El experimento sobre obediencia fue el que dio más prestigio a Stanley Milgram, y el del mundo pequeño el que tuvo mayor trascendencia social a través de su contribución al concepto de los seis grados de separación. Además, existen otros experimentos de Milgram que, sin ser tan populares, comparten con los anteriores dos elementos: un objeto de estudio interesante pero poco tocado habitualmente, y una aproximación experimental original y curiosa a ese fenómeno. Veamos algunos.
¿Puede dejarme su asiento?
Un buen día, la madre de Milgram se quejó a su hijo de que la gente joven estaba perdiendo las buenas maneras y que ya no cedía su asiento a los ancianos. Milgram le comentó que, con los abstraída que va la gente en el transporte público, a lo mejor ni se habían parado a pensar que necesitase el asiento y que lo que tenía que hacer, si se encontraba cansada, era pedirle a alguien que le dejase sentar. Su madre se rió. Ni de broma le cederían el asiento.
En un caso normal, el hijo insistiría en que sí, la madre seguiría erre que erre con que no, y la discusión se prolongaría hasta que ambos se aburriesen. Pero ese no era un caso normal, era la casa de Stanley Milgram, y éste decidió someter la cuestión a una prueba experimental.
Varios alumnos suyos se dedicaron a coger el metro y el autobús en horas puntas, cuando no suele haber asientos libres, y probaron a pedir a personas al azar, de forma correcta, que les dejasen el asiento. En unos casos lo pedían así, sin más, y en otros daban alguna excusa sencilla y nada dramática (habitualmente para leer un libro, pues de pie no podían). El curioso resultado fue que la gente era mucho más favorable a dejar el asiento cuando se lo pedían sin dar motivo alguno (un 68% de las veces) que cuando lo hacían con una excusa no muy dramática (un 38% de las veces).
Otro dato simpático fue el elevado nivel de stress que sufrían sus alumnos al realizar este experimento. Se ponían muy nerviosos a la hora de pedir el asiento a otra persona, sintiendo como si invadiesen su privacidad, y en los casos en que eran rechazados se sentían fatal, muy avergonzados, llegando a ponerse colorados algunas veces.
Cartas abandonadas
En otro experimento, Milgram probó a dejar cartas aparentemente extraviadas en lugares públicos, con tres tipos de supuestos destinos: nombres de personas desconocidas (o sea, correo ordinario), organizaciones benéficas y de cariz positivo (asociaciones de lucha contra el cáncer, hospitales infantiles…) y organizaciones con un tinte negativo (grupos racistas, partidos pro-nazis, etc.). El objetivo era ver si la gente que encontraba esas cartas, ya selladas y listas para enviarse, las llevaba al correo, las dejaba allí o las tiraba a la basura.
El resultado, la verdad, fue bastante previsible. Las cartas neutras y positivas eran habitualmente enviadas, y las negativas, en muchos casos, destruidas.
No puedo evitar sentir cierta simpatía por este experimento pues con cartas extraviadas y que jamás llegarían a su destino, había trabajado Bartlevy el escribiente, el personaje de la obra homónima de Herman Melville, antes de entrar en la oficina donde haría inmortal la frase: «preferiría no hacerlo». Si no lo habéis leído, pues corriendo a por él. Es una historia corta, que se lee rápido y queda para siempre. Imprescindible.
La influencia de la televisión y los medios
Milgram fue uno de los pioneros en el estudio de la influencia de la televisión en la conducta. En su experimento ponía a los sujetos a ver una serie de televisión mientras esperaban y, luego, los sometía a una prueba en la que tenían que tomar una serie de decisiones morales. Se vio que existía una relación entre lo visto en el televisor y la conducta posterior. Las buenas acciones en la televisión favorecían la aparición de conductas generosas y altruistas durante el experimento. Por el contrario, si en el televisor los protagonistas se comportaban de forma deshonesta, en la prueba posterior los sujetos tendían a ser menos honrados que la media.
Este tipo de experimento se ha replicado también con conductas violentas y pacíficas, y se ha visto que la televisión y los medios sí favorecen la aparición de conductas semejantes a las que aparecen en pantalla, especialmente en niños y jóvenes, pero también en adultos.
Su efecto es, sobre todo, a corto plazo. A largo plazo, evidentemente, la influencia de esos visionados se verá mediada por multitud de otras variables, internas y externas, que afectan a nuestra conducta. Básicamente, si vivimos en un ambiente violento o donde las conductas poco honestas son la norma, la influencia negativa de la televisión reforzará eso. Si, por el contrario, vivimos en un ambiente pacífico y con un mínimo grado de racionalidad, la influencia negativa de los medios se verá menguada o será casi inexistente. Y lo mismo se podría aplicar a la influencia positiva. La televisión es un factor más. No el único.
