante las Navidades.

Además, coincidió que el día 1 de enero era ocho días después de la Nochebuena, con lo que según los ritos judíos ese fue el día en que Jesús había sido circuncidado. Se le dio la lectura de que esa fue la primera sangre que derramó Cristo por la humanidad, comenzando así la labor de salvación que culminaría en la cruz. ¿Qué mejor manera de empezar el año que con el primer paso hacia la salvación de la humanidad? Esa gotita de sangre derramada desde el recién cercenado prepucio de Jesús.

Así pues, lo que mañana celebraremos, señores, es la circuncisión de Jesús, el día del Santo Prepucio, el verdadero evento que da el pistoletazo de salida al año; bueno, pistoletazo, lo que se dice pistoletazo, no… más bien tijeretazo.

No me queda más que desearon un magnífico año, lleno de grandes y buenas sorpresas, y que dé comienzo con un:

¡Feliz día del Santo Prepucio!

lunes, 28 de diciembre de 2009

La inocentada más exitosa de la historia

Hoy, en multitud de periódicos, radios, televisiones, publicaciones online e incluso en muchos blogs aparecerán noticias extrañas, divertidas, pintorescas… y falsas. Las típicas bromas del día de los Santos Inocentes.

En lugar de unirme a eso, en esta entrada os comentaré la inocentada con mayor éxito de la historia, un bromazo periodístico que hoy, más de 90 años después, mucha gente sigue creyéndose y que incluso ha generado tradiciones populares en algunos lugares de Estados Unidos.

H. L. Mencken
Es una pequeña vergüenza que en las librerías de nuestro país apenas se puedan encontrar obras de Henry Louis Mencken, todo un clásico de las letras americanas. Estudioso de la historia del lenguaje, crítico literario, periodista (con su revolucionaria cobertura del juicio de Scopes —su rol fue inmortalizado en celuloide por Gene Kelly—, bautizado por él como «el juicio del mono», creó el moderno estilo de los reportajes de prensa), ensayista, editor y, ante todo, uno de los más brillantes estilistas que las letras americanas han tenido jamás. Divertido, brillante, ingenioso, provocador… sus obras son toda una delicia para el amante del ensayo, del periodismo o de la buena literatura en general.

En 1948, a los 68 años, sufrió un derrame cerebral. Aunque sobrevivió y recuperó por completo la memoria y la consciencia, perdió por completo la capacidad de leer y escribir. A partir de ahí comenzó a referirse a sí mismo en pasado, como si ya hubiese muerto. Tal era el peso de las letras en su vida.

Cuando por fin murió físicamente, en 1956, en su epitafio, siguiendo sus propias indicaciones, se escribió: «Si tras dejar este valle os acordáis de mí y queréis complacer a mi alma, perdonad a un pecador y haced un guiño a una muchacha poco agraciada»

La «inocentada» de Mencken
Su guiño más permanente sería la inocentada periodística que publicó en el «New York Evening Mail» el 28 de diciembre de 1917 y que, aún hoy, 92 años más tarde, mucha gente sigue creyéndose como cierta hasta el punto de aparecer así en muchos libros, publicaciones y páginas web.

Aunque la fecha de este tipo de bromas en Estados Unidos es el 1 de Abril, Mencken, con el doble propósito de poner a prueba la credulidad de sus compatriotas y de hacer conocer la costumbre hispana del 28 de diciembre, decidió publicar una broma periodística un día como hoy hace 92 años.

Así, ese día, en medio de todas las noticias que hablaban de la guerra en Europa, apareció una columna titulada «Un aniversario olvidado». En ella Mencken hablaba de los primeros intentos por introducir la bañera en los Estados Unidos, ya a partir de una fecha «tan temprana» como 1842, y de cómo esas primeras bañeras, hechas de caoba y plomo, generaron un gran rechazo y oposición, llegando a intentar proclamarse leyes en contra del baño en ciertas fechas o abusivos impuestos con que gravarlo. Al final concluía que lo que decantó la batalla a favor de la bañera y de una mejor higiene personal en toda la nación fue la decisión del presidente Millard Fillmore de instalar la primera bañera presidencial en la Casa Blanca (tras probarla personalmente en una feria en Cincinatti), a principios de 1851.

Aquí podéis leer el texto completo del artículo en inglés:

El artículo es muy divertido y está estupendamente narrado, con multitud de datos concretos y de referencias, todas ellas completamente falsas y Mencken así lo explicó posteriormente. Sin embargo la historia gustó tanto que pasó al acervo popular y a los libros y artículos de divulgación (algunos en publicaciones muy serias y prestigiosas), pese a que se podrían consultar numerosas fuentes documentales que prueban que el baño y las bañeras ya eran algo relativamente común en Estados Unidos desde el siglo XVIII e incluso antes en formas más primitivas. De hecho, mientras buscaba el texto del artículo de Mencken y algunas imágenes para ilustrar esta entrada, me encontré con más de una página web actual en la que se daba esta inocentada por realidad.

Y esto no sólo tuvo eco en la gente y los medios impresos, sino que hasta sentó una tradición. En Moravia, un pueblo del estado de Nueva York, cercano al lugar de nacimiento de Millard Fillmore, en el mes de Julio se celebran una serie de festejos en honor a ese presidente: los “Fillmore’s Days”; y uno de los eventos más importantes de esos días es la carrera de bañeras (se les ponen cuatro ruedas, como si se tratase de gigantescas carrilanas) con la que se recuerda su gesta al introducir ese artilugio en la Casa Blanca. Aunque hoy, en Moravia, todos ya saben que lo de la bañera fue un bromazo, siguen celebrando su tradicional carrera de bañeras, tanto en homenaje a Fillmore como al ingenio de H.L. Mencken.

Para acabar, y que veáis que no me estoy inventando todo esto, os dejo un vídeo en el que se puede ver un simpático anuncio de KIA, emitido en el año 2008, en el que se hace referencia a que el presidente Fillmore introdujo la bañera en la Casa Blanca por primera vez en 1850.


Así que, como personal tradición de un admirador de la obra de Mencken, celebraré este día de los Santos Inocentes dándome un largo y placentero baño de espuma en la bañera de casa.

jueves, 24 de diciembre de 2009

¡¡¡Felices Fiestas!!!

Esta entrada sólo pretende felicitaros las fiestas a todos, comentaristas, lectores o personas que lleguéis aquí por casualidad. Y para hacerlo, he escogido el "Gloria" de la misa de Navidad "Puer Natus Est Nobis" del compositor renacentista Thomas Tallis. Un buen hombre que en su longeva vida compuso música para tres reyes y dos religiones distintas. Este es uno de sus primeros trabajos.




