La anterior iba a ser la última de esta pequeña serie de entradas sobre músicos de cine, pero acabo de enterarme de algo —con bastante retraso— que me ha impulsado a escribir unas líneas sobre este músico neoyorkino de ascendencia italiana: este año, por fin, se ha editado la banda sonora de la película «Revolución» (Hugh Hudson, 1985), con 25 años de retraso. Una pieza que los amantes de la música de cine venían demandando hace mucho tiempo, tanto por su calidad como porque es una de las tres únicas colaboraciones de este gran compositor con la industria cinematográfica.
John Corigliano ha consagrado su carrera a la composición de música orquestal y de óperas, que le han valido un inmenso prestigio y reconocimiento. Además, se ha dedicado a la docencia, labor que, indirectamente, acabó por legarnos uno de sus mejores trabajos para el cine y una de las bandas sonoras más bellas de los últimos años.
A finales de los años 70 el director Ken Russell acudió a un concierto donde se interpretaban piezas de Corigliano, un autor que ya tenía un gran prestigio en el mundo de la música, pero que nunca había mostrado interés por el cine. Lo que escuchó allí le pareció que encajaría perfectamente en su siguiente proyecto, la película «Altered States». Consiguió ponerse en contacto con él y le conveníó para que crease la partitura para la película, que acabó estrenándose en 1980.
Esta primera banda sonora de Corigliano sorprendió a todo el mundo en Hollywood. Lo típico en aquella época (y aún hoy) para reflejar los estados alucinógenos y los delirios, era utilizar música electrónica y elementos tomados de la psicodelia, sin embargo Corigliano renuncia a ello y trabaja exclusivamente con la orquesta y sus recursos. Crea dos tipos de piezas. Unas de suave corte romántico, son melodías sutiles y muy atmosféricas, para los momentos en que conocemos a los personajes y las relaciones sentimentales entre ellos. Las otras, para las numerosas escenas con alucinaciones, son composiciones de vanguardia, atonales y oscuras, disonantes e incómodas de escuchar, que producen un poderoso impacto emocional en el espectador.
Aunque en el extranjero autores como Takemitsu o Fusco ya habían incorporado esos elementos de la música contemporánea al cine, y en Hollywood se habían usado algunas piezas muy abstractas de Ligeti (en «2001» y «El Resplandor») o de Penderecki (en «El exorcista»), ésta fue una de las primeras bandas sonoras americanas en usar de forma tan radical el estilo y las técnicas de la música orquestal de vanguardia. La Academia valoró ese esfuerzo y la nominó, si bien resultó demasiado moderna para sus miembros, que prefirieron los alardes pop del musical «Fama».
Cinco años después, otro cineasta, Hugh Hudson, arrastró a Corigliano a una nueva aventura cinematográfica: «Revolución». Por las prisas de llegar a las fechas previstas, la película se estrenó de forma precipitada, con un montaje que no convencía ni al propio director y una campaña publicitaria que la vendía como una historia de aventuras cuando tenía mucho más de drama intimista contra el telón de fondo de la guerra. Fue un fracaso tanto de público como de crítica, y lo único que se salvó un poco de la quema fue la banda sonora de Corigliano, que jugaba con elementos de la música clásica de la época en que transcurría la película y otros más modernos. Sin embargo, y como todo el negocio había sido un fiasco, la banda sonora no se editó. Eso, unido a todos los problemas que había tenido durante la producción, enojó a Corigliano, que decidió apartarse del cine para siempre y dedicarse a sus otras composiciones y su labor docente.
Uno de sus alumnos, Elliot Goldenthal, sí se dejó hechizar por el cine y se convirtió en compositor de bandas sonoras, incorporando en ellas muchas de las técnicas y recursos estilísticos que había aprendido con Corigliano. La creciente popularidad y prestigio de Goldenthal fueron reconciliando, poco a poco, a Corigliano con el cine.
Por eso, cuando el canadiense François Girard le invitó a componer la banda sonora de su proyecto «El Violín Rojo», aceptó regresar. En la película seguimos la historia de un violín —ficticio, aunque inspirado en el «Mendelssohn Rojo»— según va cambiando de manos a través de tres siglos y cinco países. Son cinco historias, cada una con su propio espacio, época e idioma, unidas por un pedazo de madera y un único lenguaje que se mantiene constante a lo largo del tiempo: la música del violín rojo.