Parafraseando la genial frase de Woody Allen, quizá cada vez que oigamos a Wagner nos entren ganas de invadir Polonia, pero para llegar a dar ese paso han de confluir unos cuantos elementos más…
Los desconocidos familiares
Si hiciésemos una especia de ranking con los experimentos más populares e interesantes de Milgram, el primer lugar lo ocuparía el de obediencia, el segundo el de los seis grados de separación, y en tercer lugar estaría el concepto de los «desconocidos familiares» («familiar strangers», por si buscáis más información en inglés). Personalmente, yo lo situaría en segundo lugar.
El de los «desconocidos familiares» es un fenómeno propio de las ciudades y la vida urbana, y designaría un espacio humano intermedio, una especie de frontera, entre el mundo de nuestros conocidos y el de los verdaderamente desconocidos. Es el conjunto de personas con las que nos cruzamos habitualmente en ciertos lugares a los que vamos con frecuencia (el autobús, el gimnasio, un bar, el cine…), que nos suenan de vista (y nosotros les sonaremos a ellos) pero con las que no interactuamos.
Según Milgram deben de cumplir tres requisitos:
—Deben de ser observados por nosotros, y nosotros por ellos.
—De forma repetida y, más o menos, regular.
—No debe haber interacción alguna entre nosotros y ellos.
En principio se podría decir que forman parte de la amplia a anónima niebla de desconocidos que nos rodea, una parte que nos resulta más o menos reconocible, pero nada más, como a quien le suena más un árbol o un edificio. Pero Milgram lanzó la hipótesis de que no es sí y que, de hecho, con esas personas mantenemos una relación. No una relación abierta como con nuestros amigos o conocidos, pero sí un curioso estilo de relación en el que, a pesar de reconocerse mutuamente, las partes deciden ignorarse y no entablar ningún tipo de interacción o contacto, sin que ello genere hostilidad o sea visto como algo descortés.
Si las relaciones normales fuesen la luz o el día, y el desconocimiento o falta de relación la oscuridad nocturna, estos desconocidos familiares ocuparían una zona crepuscular entre ambos mundos. Luz sin sol.
Aunque Milgram no lo incluyó como un elemento clave de su descripción inicial, los desconocidos familiares suelen estar fuertemente vinculados a un lugar, que es donde los veremos con mayor o menor regularidad. De hecho, acaban formando parte de nuestra imagen de esos lugares, o más bien de nuestra relación con ellos.
Esto da lugar a un fenómeno muy interesante. Cuando nos encontramos a un desconocido familiar fuera de contexto, quizá debido a la sorpresa o al pequeño shock que se produce debido a ese inesperado encuentro, las posibilidades de que establezcamos una primera interacción con él son muy altas.
Por otra parte, si necesitásemos algo en el lugar donde solemos encontrarnos con ese desconocido familiar y él está presente, es más fácil que se lo pidamos a él antes que a cualquier otro verdadero desconocido que esté en ese lugar. Le pediremos fuego, la hora o una toalla, antes que a otra persona. Normal, pues con él ya tenemos esa pseudo-relación de la que habla Milgram.
Evidentemente, y como toda relación, el desconocido familiar puede cambiar de estatus y, a través de uno de esos inesperados encuentros o de una primera interacción en el lugar habitual, puede pasar a entrar en nuestro círculo de conocidos.
Con los famosos se da una curiosa forma de relación por completo desequilibrada. Para nosotros son desconocidos familiares, mientras que nosotros para ellos somos unos completos (y quizá peligrosos o pesados) desconocidos.
Desde el primer artículo de Milgram sobre el tema, publicado en 1972, el concepto de los desconocidos familiares se ha venido estudiando y teniendo en cuenta en todo tipo de investigaciones sobre interacción social y redes sociales.
Este fenómeno también está presente en Internet, aunque el anonimato que proporcionan los foros y blogs lo modulan y cambian bastante, pues la interacción es mucho más fácil a través de la coraza que proporcionan los nicks y pseudónimos. De hecho, hay autores que afirman que dentro de Internet no existen, como tal, los desconocidos familiares.
Sin embargo, sí podemos experimentar un fenómeno semejante cuando nos encontramos a un blogger, comentarista o forero con el que interaccionamos poco o de forma fría, en un ámbito muy diferente de la red, sea otro tipo de foro, blog o red social. Entonces se produce un shock análogo a cuando nos encontramos al desconocido familiar en otro lugar y es más posible que comencemos a interaccionar con esa persona de una forma más abierta o cercana.
En el cine es muy fácil toparnos con este fenómeno. Tanto en el cine-lugar, físicamente, por las personas con que nos cruzamos habitualmente y ya reconocemos (empleados o espectadores… de hecho, me hice amiguete de una chica que trabaja en el cine al que voy siempre, precisamente cuando me la encontré en la academia de conducir… de libro, vamos), como en muchas películas.