Me interesé por la obra de este músico a través de un fenómeno Baader-Meinhof. No había oído hablar nunca de él, y si lo había hecho no lo recordaba, cuando en un par de días su nombre apareció en una entrevista que le hacían a Terry Prachett (es uno de sus músicos favorito) y en una pieza de Ralph Vaughan Williams que acababa de incorporar a mi colección de cortes de bandas sonoras de cine (si bien esta pieza no se compuso para la pantalla, como otras de ese compositor, sí aparece en varias películas). En ella, este músico inglés contemporáneo, hace un homenaje a Thomas Tallis, convirtiendo una melodía de apenas 50 segundos en una compleja y bellísima pieza de un cuarto de hora: la "Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis". Esta fantasía es, seguramente, la música que más me ha acompañado este año. Es extraordinaria. Desde qeu se escucha la primera vez resulta agradable y bella, sutil, y jamás cansa; es sueva y cada vez se aprecian nuevos matices y complejidades en ella. Otra obra que, hoy igual que cualquier día, merece la pena escuchar:



Espero que los hayáis disfrutado y, lo dicho, Felices Fiestas.

lunes, 21 de diciembre de 2009

«Die Feuerzangenbowle», espectros en Navidad

Es frecuente que en Navidad llegue a nuestros cines alguna nueva versión del «Cuento de Navidad» de Dickens o que en televisión programen alguna de las numerosas adaptaciones que ha tenido esa pequeña obra maestra de la literatura.

En esta entrada, ya que estamos en pleno Adviento y queda muy poco para que comiencen los «doce días», también hablaré de unos espectros que se acercan a visitarnos en estas fechas, si bien no son los de Dickens.

Del cine en tiempos de guerra
Desde hace muchos años he sentido una morbosa curiosidad por el cine realizado durante las guerras, por sabes qué historias que se contaban en la pantalla mientras el destino de toda esa nación, pueblo o manera de ver el mundo se decidía con sangre en los campos de batalla. Así, he intentado ver las películas hechas por la República (como la mítica «Sierra de Teruel») y he leído los sesudos estudios de Marc Ferró sobre el cine realizado durante la Gran Guerra y la Guerra Civil Rusa. Y, cómo no, las numerosas películas que, durante la Segunda Guerra Mundial, hacían americanos e ingleses, e incluso las realizadas en la Francia ocupada bajo el control de la productora colaboracionista «Continental».

Me impresionaron especialmente, por sus circunstancias, las que se hicieron en los últimos meses de la guerra en Alemania. La nación ya estaba claramente condenada a una brutal derrota pero, aún así, se seguía produciendo cine y la gente, entre bombardeos y con el enemigo a pocos quilómetros de sus casas, seguía yendo a las salas a ver esas películas.

Más o menos, podemos ver que las había de tres tipos:

Unas eran de carácter informativo y funcional, en las que se daban noticias muy sesgadas y poco realistas sobre cómo iba la guerra o se daban consejos prácticos para el día a día: qué hacer en caso de bombardeos, cómo optimizar los recursos, purificar el agua contaminada o hacer pan con menos harina de la normal e incluso a base de serrín.

Otras tenían un claro tono propagandístico. Podía ser negativo, demonizando al enemigo y a los judíos, como la tristemente célebre «El judío eterno». O positivo, como la superproducción «Colberg», en la que se nos contaba como las milicias populares prusianas habían conseguido detener al ejército napoleónico; un claro llamamiento a la población para resistir ante el avance aliado.

Y, por último, estaban las de pura evasión. Espectáculos que simplemente pretendían conmover y distraer.

A veces, con estas películas, se daban curiosas paradojas o casualidades, verdaderas metáforas macabras de ese momento de derrumbe.

El “Titanic” de 1943
Un buen ejemplo es el «Titanic» de 1943. En ella se unían las funciones de propaganda, al responsabilizar de la tragedia a la avaricia de los ingleses mientras destacaba el heroico papel de la tripulación alemana (sic), y evasión. Esta película se rodó en el gran buque de pasajeros «Cap Arcona», que pocos meses después del estreno se hundiría en el Báltico, causando más del doble de víctimas mortales que el propio Titanic. Esta es de las pocas fotos que se pudieron tomar del fatal naufragio.

Por si fuese poco, la película se comenzó a rodar en un momento en que la guerra no iba mal del todo, pero al acercarse la fecha del estreno las cosas ya no eran así, por lo que sólo se proyectó en los países ocupados, fuera de Alemania, no fuera a ser que la cosa se viese como una agorara metáfora del destino del país. Aunque más funesto debió de resultar el hecho de que el cine donde se iba a celebrar la «premiere», en París, fuese destruido por un bombardeo la noche anterior.

En esta película se pueden ver ya algunas de las imágenes y conceptos que, más adelante, retomaría James Cameron para su famosa película, como el triángulo amoroso entre una mujer, su antipático y millonario prometido…


…y el humilde chofer del que se enamorará de verdad (no sé si en un homenaje, consciente o no, James Cameron sitúa la escena de sexo entre Leonardo Dicaprio y Kate Winslet, precisamente, en un coche antiguo semejante al de esa película),


la desaparición de una valiosa joya,


el contraste entre la primera clase (fría y elegante)…


y la tercera clase (con sus bailes y alegrías),


los pasillos siendo anegados por el agua mientras nuestros héroes acuden al rescate de sus amigos y amores,


la evacuación de los botes durante el lento hundimiento…


… y muchas otras cosas más.

Toda una gran historia y un gran espectáculo en la que, en su momento, fue la película alemana más cara de la historia. Sin embargo es lógico que Goebbels pensase que esas impresionantes escenas del hundimiento y de la muerte de centenares de personas trajesen a sus compatriotas el recuerdo de la destrucción de sus propias ciudades y la muerte de tantos vecinos y amigos. Los espectros de ficción de los ahogados en el Titanic, irremediablemente evocarían los reales, ahogados en el Cap Arcona o destrozados por los bombardeos aliados.

La evasión se centró en la comedia y la evocación de un pasado cercano y un tanto idealizado. Y en esta línea surgió una verdadera joya, una pequeña y divertida historia que, tras el velo de su ligereza, y contra los deseos de Goebbels, acabó por convertirse en una metáfora de lo que es la guerra y, en general, la muerte. Y lo hizo con una fuerza más sutil pero también mucho más profunda y devastadora que la que podía contener el «Titanic» de 1943.

Una tradición navideña
Alemania, cada año, no sólo es visitada por los tres fantasmas del «Cuento de Navidad» de Dickens, sino también por los numerosos espectros que, inadvertidamente, contiene la película « Die Feuerzangenbowle». 


Nunca ha sido estrenada en nuestro país, por lo que no tengo un título en castellano que ofrecer. «Feuerzangenbowle» se compone de «feuer», fuego, «zangen», pinzas, y «bowle», una especie de sangría (bebida con frutas), y hace referencia a un tipo de ponche, muy popular en ese país, a base de vino tinto, clavo, canela, limón, naranja y algo de ron, al que se le prende fuego y, mientras va ardiendo, se va tomando en pequeñas tazas. En la película un ponche de ese estilo, y sus simbólicas llamas, aparece al principio y al final.

Desde la llegada del vídeo doméstico (y, ahora, también está editada en DVD y Blue-Ray), justo antes de las Navidades, precisamente en estos días, los estudiantes se reúnen en sus residencias y pisos compartidos, encienden un gran cuenco de ponche como el de la película y, mientras lo van tomando, ven «Die Feuerzangenbowle». Es su manera de despedirse de los amigos antes de regresas a sus casas, con la promesa de volver a encontrarse tras las fiestas.

