¿No estaría genial hacer una saga, de películas o en una serie de televisión, uniendo sus dramas históricos acerca de los reyes británicos? La mía la tengo muy clara en mi cabeza. Se titularía «Lancaster», pues es la dinastía protagonista, y comenzaría con el ascenso de esa familia al poder en «Ricardo II»; continuaría con sus duros inicios —y la heterodoxa formación de un futuro rey en medio de geniales truhanes— en las dos partes de «Enrique IV»; alcanzaría su cénit con «Enrique V»; comenzaría su decadencia con las tres partes de «Enrique VI»; para concluir en la climática batalla de Bosworth de «Ricardo III» y el ascenso al poder del primer Tudor, en cuya figura se reúnen las familias antagónicas York y Lancaster. Un complejo y ambicioso fresco histórico que se extiende de 1377 a 1485, retratado por uno de los poetas más grandes de todos los tiempos.
Fuera quedarían «El Rey Juan» y «Enrique VIII», que rompen esa línea temporal.
Me hizo gracia descubrir que Orson Welles había tenido el mismo sueño y que, como parte de su materialización nos legó «Campanadas a Medianoche».
Para el cine quizá era un proyecto demasiado ambicioso, pero para la televisión, y más para la televisión británica, y con la colaboración de la Royal Shakespeare Company, era una tarea posible.
La BBC, a finales de los años 50, con la televisión aún en pañales, acometió la tarea y, en 1960 se estrenó «An Age of Kings». Una serie de 15 capítulos de, más o menos, una hora de duración, que recogen las obras que cité anteriormente. Aunque es teatro filmado y resulta un tanto academicista por momentos, jugando mucho con los primeros planos y los planos medios, hay detalles curiosos y muy interesantes en la realización y se hizo un considerable esfuerzo por representar las numerosas batallas que ocurren durante esas historias.
Toda una superproducción, con numerosos decorados, vestuario y atrezzo de época, y más de 600 actores con texto. Hoy, el que nos puede resultar más curioso, pesa a que casi todos están inmensos, es un jovencísimo Sean Connery, dando vida a Hotspur (personaje histórico y que tiene un papel crucial en «Enrique IV») en una actuación realmente brillante.
Fue todo un éxito en el Reino Unido y se convirtió en la primera serie de televisión que ese país exportó a Estados Unidos, donde también tuvo muy buenas críticas. Hoy, gracias al DVD, aún podemos disfrutar de ella. Un clásico imperecedero y una obra maestra imprescindible tanto para los amantes de Shakespeare como para los fans de las series de televisión.
Además, fue la serie que le dio prestigio a la televisión. Hasta ese momento se veía la televisión como algo muy inferior al cine, populachero y de segunda. Fueron muchos los que criticaron, en su día, el empeño de esta producción. ¿Shakespeare en la televisión? Les parecía un insulto meter al genio de Avon en un aparato que sólo servía para anunciar jabones y narrar historietas con las que entretener a la gente en su casa. Shakespeare vivía en los teatros o en las películas de Lawrence Olivier. Pero jamás se podría meter en algo tan trivial como la televisión. El resultado fue tan asombroso, y todo el mundo quedó tan encantado, que los críticos tuvieron que cerrar la boca. No sólo se había hecho justicia a la calidad de esas obras, sino que la obra de Shakespeare tuvo una difusión mayor de la que había tenido nunca.
Hoy podemos disfrutar de obras verdaderamente épicas para la televisión, como ese díptico sobre la guerra que es «Hermanos de Sangre» y «El Pacífico», o superproducciones históricas como «Roma», «La puta del Diablo» o «Los pilares de la tierra», en las que la BBC ha vuelto a colaborar. No está de mal recordar a la serie pionera en este tipo de ambiciosas reconstrucciones.
No estaría mal que, siendo éste año el cincuenta aniversario de «An Age of Kings», alguna cadena o distribuidora española se animase a traernos este clásico para que podamos disfrutarlo con subtítulos en castellano (o doblado) pues, hasta ahora, que yo sepa, hay que lidiar con los subtítulos en inglés del DVD.
La música incidental de la serie fue compuesta por Christopher Whelen, pero para la cabecera decidieron encargar una pieza especial a un músico de prestigio. ¿Y quién mejor que el actual «Master of Queen Music» y el que había sido director musical de esa cadena, la BBC —cuando sólo era radio—, durante la guerra? Así que la cabecera fue compuesta por Sir Arthur Bliss, dándole así un imperecedero valor añadido a la serie.
Y de éste músico del hablaré en la siguiente entrada.
6 comentarios:
Las tres últimas entradas son increibles, fantásticas.
Me ha gustado mucho leerte de nuevo
Un abrazo
Muchísimas gracias, madison, también me gusta tenerte por aquí, comentando.
;)
Sólo decir que el sistema de grabación recuerda al de las sitcom actuales, principalmente aquellas que se graban con público. En España se hacen con ese formato Aída y la reciente Museo coconut. Supongo que tanto en el caso del teatro como en el caso de las sitcom, este formato permitía que no estuviera reñido perfeccionar el trabajo interpretativo (con los ensayos previos y puestas en escena) con obtener cierta "frescura" interpretativa de los días de grabación.
De aquellas casi todas las series se grababan así, en directo y en vivo; más que una grabación era una retransmisión. Si el capítulo duraba una hora, la grabación duraba una hora. La gran diferencia que impuso ésta fue la ambición de su empeño y el nivel de complejidad de la producción, aparte de que el nivel de los actores era tremendo.
Aída y Museo Coconut se graban con público, pero no en estricto directo, pues hay pausas y se repiten cosas (la grabación de un capítulo suele durar unas seis horas). Con Museo Coconut creo que pasa lo mismo, pues la grabación dura unas cuatro horas.
Tuve el honor de trabajar en uno de las pocas series de ficción que, en la actualidad, se realizaba y emitía en directo, al estilo de las de los 50 y 60. Y era de una hora y pico.
En "O Show dos Tonechos" se dedicaban tres días a lecturas de guión y ensayo, y luego se realizaba y emitía en directo el capítulo. Mucha gente flipaba porque usábamos numerosos cambios de set, vestuario, maquillaje e incluso flashbacks... y les costaba creer que aquello no estaba editado.
Estar entre bambalinas era un flipe por el nivel de rapidez y tensión que había entre el personal técnico. Alguna vez, usando una pausa publicitaria, llegamos a cambiar todo un decorado entero en menos de cinco minutos. O a cambiar de ropa a un actor para que apareciese en su propio flashback en menos de dos minutos... Qué buenos recuerdos...
Tienes toda la razón, Elperejil. Más bien me refería al sistema semanal, es decir, concentrar la grabación en un día concreto y usar el resto para ensayos, que al hecho de que fuera del tirón. En cualquier caso, tu matización tiene todo el sentido del mundo.
Y sí, la emoción y la adrenalina que provoca un directo es impagable. Suerte la tuya que pudiste unir "ficción" y "directo" en un mismo espacio :)
Gracias insecto; sí que fue toda una experiencia. Memorable. No creo que se hayan hecho muchas más series en directo de forma regular aparte de la nuestra. Para los guionistas había cierta presión, pero para los actores y técnicos de plató el subidón de adrenalina tenía que ser tremendo.
Por el resto tienes razón. Aída y Museo Coconut con lo que más se acerca hoy al antiguo sistema de realización de televisión con el que se hizo esta serie y tantas otras de la época.
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