Como guionista, me parece un buen recurso el utilizar este fenómeno para hacer que dos personajes, que se cruzan a veces en el mismo lugar sin llegar a hablar, tengan su primer contacto en un sitio distinto al habitual. No es ningún descubrimiento ni ninguna innovación. Hay muchas series y películas en que se juega ese recurso, y los chavales que se suenan de clase o del barrio, comienzan a hablar por primera vez cuando se cruzan en otro lugar: un cine, una tienda de discos, un lugar de vacaciones… O, al revés, dos personajes comienzan a hablar (sin que los hayamos visto antes juntos) al encontrarse en un lugar y, en diálogo, dejan caer que son desconocidos familiares (el típico «¿Tú no estabas en la clase del profesor nosequé?» o algo por el estilo). Así esa tipo de primera interacción será aceptada de forma más natural por el espectador, pues tendrá de forma intuitiva la experiencia de haber vivido situaciones similares.
Yendo ya a películas concretas, curiosamente la única que se titual, precisamente, «Familiar Strangers», no tiene nada que ver con este tema.
El irregular patrón de relación entre un famoso (desconocido familiar para el común de los mortales) y un desconocido ha sido llevado a la pantalla en varias ocasiones, bien en forma de comedia romántica, como en «Notting Hill», o de suspense, como en la magistral «Extraños en un tren» de Hitchcock… por cierto, una mala traducción, pues debería de haberse titulado «Desconocidos en un tren».
De todas las películas en las que podemos ver encuentros entre desconocidos familiares como una parte fundamental de la trama, quizá, la que más me guste sea «Breve Encuentro», de David Lean, a partir de una obra teatral de Nöel Coward.
En ella, un hombre y una mujer, que seguramente se habrán cruzado en esa estación de tren muchas veces, que quizá se suenen, tienen su primera interacción cuando una arenilla entra en el ojo de ella y él, amablemente, se la retira con su pañuelo. Hasta ese momento no habían cruzado ni una palabra, pero a partir de ese pequeño gesto cae el telón que les separaba y pasan de desconocidos familiares a conocidos, y de ahí a amigos y a amantes, pese a que ambos están casados y tienen hijos. Al final, en ese mismo lugar, han de separarse en una de las despedidas más conmovedoras y tristes de la historia del cine: ellos, callados, sabiendo que jamás volverán a verse, mientras que una inoportuna amiga de ella, que acaba de aparecer y es por completo ajena a la situación, no para de hablar de chorradas. La apasionada despedida que ambos esperaban, ese último abrazo o beso, ese contacto final, les es por completo robado y, en silencio, como dos vulgares conocidos que apenas se tratan, tal y como eran al principio de la historia, se separan para siempre con un vulgar gesto de despedida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Me ha parecido muy interesante lo de los desconocidos familiares, pero ¿hizo Milgram algún experimento para demostrarlo o para llegar a esa conclusión? Yo pensaba que el motivo de no saludar a esta gente no era que esa relación estuviese establecida así, sino que cada uno creemos que somos conscientes de ver al otro, pero pensamos que el otro no se ha fijado en nosotros, no se ha dado cuenta de que nos cruzamos muchas veces. Eso es lo que pienso yo, por lo menos, pues me considero más observadora de lo normal y creo que hay mucha gente que no habrá caído en que nos cruzamos por la calle muy a menudo.
No, Milgram escribió su artículo sobre el tema a partir de una serie de estudio que había estado haciendo en Nueva York y la red de metro; no buscaba esto, pero a base de observar conductas en relación con sus otros estudios, se fijó en ello y elaboró el concepto y la teoría. Después ha tenido mucho impacto, sobretodo en Estados Unidos...
Realmente no los saludas en el lugar donde es habitual verlos, porque, de alguna manera forman parte de él desde el principio y no saludarse forma parte del código allí. Cuando se rompe el contexto es cuando surge el saludo.
A veces piensas que no te conocen, y en algunos casos es lógico. Para mí es fácil quedarme con la taquillera del cine, pero para ella no es fácil quedarse conmigo pues no dejo de ser un cliente más. Lo que pasa es que voy mucho al cine (bueno, iba...) y es fácil quedarse conmigo porque contrasto mucho con mi mujer (yo soy grandote y ella delgadita... movida Asterix y Obelix, vamos), por eso, cuando me la encontré en la academia de conducir me di cuenta de que me reconocía... y nos saludamos. En el cine, jamás lo habíamos hecho.
Conste que con cierto tipo de dependientes es fácil romper ese status de desconocido familiar en poco tiempo... pues muchos están obligados a hablarte para hacer su trabajo: panaderos, tenderos, kioskeros, etc... El caso de la taquilla del cine, al estar más aislada, sí es un poco diferente.
Por eso el desconocido familiar va más en la línea del tipo que siempre te encuentras en el mismo lugar. Más que cruzarse por la calle (salvo que sea en un punto muy concreto, como la parada del bus a cierta hora) es lo de verse siempre en el mismo sitio o local: bar, gimnasio, escuela, garaje, parque, supermercado... De hecho, cuando llegas y no está, hasta te falta algo en el sitio, como si lo hubieran cambiado.
Hay un señor que vende pañuelos en un semáforo que hay cerca de mi casa... y si al pasar por allí no lo veo, me da mal rollo... hasta me preocupo por si le habrá pasado algo...
Publicar un comentario