También, en muchos cines, se hacen proyecciones especiales de la película, a las que la gente (y ya no sólo estudiantes) acude con despertadores, linternas e incluso botellas de licor, para accionarlos o beber en el momento adecuado en que los personajes lo hacen, gritando lo que ellos gritan, cantando sus canciones, imitando los acentos y repitiendo unos diálogos que ya se saben de memoria.

Si en Alemania se puede hablar de una película de culto, por encima de todas las demás, habría que situar ésta.

La película
«Die Feuerzangenbowle» se basa en la novela del mismo título de Heinrich Spoerl, publicada en 1933. Desde el principio tuvo un enorme éxito y fue adaptada al cine inmediatamente, en una primera versión titulada «So ein Flegel», dirigida por Robert A. Stemmle y protagonizada por el actor alemán Heinz Rühmann. Aún hoy en día ha conocido nuevas traslaciones cinematográficas, televisivas, de teatro e incluso a un musical. Pero ninguna de ellas ha alcanzado la fama y popularidad de la dirigida por Helmut Weiss en 1944, protagonizada de nuevo por Heinz Rühmann, que repitía así el papel que le había hecho famoso diez años antes.

El argumento bien podría dar para una descerebrada y alocada comedia americana: Un exitoso y aristocrático escritor de la capital, Berlín, acude a una reunión con sus amigos en torno a un cuenco de ponche sobre el que, melancólicas, las llamas queman el ron. Sus colegas brindan por la memoria de un viejo profesor que acaba de morir mientras recuerdan anécdotas de aquellos años de escuela. El escritor no puede compartir esa evocación pues fue educado por tutores en su casa. Sus amigos lo lamentan, pues se ha perdido una parte entrañable y bellísima de la vida, una etapa llena de unos recuerdos que jamás dejarán de acompañarnos y que, con los años, se irán haciendo cada vez más valiosos y queridos.

El escritor decide solucionar ese fallo en su vida. En una simpática escena, con un curioso efecto especial que recuerda los «morphings» tan populares en los 90, vemos como, según va contando sus planes, le desaparecen la barba y el bigote, el monóculo, el pelo se le tiñe, su chistera deviene en una gorra y su ropa pasa a ser la de un jovenzuelo… con lo que ya tenemos al aristocrático escritor disfrazado de un estudiante de provincias, a punto de incorporarse a las clases en un pequeño pueblo.

En la escuela este nuevo alumno, gracias a su madurez e inteligencia, enseguida se hace popular entre sus compañeros al diseñar complejas gamberradas contra los profesores y tampoco tarda mucho en usar su experiencia para seducir a la bella hija del director. La cosa se enreda cuando la prometida del escritor, intrigada por su repentina desaparición de la capital, descubre a donde ha ido y aparece por el pueblo. Al descubrir el engaño se hace pasar por su tía. Su belleza y coquetería enseguida causan un tremendo revuelo entre los sexualmente reprimidos compañeros de escuela del escritor. Nuestro protagonista, mientras, deberá pensar cómo acaba con la farsa y, de paso, decidir con qué chica se queda: su sofisticada prometida o su inocente y cándida nueva conquista.

Aunque mi oído no era capaz de percibirlos (la vi en el alemán original, subtitulada en inglés), parece ser que para aumentar lo comicidad se juega mucho con los acentos: el elegante acento de la capital que usan el escritor y su prometida, los de los diferentes profesores —cada uno representa un estereotipo regional de Alemania—, y el acento de pueblo de los alumnos y alumnas.

Los profesores, con sus particulares motes escolares, personifican, cada uno, un estilo de enseñanza. El director simboliza un estilo aristocrático y distante de enseñanza, el del viejo orden de Bismark; el de ciencias es próximo, democrático e intenta usar nuevas técnicas para motivar a los alumnos, un trasunto de la izquierda europea; el de literatura es conservador y confía en que los alumnos sean responsables por si mismos, al estilo de la derecha de la República de Weimar. Por supuesto, todos ellos fracasan y caen víctimas de las bromas de nuestro protagonista y sus colegas.

Bueno, todos menos uno. Hay un personaje que no salía en la novela y que se incorporó a la fuerza para contentar a las autoridades nazis. Es el profesor de historia, inteligente y humano, y que siempre va un paso por delante de sus díscolos alumnos. Este hombre promueve un nuevo tipo de disciplina, basada en la responsabilidad personal, la obediencia casi religiosa a la autoridad y el amor a la patria, muy en la línea de la ideología nazi. Y no sólo es que consiga no ser burlado por sus alumnos, sino que estos lo aprecian y lo valoran más que a ningún otro. Un verdadero pegote dentro de una historia llena de sarcasmo e ironía, y que no hace otra cosa que recordarnos que los tiempos en que se realizó esa película poco tenían que ver con los que se representan en ella.

La caracterización de los profesores van un paso más allá del estereotipo. No son simples monigotes y vemos como sufren por las bromas —y eso no resulta nada divertido— y se preocupan realmente por sus alumnos. En una clarificadora escena, el claustro se ha reunido para ver qué hacen ante una reciente broma de los alumnos. Nuestro protagonista, el escritor, ha colgado un cartel en la puerta de la escuela avisando que ese día no habría clases, con el resultado de que ese día no acude nadie a la escuela. El director es partidario de castigar a todo el colegio pues no pueden consentir tal humillación. El autoritario y filo-nazi no propone castigarlos a todos, pero sí hacer algo de presión pues siempre habrá alguien dispuesto a hablar y delatar al culpable —toda una metáfora de la «cultura de la delación» tan querida del nazismo y demás totalitarismos—. Sin embargo, serán los profesores que han sufrido más bromas los que se pondrán de parte del alumnado. Para el conservador es inadmisible castigar a un montón de inocentes, aunque eso suponga que el culpable haya de quedar libre. Y el liberal es quien tiene la brillante idea de que si dicen que, efectivamente, ese día dieron vacaciones por unas obras en la escuela, no habrá existido broma alguna; ni tendrán que castigar a los inocentes ni habrán de soportar humillación alguna. El director no es muy partidario pero el inteligente autoritario ve que es una buena solución y cede… no sin antes tener una breve conversación con esos profesores en la que les convence de las virtudes de su estilo para, así, prevenir futuros problemas.


Esos pequeños guiños al nazismo no fueron suficientes para superar el comité de censura y la película fue, en principio, prohibida, alegando que se reía de la autoridad y promovía conductas tan peligrosas como la infidelidad, la ebriedad, la desobediencia y el gamberrismo.

Su protagonista, Heinz Rühmann, era también el productor de la película, y las cosas no iban a quedar así. El hombre era toda una celebridad en Alemania y, de hecho, en toda Europa. El propio Goebbels, que lo admiraba y apreciaba, lo había declarado exento del servicio militar pues el país no podía permitirse perder su talento en el frente. Así que Rühmann puenteó a la censura, fue directo al ministro de propaganda y le invitó a un pase privado de la película.