Corigliano basa su composición en una bellísima melodía, el tema de Anna, la esposa fallecida del constructor del violín. Es la primera música que se desliza fuera de las cuerdas del violín, un recuerdo por los que se han ido (y los que se irán), por lo que no ha sido ni será… un triste lamento que comienza con una etérea voz de la que parece ir naciendo, poco a poco, el sonido del violín, y que acaba por arrastrar en un dramático crescendo a toda la sección de cuerdas de la orquesta. Este tema se irá repitiendo a lo largo de las cinco historias. Con él da la impresión de que Corigliano hace lo mismo que hizo Elgar con sus variaciones Enigma, si bien de una forma menos críptica y, creo, más bella. Existe un tema central de siete acordes que podemos intuir y hasta podemos tararear, pero ese tema jamás suena completo o entero en la película… siempre falta una nota, un arpegio, o la música se desvía y emprende una sutil variación; da la impresión de que, perpetuamente, está a punto de cerrarse y sonar completo, pero nunca lo hace. Aún así, a través de las sombras que proyecta, podemos verlo. Quizá por ello, ese tema ya de por sí tan triste, acaba teniendo mucha mayor profundidad, resultando desgarrador por momentos.
Corigliano evita el tópico de usar la música propia de esas épocas, y centra toda la partitura en variaciones a partir de ese intemporal tema, incorporándoles, eso sí, pequeños elementos propios de las culturas y tiempos que retrata. También crea otras melodías y piezas, más modernas y con elementos de vanguardia, para otros momentos de la película. Eso sí, en todos ellas lo que sí resulta omnipresente es la presencia del violín como instrumento solista.
La banda sonora se centra en las cuerdas y el violín (magistralmente interpretado por Joshua Bell), es suave y sutil, sin usar ni abusar de la orquesta al completo, sin tocar apenas la percusión y los metales de viento. Es una composición compleja y exigente, misteriosa, distante de los alardes y rimbombancias musicales tan propias de la música de cine de hoy en día. Sin embargo, esta vez sí existe un tema principal, y de gran belleza, con lo que le resultó más asequible conquistar los corazones de los miembros de la Academia y obtener su primer Oscar.
Desde entonces Corigliano ha vuelto a apartarse del cine y no ha vuelto a componer nada para la pantalla. Sólo esas tres bandas sonoras, distintas, personales, extrañas, misteriosas, entre las que brilla esta extraordinaria pieza para violín, voz y orquesta:
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6 comentarios:
Tiene razón el Pianista, un blog muy interesante... me quedo con la música de Ana.
Saludos
Cris
Muchas gracias... y yo también adoro esta pieza de Corigliano.
Sé que últimamente más parece un blog de música que de psicología y cine; pero en un par de días retomaré los temás habituales, pues tengo en "bandeja de salida" una serie de post sobre la psicosis y la psicopatía, los estilos de pensamiento, los experimentos de Milgram, etc... a ver si os gustan.
Elperejil (he de reconocer que se me hacen raros los nicks que elegís los guionistas), estaba a punto de contestarte y para variar mi ordenador que va practicamente a pedales se ha vuelto loco... por un momento, ante la perspectiva de perder todo el trabajo de esta semana incluido el fin de semana, he pensado tirarme por la ventana, eso si, con la música de fondo del violín de Anna.
No sé mi grado de conocmiento sobre otros temas, pero te aseguro que mi ignorancia respecto a la música de cine es absoluta. Sin embargo después de leer tu post te aseguro que Corigliano ha pasado a formar parte de mi lista de heroes particulares.
Por lo que, al margen de los futuros posts que espero no perderme, sigas tocando el tema de la música porque resulta apasionante, al menos, como tú lo cuentas.
Cris
Muchas gracias por los ánimos, Cris, y seguiré con estas entradas de música, pues también a mí me resultan muy entretenidas de escribir. Y en la música no importa tanto el conocimiento o la ignorancia como el disfrutar de las melodías que nos gustan o conmueven.
Si quieres alguna entrada más sobre el tema, en el archivo del blog hay otras dos series sobre músicos de cine (una sigue a los favoritos de Aaron Copland, y la otra va más al azar, como ésta)... y en cuanto lance unas cuantas entradas de psicología, volveré con la música. ;)
Jeje, el nick lo puse casi al azar, medio acordándome de un personaje de Barrio Sésamo que me hacía mucha gracia cuando era niño.
Espero que hayas solucionado ese dramático problema con el ordenador... todos hemos pasado por momentos de angustia como ese, seguro.
Un saludo.
No lo conocia, me fijaré en el futuro.
sAludos y feliz semana.
Gracias... y feliz semana igualmente (y seguro que la tuya, con el libro en ciernes, estará muy llenita)
La pieza más conocida y bonita de Coriglina es este tema de Anna; el resto de su música (sus sinfonías y óperas) es más compleja y requiere un poco más de decicación, pero es muy, muy buena.
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