Goebbels se rio tanto y se lo pasó tan bien que, inmediatamente, ordenó el estreno de la película en toda Alemania y a lo grande.

La película fue un éxito. Siempre ha sido un éxito. Los que han vivido los últimos cursos de escuela no pueden evitar evocar aquellos duros pero intensos y felices tiempos, tan inocentes. Los que los están viviendo se regocijan viendo cuán parecidos y diferentes eran los de entonces a los de ahora. Hasta los niños sueñan con esa edad a la que ansían llegar y que, sin que lo sepan, se les irá en un abrir y cerrar de ojos, pasando a formar parte entonces de ese inmenso ejército de nostálgicos que somos la mayor parte de la humanidad.

La producción
Si la historia narrada en «Die Feuerzangenbowle» resulta interesante, lo es mucho más la historia de su rodaje.

Su productor y protagonista, Heinz Rühmann, así como algunos otros actores y responsables de la película, estaban exentos de ir al frente pero mucho otros —técnicos, actores secundarios, actores con pequeñas frases y figurantes— habían sido llamados a incorporarse a las milicias que habrían de resistir contra el avance de los aliados. Y muchos de ellos, sobre todo los que hacían de alumnos de la escuela, eran poco más que unos críos, con dieciocho años recién cumplidos e incluso menos edad.

Ya era 1944 y la guerra parecía definitivamente sentenciada. Así que el director y el productor hicieron piña y decidieron hacer todo lo posible para salvar a aquellos muchachos de la máquina de la guerra, y lo único que tenían a mano era… rodar, rodar y rodar, con la esperanza de que el final de la guerra les pillase antes que el final del rodaje. Los retomes y correcciones eran constantes, y el nivel de perfeccionismo exigido por Helmut Weiss llegó a ser exasperante que algunos de aquellos jóvenes actores se quejaron de la presión a que el director y el productor les sometían, ajenos a que aquello, en el fondo, era una artimaña para salvarles la vida.

Pero, al final, pese a todo el perfeccionismo y los retrasos, la guerra duró más que el rodaje de la película. Cuando se estrenó, las risas y unánimes aplausos de la platea resonaron sobre los nombres e imágenes de muchos jóvenes que ya habían muerto en el frente.

Heinz Rühmann
El actor y productor de esta película era toda una celebridad en Alemania, el actor más famoso del momento y uno de los más célebres de toda su historia, muy querido por todos los espectadores y valorado por la crítica alemana como un extraordinario actor de comedia. El Cary Grant alemán.

Aunque no pertenecía al partido nazi, sus jerarcas, como Goebbels y el propio Adolf Hitler, expresaban públicamente su favor por él; era su favorito y no se perdían ni una de sus películas. Por eso Rühmann pudo evitar la guerra y no tuvo problemas en conseguir todo lo que necesitada para llevar adelante sus producciones.

Su fama traspasó las fronteras y se hizo muy popular en toda Europa. Podrían citarse muchos ejemplos de esta fama, pero el más irónicamente cruel es el relacionado con Anna Frank. Esta niña judía, inmortalizada por su diario, se llevó a su escondite unas cuantas fotos para seguir soñando con sus ídolos, como cualquier chica de hoy en día. Una de ellas fue la de Heinz Rühmann, su actor favorito y su platónico amor de juventud. Allí compartió pared con Ray Milland, Greta Garbo, Deanna Durbin, Norma Shearer y Ginger Rogers, entre otros, y aún hoy, cuando ya ninguno de ellos está entre nosotros, se pueden ver sus viejas fotos en esa pared.

Rühmann sobrevivió a la guerra, aunque hubo de pagar el tributo de ver como unos soldados rusos violaban a su mujer; seguramente aquello se pegó para siempre a su alma, como quien arrastra una sombra casi tan dolorosa como la misma muerte. No es de extrañar que el gran actor de comedia, tras la guerra, comenzase a dejar poco a poco su antiguo género para especializarse en personajes de carácter y dramas, llegando a trabajar con Stanley Kramer y Wim Wenders en sus últimos años. De alguna manera, el antiguo Hainz Rühmann, el risueño y pícaro escritor que podemos ver en «Die Feuerzangenbowle», también fue consumido por el fuego de la guerra.


El final de la película
«Die Feuerzangenbowle» es una película, que vista hoy, nos puede parecer un poco lenta, episódica y con unos diálogos que, más que hilarantes, resultan simpáticos. Lo que la convierte en una obra realmente grande es su final.

En él, tras una última gamberrada que implica a profesores, alumnos y alumnas, el protagonista decide abandonar su juego y confiesa su identidad. Uno de los profesores tema que, ahora, ese afamado escritor utilice todo lo que ha vivido para escribir una novela le piden cierta compasión a la hora de retratarlos. A continuación traduzco la respuesta del escritor:

«Caballeros, ya está hecho. Pero no se preocupen. He exagerado tanto que nadie ni nada será reconocible.»

Hay cierto gesto de alivio por parte de los profesores.

«Además, una escuela como esta que tienen aquí, con profesores como ustedes y alumnos como nosotros, no ha podido existir jamás. He de confesar, públicamente, que he inventado toda la historia, de la A a la Z: la escuela, el director, los profesores, incluso la pequeña Eva.»

El gesto de los profesores y, luego, de los alumnos, pasa del alivio al miedo. Se dan cuenta de lo que en realidad son o, más bien, de lo que no son. Los personajes con los que hemos vivido, con los que nos hemos reído y emocionado, de los que nos hemos encariñado… no existen. Son creaciones, fantasmas… y, como tal, poco a poco, se van desvaneciendo, desapareciendo de la pantalla, dejando sólo la imagen del protagonista, aún en sus ropas de estudiante...

«Sí, incluso he inventado mi propio papel.»

…que, por un efecto similar al del principio, pasa a tomar la forma del escritor, con sus elegantes ropas, su bigote y su perilla; y ya está solo, en la oscuridad. En ningún espacio y ningún tiempo.

«Lo único cierto de toda esta historia es el principio: el cuenco donde ardía el ponche»

Sobre él va apareciendo, poco a poco, y cada vez con más fuerza, la imagen de las llamas que flotan sobre el ponche —ese crisol de recuerdos— hasta que sólo se ve el fuego y se oye una voz:

«Porque lo único que es verdadero son los recuerdos que nos acompañan, los sueños que nos transforman y los deseos que nos mueven; y, al final, en esto reside el único motor de nuestra felicidad.»

Y, al final, sólo quedan las llamas.



Teniendo en cuenta que en su estreno muchos de esos muchachos que veíamos desvanecerse poco a poco, como si fuesen fantasmas, ya habían muerto, estas palabras cobraban un sentido especial. Triste y cruel.

E, igualmente, al oírlas hoy, tanto tiempo después, con todos esos actores ya muertos, con todo ese mundo ya desaparecido, sentimos como si ese fuego proyectase nuestra propia sombra en la pared, recordándonos lo que algún día seremos, un recuerdo, un espectro agitado por la memoria de otros; lo que de nosotros contarán quienes nos sucedan, un reflejo en torno a la hoguera que se irá desvaneciendo, poco a poco, hasta fundirse por completo en la oscuridad que rodea este breve destello que es la vida.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Escopetas, pistolas, ametralladoras, arenques colorados y unas pocas cosas más…

Escopetas
En la anterior entrada, partiendo de nuestra necesidad psicológica de encontrar orden y lógica en la compleja realidad que nos rodea, hablamos de un principio básico en la narrativa, el de la «escopeta de Chejov».

Realmente Chejov sólo lo aplica a que si haces aparecer un elemento muy poderoso al principio de la obra, como es una escopeta, ese elemento ha de ser utilizado más adelante y, si no, pues lo mejor será quitarlo. De ahí se extrapolaba un principio complementario: si un elemento, como esa escopeta, va a ser utilizado, es necesario anticiparlo y que no aparezca de la nada cuando al escritor le venga bien. Evidentemente, esto sólo es válido si ese elemento no es de uso cotidiano en el mundo de los personajes. Por ejemplo, en un western no será necesario anticipar las escopetas, igual que en una película de médicos no será necesario indicar que uno de los personajes tiene profundos conocimientos de primeros auxilios (pero sí si cuando el personaje es un abogado).

En los comentarios a esa entrada, además, se reflexionó sobre la importancia de que esas anticipaciones, «plantings» o «establish», fuesen camufladas de forma hábil y creativa, para que no diesen el cantazo y perdiesen toda su capacidad de sorpresa. Aconsejo leer esos comentarios —igual que la entrada de Daniel Domínguez, en «La Escuela de los Domingos», en la que aparecían varios ejemplos de anticipaciones verdaderamente geniales— pues acabaron por resultar mucho más interesantes que la propia entrada.

Reflexionando a partir de uno de «lanavajaenelojo», comencé a plantearme en qué casos no habría problema en esas anticipaciones fuesen del todo descaradas y que incluso viniese bien que estén claramente subrayadas. Aquí hago el ejercicio de proponer varios, no todos perfectos y, por supuesto, en absoluto los únicos posibles.

Pistolas
El primer caso es muy conocido: el suspense.

Anticipar un elemento amenazador, de manera ostensible y descarada, en lugar de jugar en contra puede favorecer la creación de esa sensación de tensión y constante riesgo que se espera de las historias de suspense.

Un buen ejemplo es el cortometraje de Alfred Hitchcock «Bang! Estás muerto», en el que una familia recibe la visita de su aventurero tío, que acaba de regresar de una expedición por África cargado de regalos. En su equipaje vemos que hay una pistola y que está cargada. Por eso, cuando los niños la encuentran y, al confundirla con uno de sus regalos, salen a jugar con ella, el espectador está en vilo al conocer la existencia de esa bala y darse cuenta de que los niños no lo saben. De hecho, ya desde el principio, al ver esa pistola cargada y a los niños pululando por la casa, ¿quién no puede evitar pensar que esa combinación puede llegar a resultar peligrosísima?

Por seguir con Hitchcock, en la escena final de «Sabotaje» tenemos a un marido y su mujer en la cocina. Él es en realidad un terrorista que, en uno de sus atentados, ha causado accidentalmente la muerte del hermano de su mujer, y ella acaba de descubrirlo. El muro de mentiras y engaños entre ambos está a punto de caer y, en ese momento, Hitchcock nos muestra de forma ostensible un cuchillo. La tensión irá creciendo, de forma muda y cotidiana, gracias a una cuidada planificación en la que la presencia de ese cuchillo se va haciendo cada vez más amenazadora, hasta estallar al final, cuando la mujer apuñala a su marido. La clara presencia del cuchillo, más que quitar sorpresa, contribuye a que toda esa larga escena sea aún más opresiva y cargada de peligro.

En otra película, creo que cerca del inicio de «Encadenados», se nos muestra una agradable recepción de alta sociedad en la que todo es música y sofisticadas conversaciones… hasta que vemos que uno de los camareros va armado con una pistola. A partir de ahí estamos alerta pues sabemos que, bajo la frivolidad de esa fiesta, algo grave está ocurriendo.

Y así podríamos seguir con multitud de ejemplos sacados de películas en las que se crea suspense con la aparición de algún tipo de elemento inquietante, amenazador o completamente fuera de lugar.

Ametralladoras
Otro caso, un poco diferente al del suspense, es el de la promesa.

En «Grupo Salvaje» hay un momento en que vemos lo poderosa que es la ametralladora con la que acaba de hacerse el corrupto general Mapache. Y, al principio, ya hemos visto en acción a nuestros héroes —más bien anti-héroes— con unas simples pistolas y rifles, y sabemos lo explosivos que pueden llegar a ser… así que cuando ese chisme entre en acción, puede ser tremendo. Y, efectivamente, lo es. La escena final de «Grupo Salvaje» realmente cumple esa promesa con creces, marcando un antes y después en la historia del cine en lo que al tratamiento de la violencia se refiere.

Cuando un elemento se juega como esta ametralladora, generando una gran promesa o expectativa, hay que darle cumplimiento, pues de lo contrario el público se sentirá terriblemente defraudado, pues le hemos alimentados las ganas de ver eso en acción. En multitud de películas de aventuras o de superhéroes, habremos visto como se nos muestran los poderes y terribles capacidades de los antagonistas, a las que, en algún momento, nuestro héroe habrá de enfrentarse. Se crea una tremenda sensación de riesgo y, también, se nos promete un gran duelo final.

Como amante del cine épico si hay algo que me molesta muchísimo es ver grandes ejércitos en marcha y que, al final, la «batalla» se resuelva en un simple duelo entre los dos líderes. Para eso que no me hubiesen mostrado esos dos grandes ejércitos que ya estaba deseando ver en acción. Kevin Costner cometió ese error en «El cartero» y debió de aprender, pues el duelo final de «Open Range» está a la altura de las expectativas.

Eso sí, jugando al revés, una expectativa se puede romper al momento de forma humorística logrando un buen efecto con la sorpresa, como el famoso «duelo» entre Indiana Jones y el guerrero vestido de negro con dos inmensos alfanjes, que se resuelve con simple disparo. Pero no dejemos que esa expectativa crezca y se alimente más y más, pues si no, una resolución demasiado sencilla acabará por defraudar al espectador.

Este problema de grandes promesas o expectativas desproporcionadas, lo tienen algunas películas y series, que plantean grandes y complejos enigmas que, al final, quedan en agua de borrajas. Quizá por eso la serie «Perdidos» difícilmente satisfará las desmesuradas expectativas que ha ido sembrando en sus fans, a lo largo de varios años, con misterios cada vez más raros y sorprendentes.

Profecías
Las hay mágicas y las hay que no lo son tanto.

Dentro de las sobrenaturales una de mis favoritas es la de «Macbeth», cuando le es profetizado que su poder no tendrá fin hasta que el bosque de Birnam ascienda la colina de Dunsinane —qué mágica sonoridad tenía cada palabra que escogía Shakespeare—, algo que parece imposible y que Macbeth toma como un «jamás». Por eso, cuando la acción se mueve a un castillo en las cercanías de ese bosque, el espectador se huele la tragedia y que, de alguna manera, aquello está llegando a su fin.

Uno de mis recuerdos más vivos de infancia se sitúa en una película de cuyo título no me acuerdo. Ni siquiera recuerdo de qué iba. Sólo que era la historia de un caballero medieval al que se le había vaticinado que moriría en una jaula. En un momento se encuentra en medio de un bosque y se da cuenta de que los finos troncos de los árboles, a su alrededor, dibujan una especie de jaula. Él sabe, y todos sabemos, que ha llegado su final y, efectivamente, en ese lugar cae mortalmente herido en una trampa. Es significativo que de toda aquella película sólo recuerde la profecía. Algo debe de haber en ellas que las hace resonar tan poderosamente en nuestro interior.

Hay muchas más profecías en la literatura y el cine, y en todas ellas se juega con dos elementos: un mensaje un tanto críptico y que se manifestará, a veces, de forma imprevista; y una carga de amenaza (o esperanza, si la profecía es positiva) que alertará al espectador, en su momento, que algo va a pasar. Si a alguien se le vaticina que morirá apuñalado, cada vez que aparezca una espada, un puñal, unas tijeras… sabremos que hay peligro y estaremos en tensión.

Y eso mismo se puede conseguir de forma no sobrenatural si comenzamos el relato con un «flashforward» o prolepsis, avisando de que el protagonista será herido, traicionado o que se verá expuesto a alguna terrible circunstancia… y luego vamos hacia atrás. Cada arma, cada compañero, cada evento será revestido de un sentido especial pues, cualquiera de ellos, no sabemos cual, puede llevar a eso que hemos visto. Esta técnica es usada magistralmente por Gabriel García Márquez en «Crónica de una muerte anunciada».

Chris Marker, en «La Jetée», juega con los viajes en el tiempo para hacer que su protagonista, al principio, contemple su propia muerte, algo que se le irá desvelando poco a poco según avanza la historia. Terry Guilliam hizo un magnífico «remake» en «Doce Monos».

Ciertas promesas son también una forma de profecía. Por ejemplo, en «Las Dos Torres», durante la larga batalla del abismo de Helm, sabemos que Gandalf llegará al amanecer con refuerzos, así que se trata de aguantar, de esperar hasta la salida del sol… y esas primeras luces serán las que traigan la esperanza y la gozosa sensación de que se acerca el clímax de esa gran batalla.

Otra forma muchísimo más sutil de profecía consiste en arrancar una película con una pequeña metáfora de lo que va a ser toda la historia, sentando así el tono y el sentido del relato. Es arriesgado hacerlo y ha de ser jugado de forma muy astuta. Por ejemplo, en «Chinatown», comenzamos con una secuencia en la que Jack, el detective protagonista, informa a un marido de que su mujer le es infiel. De repente, el sufrido y lastimoso marido, pese a su aspecto aparentemente inocente, manifiesta la intención de matar a su esposa. La víctima, con ese giro, pasa a ser el asesino. Jack, para evitarlo, le advierte que, de hacerlo, acabará mal, que sólo los ricos pueden matar y salir impunes. Tranquiliza al buen hombre y lo hace marchar. Y ahí está, contada en un elegante resumen, toda la película que veremos a continuación: las cosas nunca son lo que parecen y, efectivamente, los ricos siempre salen libres de los crímenes que cometen.

Mapas
William Goldman usaba la expresión «Mapa de la India» para referirse al momento de la historia en que el espectador es informado del curso que cogerá la película a partir de entonces, con todos los peligros y vicisitudes a los que los protagonistas habrán de enfrentarse.

El usaba el ejemplo de las películas de aventuras ambientadas en la India, en las que el comandante explicaba a sus soldados, ante el susodicho mapa de la India, la ruta que trazarían y sus puntos críticos: que si aquí habría que cruzar un río, que si allií estaban los Sij o que si esas rocas eran propicias a una emboscada. Luego, según la película avanzase, iríamos viendo como esas amenazas y riesgos se iban haciendo reales. Esto ayuda tanto a crear expectativas de riesgo como a dejar bien clara la estructura de la historia en la cabeza del espectador y que sepa cuan cerca o lejos están de su meta los protagonistas.

Podemos observarlo en muchas películas, como en la «Reina de África», donde el personaje de Bogart le explica al de Katherine Hepburn todos y cada uno de los obstáculos que se van a encontrar por el río… y que luego, efectivamente, se encuentran. Cerca del final de «La Comunidad del Anillo» Gimli le hace al Frodo una sucinta explicación de lo que le espera a partir de ahí (laberinto de rocas, marisma, Puerta Negra, Mordor) y que veremos, tal cual, en la segunda parte de esa saga.

Esto no sólo es aplicable a las películas de aventuras pues, por ejemplo, las fases a las que se enfrenta un paciente al que acaban de notificar una enfermedad mortal (y que tantas veces nos han contado en las películas) no dejan de ser un «mapa de la India» de carácter emocional. Es posible usar estos «mapas de la India» en comedias, dramas, historias románticas… marcando así, si nos resulta útil, la pista por la que discurrirá el devenir de nuestros personajes.

Arenques rojos
La expresión «Red Herring» se usa bastante al hablar de narrativa en inglés, aunque en castellano apenas se usa. Se podría traducir por «Arenque Rojo» y hace referencia a un tipo de arenques ahumados o salados que despiden un fuerte olor a pescado.

En 1807, el periodista británico William Cobbett usó esa expresión para referirse a la falsa noticia de la derrota de Napoleón (supongo que en la inconclusa batalla de Eylau). En su artículo nos decía que él, una vez, había usado unos arenques rojos para despistar a los sabuesos que estaban persiguiendo una liebre y que esa noticia había actuado como uno de aquellos arenques rojos en las narices de los políticos y generales europeos a la hora de reaccionar contra la amenaza del general corso. El sentido ya estaba claro: una falsa pista, una mentira que ayuda a encubrir la verdad.

A partir de ahí la expresión comenzó a usarse en literatura, especialmente en las novelas de misterio, para designar las pistas que nos hacen sospechar de un personaje que no es el verdadero culpable para, así, alejar las sospechas del lector del verdadero criminal. Es un truco que se usó (y se usa) mucho, hasta el punto de que en la actualidad el espectador tiende a descartar al personaje que le resulta, de buenas a primeras, más sospechoso.

Aún así, de forma hábil, el arenque colorado puede usarse, especialmente en tramas que aparentemente no tienen nada de detectivesco (como el devenir de una relación amorosa, una enfermedad, una situación de riesgo, un conflicto laboral…) para enmascarar giros inesperados o sorpresas con las que atrapar al espectador.

Resumiendo o, más bien, categorizando
Mientras estaba escribiendo toda esta entrada sentía en mi cabeza la voz de «lanavajaenelojo» diciendo algo así como: «¡Eh!, que todo esto es lo que decía yo, lo de que las "anticipaciones" y los "plantings" eran diferentes…», y, por ello, he de decirle dos de las palabras más bellas que una persona puede llegar a oír jamás: «tienes razón».

Da igual como les llamemos a unas y otras (aunque lo ideal es que cada una tenga su propio nombre y que lo usemos todos, claro), pero entre las anticipaciones de las que hablábamos en la anterior entrada y las que vimos en esta, hay una gran diferencia desde el punto de vista del lugar que ocupan en la estructura de la narración. Son, pues, dos herramientas narrativas completamente diferentes.

Las anticipaciones, «plantings» o «establish» que veíamos en la entrada anterior tienen que ver con la verosimilitud y la elegancia de la trama, con que todo quede bien atado y que nada sea gratuito, incluso con el efecto poético que puede tener un elemento al ser reutilizado en dos lugares diferentes. En estos casos la segunda aparición del elemento ha de ser inesperada y sorprendente, por lo que la anticipación ha de camuflarse o ligarse a otra trama.

Las que hemos visto en esa entrada tienen una función diferente, pues juegan a crear expectativas en el espectador: suspense, tensión, preocupación, claridad o interés por lo que va a venir… y por eso es bueno dejarlas bien claras y no ocultarlas en absoluto.

Aunque suelen funcionar por separado, a veces un elemento puede jugar esas dos funciones a la vez.

Un ejemplo que me parece maravilloso y que, además, juega otro sutil papel casi extra-fílmico, lo encontramos en «El sexto sentido», una película que juega todas sus anticipaciones de forma ejemplar. Es el frío. En la película el niño nos dice que cuando van aparecen los fantasmas aumenta el frío.

Eso, por un lado, reflejá la realidad psico-fisiológica de que el miedo produce frío. El miedo provoca una situación de alerta y tensión, y eso aumenta la secreción de noradrenalina. Una de las acciones de esa hormona es la de contraer los capilares de la piel, provocando una ligera sensación de frío y, a veces, escalofríos. Y así, con esa información, el que esté viendo la película, cuando sienta algo de miedo por la aparición de un fantasma, sentirá en su propia piel (nunca mejor dicho) ese mismo frío que los espectros provocan en el mundo de la película. Una sensación física de los personajes que, así, cruza la pantalla para posarse sobre el mismo cuerpo del espectador.

Por otra parte crea una anticipación del estilo de las que hemos comentado en esta entrada: cada vez que vemos que la temperatura baja, que el crío tiene escalofríos o que le sale vaho por la boca, nos estremecemos ante la inminente presencia de un fantasma. Ayuda a crear suspense.

Y también es una anticipación en el otro sentido pues, de forma sutil y sin que apenas nos demos cuenta, el personaje de Bruce Willis siempre está abrigado y en ambientes fríos. Ese ambiente que le rodea toda la película ya nos está diciendo lo que descubriremos al final.

Un elemento, tres funciones, toda una jugada maestra por parte del guionista y director de esa película, un verdadero «hat trick» cinematográfico.

PostScriptum: Acabo de leer una entrada de Daniel Castro, el guionista en Chamberí, que completa y amplia esta, pues él se centra de forma muy aguda en lo importante que es dotar de contenido emocional a esos sembrados o anticipaciones para que podamos recordarlos de forma eficiente durante la narración. Muy interesante y bien escrita, al entrada la tenéis aquí.

jueves, 3 de diciembre de 2009

El fenómeno Baader-Meinhof y la escopeta de Chejov

Hace unos meses estaba leyendo un libro sobre la guerra de Vietnam que se centraba bastante más en los aspectos políticos que en los militares. Por eso, al hablar de la oposición a la guerra, dedicaba bastante espacio al senador Fulbright, un demócrata que, ya desde el principio, se opuso a su propio partido y se manifestó contrario a esa guerra. En 1966 publicó una influyente obra, «La arrogancia del poder», que jugó un importante papel en la génesis del movimiento pacifista y cuyas tesis siguen siendo muy aplicables aún hoy.

También se recordaba que Fulbright había impulsado, ya en 1946, la creación de un programa de becas de estudio para fomentar el intercambio de estudiantes entre naciones; programa que aún existe en la actualidad.

Pocos días después, casualmente, descubrí que lanavajaenelojo había estudiado en Chicago gracias a una de esas becas Fulbright. Jamás había oído hablar de este personaje y, en tan poco tiempo, su nombre se cruzó dos veces en mi vida. Este tipo de casualidad y la sensación de extrañeza que me produjo es lo que se conoce como el «fenómeno Baader-Meinhof», algo que seguro que todos nosotros habremos experimentado más de una vez en nuestras vidas.
El fenómeno Baader-Meinhof
El término parece ser que fue acuñado por un tal Terry Mullen en una carta enviada al «Bulletin Board» (una especie de «cartas del lector») del «St. Paul Pioneer Press» de Minnesota. En ella, firmando bajo el pseudónimo de «Gigetto on Lincoln», relataba una anécdota que le había ocurrido hacía poco, muy similar a lo que cuento arriba, pero en relación al grupo terrorista alemán «Baader-Meinhof» (cuya historia ha sido recientemente llevada al cine por Uli Edel en una estupenda película que, injustamente, ha pasado bastante desapercibida), del que había oído hablar, por primera vez en su vida, dos veces seguidas en dos lugares muy diferentes.
Los lectores comenzaron a enviar numerosísimas cartas contando anécdotas similares a la suya, pero con otras cosas y conceptos, y debido a la enorme popularidad de esa carta y la gran respuesta que ocasionó, pronto, en todos los medios de Estados Unidos, comenzó a designarse a ese tipo de casualidades como el «fenómeno Baader-Meinhof».

Básicamente consiste en la aparición muy cercana, en la vida de una persona, de dos conceptos, nombres, acontecimientos o lo que sea, que no son nada comunes ni están de moda, y de los que esa persona jamás había oído mención alguna hasta entonces.

Este fenómeno también ha recibido otros nombres.

Uno es el de «fenómeno del plato de gambas». Se debe a la película «RepoMan», donde un personaje explica su personal teoría (copiada de Jung, como veremos más adelante) de que todas nuestras conciencias están conectadas con el ejemplo de que si piensas en un plato de gambas al poco tiempo alguien estará tomando eso, te lo ofrecerá o, de alguna otra manera, ese plato de gambas aparecerá en tu vida.
Otro nombre, más reciente, es el de “diegogarcity» (algo así como «diegogarcidad»), con un origen un tanto más refinadillo y rebuscado. Parte de la etimología de la palabra «serendipity» (en castellano se comienza a usar «serendipia» aunque el diccionario de la RAE, por ahora, no la reconoce; sería bastante equivalente a nuestra «chiripa»). A finales del siglo XVIII Horace Walpole, el padre de la literatura gótica, escribió un relato protagonizado por los tres príncipes de Serendip (nombre árabe de la isla de Ceylán, la actual Sri Lanka), que solucionaban todos los problemas en que se metían gracias a una serie de extraordinarias y afortunadas casualidades. A partir de ahí comenzó a usarse lo de «serendipity» para denominar a ese tipo de felices casualidades. Pues bien, como ese término del mundo de la casualidad está tomado de una isla del Índico, en una discusión de filología, se aplicó el nombre de otra isla (la isla Diego García) a este otro tipo de casualidad del que hablamos aquí, haciendo así un indirecto homenaje a Horace Walpole (y a “Las mil y una noches”, en cuyos cuentos se inspiró Walpole para su historia).
Explicaciones del fenómeno
Carl Jung ya había hablado antes de este fenómeno, aunque de una forma más amplia, llamándolo «sincronicidad», y englobaba tanto esa aparición cercana de dos conceptos como todo tipo de acontecimientos y hechos que se dan de repente (como que una persona comience a hacer algo, como plantar un árbol, y, de repente, otros hagan lo mismo sin tener relación alguna con el anterior). Jung explicaba esto como manifestaciones de una especie de conciencia colectiva a través de la que todos los seres humanos estábamos conectados de alguna manera. Una explicación un tanto espiritual y que, si bien encanta a los seguidores de las teorías «new age» y demás cosas paranormales, no goza de apoyo científico alguno ni es tomada demasiado en serio actualmente.

Otra teoría, más plausible y que sí goza de cierto apoyo experimental y de amplio reconocimiento, es el hecho de que las casualidades ocurren y que son predichas por la teoría matemática de la probabilidad, pero nosotros, psicológicamente, tendemos a infravalorar la probabilidad de ocurrencia de esas casualidades. Así, el profesor de un aula con 30 alumnos es probable que se sorprenda al descubrir que dos de ellos cumplen años el mismo día; sin embargo, la probabilidad de que eso sea así es del 90%. No es nada raro y, de hecho, lo extraordinario sería que ninguno de sus alumnos hubiese nacido el mismo día (y, aún así, es algo que en alguna clase de 30 niños, ocurrirá).

Por otra parte tendemos a organizar la caótica y enorme cantidad de información que nos llega en función de patrones y categorías que nos ayuden a manejarla y a manejarnos nosotros con ella. Por eso somos tan sensibles a las repeticiones e intentamos encuadrarlas en algún tipo de orden o lógica que, de alguna manera, pueda agruparlas. Esto es algo que ya veíamos en el anterior post, al hablar de la Gestalt, y que también apoyan multitud de estudios neurológicos y psicológicos.

Por eso, cuando un concepto o nombre es relativamente saliente (en mi caso, dado mi interés por la historia y el movimiento pacifista, me quedé con Fulbright; y un grupo terrorista, como el Baader-Meinhof, siempre atrae nuestro interés) y permanece en nuestra memoria durante un tiempo, brillará con especial intensidad cuando vuelva a aparecer en medio del torrente de información que recibimos a diario. Si pasase el tiempo y esa redundancia no se diese, es posible que el dato original se fuese fundiendo, poco a poco, con el resto de las cosas que olvidamos y acabase desapareciendo de nuestro recuerdo.

Subestimamos la inmensa cantidad de información que recibimos a diario y en la que es lógico que, de vez en cuando, se produzcan ese tipo de coincidencias y casualidades que hemos dado en llamar «fenómeno Baader-Meinhof», y que resulta tan llamativo a nuestra atención.

Sin embargo, si bien la realidad es caótica y excesiva, las narraciones nos gusta que sean limitadas y ordenadas (pues eso es lo que nuestro cerebro intenta hacer siempre con la realidad: ordenarla), con lo que ese fenómeno de las repeticiones, en una narración, se convierten en una necesidad imperativa y lógica que, entre otros nombres, es conocida como «la escopeta de Chejov».
La escopeta de Chejov
Chejov, en varios de sus escritos sobre narrativa, plantea que si al principio de una historia aparece una escopeta cargada (a veces también usa una pistola como ejemplo), más adelante ese arma debe usarse o, de lo contrario, eliminar por completo su presencia en toda la obra.

De este principio narrativo que nos plantea Chejov, además, podemos extraer un corolario que le da la vuelta y lo complementa. Si en un momento importante de la trama un personaje va a usar una escopeta, es importante que esa escopeta haya aparecido previamente.

Esto, que aquí hemos ejemplarizado con escopetas, y que se suele denominar como «anticipación» o «sembrado», se puede aplicar a cualquier elemento o recurso importante de la trama, sea un objeto relevante para la acción, un conocimiento específico de un personaje (como que sabe de primeros auxilios), una relación (tiene amigos en la policía), una debilidad (tiene miedo a las alturas), etc.

Igual que en el «fenómeno Baader-Meinhof» esto funciona en parejas: (1) el elemento es anticipado y (2) la anticipación se resuelve con el uso de ese elemento. Si alguno de esos dos puntos falla, el otro deja de tener sentido y se produce lo que se llama un «agujero en la trama».

Con el buen uso de las anticipaciones evitamos dos cosas. Cuando un objeto que tiene pinta se ser importante, como esa escopeta cargada, aparece, genera una especie de energía, de información relevante; estamos en un mundo donde hay una escopeta cargada… y algo puede pasar son eso. Si no pasa nada, nos sentiremos frustrados pues esa especie de energía (por llamarlo de alguna manera) no se descarga. Por otro lado, cuando aparezca la susodicha escopeta, ésta no parezca salida de la nada o que es una jugarreta que usamos los guionistas porque nos conviene.

De hecho, las tramas en que todas estas anticipaciones están bien hilvanadas y no queda ninguna suelta, suelen resultar muy satisfactorias y placenteras al espectador. Tampoco estoy diciendo que esto llegue para construir una historia —en absoluto—, pero es un elemento que, de estar bien resuelto, ayuda, y, de estar mal resuelto, provoca la sensación en el espectador de que algo falla.

Resumiendo
Aquí tenemos una prueba más de que la narración no refleja la realidad, sino nuestra visión de la realidad o de cómo inconscientemente creemos que debería ser la realidad, pues si bien en la vida ese tipo de coincidencias que denominamos «fenómeno Baader-Meinhof» nos resultan de lo más llamativas y extraordinarias, dentro de una película, serie o novela, no sólo nos resultarán naturales, sino que el que no ocurran de esa forma será percibido como un error o una pobreza por parte del narrador de la historia.

Por supuesto, estamos hablando de la narración clásica, pues existen muchas técnicas de vanguardia y anti-narrativas que juegan precisamente a romper con este elemento (y otros) para conseguir algún tipo de resultado expresivo; aunque, precisamente al basarse en romper estas «normas»… no hacen más que reconocer su existencia.

Por usar un símil sonoro, la realidad es como una cacofonía de mil sonidos entre los que, a veces, nos sorprende encontrar cierta armonía; sin embargo, a una narración le pedimos, le exigimos, que sea música.

PostScriptum: Acabo de leer una entrada de Daniel Castro, el guionista en Chamberí, que completa y amplia esta, pues él se centra de forma muy aguda en lo importante que es dotar de contenido emocional a esos sembrados o anticipaciones para que podamos recordarlos de forma eficiente durante la narración. Muy interesante y bien escrita, al entrada la tenéis aquí.