martes, 23 de noviembre de 2010

Arnold Bax, siempre entre dos mundos

Arnold Bax nació en la Inglaterra más dickensiana de todas las Inglaterras, el Londres de 1883, si bien vivió la infancia menos dickensiana que se podría imaginar. De familia acomodada, a pesar de las penurias y dureza de la época, nunca le faltó de nada y tuvo una educación privilegiada. Sin embargo, y pese al gran contraste con su estrecho mundo personal —o quizá gracias a él—, acabaría siendo el elegido para poner música a la cruel realidad que le rodeaba y que tan bien había sido representado por Dickens en sus novelas.
De hecho, toda la vida de Arnold Bax pareció moverse de una forma semejante, en la frontera entre mundos, siempre a salvo del peligro pero con la mirada clavada en él.

Su posición acomodada podía haberlo convertido en un vago y un snob, pero sus inquietudes intelectuales le llevaron a la música y la poesía. Y, a través de esta, en concreto de W. B. Yeats, descubrió su primer gran amor. Irlanda. Viajó por ese país, hizo grandes amigos y el influjo de sus sonidos y tradiciones se deja ver en toda la obra musical de Bax.

Sus viajes y lecturas también le llevaron hasta la cultura nórdica y la rusa, otras grandes influencias en su música. Y esa fascinación por las tradiciones le hizo mantenerse alejado de las vanguardias, explorando siempre las posibilidades de la música tonal y del romanticismo.

Y eso le volvía a situar a medio camino. Para los europeos era demasiado inglés y para los ingleses demasiado ecléctico o, peor aún, demasiado irlandés

Durante la Gran Guerra una enfermedad pulmonar le salvó de ir al frente, pero tuvo su guerra en casa, al simpatizar con la causa irlandesa durante la revuelta de Pascua, en 1916. Lloró por la destrucción de Dublín, la salvaje represión británica y la muerte de muchos amigos suyos. Los lamentos que compuso iban dedicados a aquellos hombres que habían muerto en las calles y cárceles de Dublín, y no a los caídos en Flandes. Algo que no sentó muy bien.

Se casó con una amiga de la infancia pero poco después conoció al gran amor de su vida, la pianista Harriet Cohen. Era un hombre religioso y de convicciones profundas, con lo que ese amor, que consideraba ilícito pero no podía controlar, le torturaba de manera angustiosa. Y, ya que no podía manifestarlo todo lo libremente que quería, lo transfiguró en música y compuso para ella numerosas piezas de piano.
Cuando, en un accidente, Harriet perdió la movilidad de la mano derecha, comenzó la creación de una serie de conciertos y suites para piano tocado solo con la mano izquierda.

Su éxito y prestigio hicieron que poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial fuese ordenado caballero y Maestro de Música Real. Aceptó el honor, pero siempre se sintió extraño, pues sentía que, de alguna manera, traicionaba a sus amigos irlandeses. Nuevamente, las fronteras no hacían más que sembrar angustia en un hombre que había nacido para atravesarlas.

El conjunto de su obra es inmenso: piano, orquesta, cámara, coral, música incidental para teatro, poemas sinfónicos… pero sólo dos películas, una de ellas un cortometraje.

Durante la guerra, al igual que la mayoría de los grandes músicos del momento, recibió la visita de Muir Mathieson, que le animó a componer la banda sonora de un documental sobre la heroica resistencia de la isla de Malta. Su primer trabajo para el cine.

Mathieson se quedó muy contento con la experiencia y cuando, ya tras la guerra, la Rank Organisation se propuso rodar una gran producción a partir del clásico de Dickens «Oliver Twist», con dirección de David Lean, propuso a Bax como compositor de la banda sonora.
Arnold Bax aceptó, el propio Mathieson ayudó con los arreglos y dirigió la orquesta, y para varias piezas de piano que suenan a lo largo de la película se contrató a para interpretarlas Harriet Cohen.

El estilo de Bax, brillante y apasionado dentro de los límites del clasicismo, está presente en toda la partitura, si bien se deja modular por lo que Bax había aprendido viendo otras películas. Especialmente se nota la influencia de Korngold a la hora de intentar que la música no fuese un mero acompañamiento y que siempre estuviese ahí para aportar algo. Matizando, completando o comentando la imagen.

Y, lo más importante —algo que muchos músicos, productores y directores actuales parecen haber olvidado—, sabiendo retirarse cuando no sumaba nada al simple poder de la imagen, los diálogos y el sonido… aunque en esto la colaboración de Lean y Mathieson fue importante, pues Bax compuso piezas que ellos no usaron, no porque fueran malas, sino porque eran innecesarias. Un ejemplo es la tormenta que, tras el preludio y los títulos, abre la película. La pieza que compuso Bax para ese momento es buena, pero no fue usada pues la fuerza de las imágenes y los efectos de sonido, por si solos, transmitían de forma mucho más contundente los sentimientos que se querían dar en esa escena. El mérito de este arranque, curiosamente, no es tanto de David Lean como de su esposa en aquel momento, la actriz y bailarina Kay Welsh, quien se encargó de planificar esta secuencia.

Aquí dejo dos escenas que he encontrado y que pueden ilustrar el estilo de la música de Bax y su uso en la película.

En el primer minuto de esta primera escena vemos como Oliver es conducido hacia el mundo de los bajos fondos, curiosamente a través de una ascensión. La música aquí sí es necesaria para dar vida y tensión a unas imágenes que la necesitan. La vivaz melodía aquí cumple una triple función: da ritmo a la escena; ilustra los sentimientos de Oliver, pasando de su misterioso inicio a la fascinación final ante esa vista de los tejados de Londres; hace un comentario irónico, especialmente en su parte final, dándole una épica casi mística y religiosa al clímax de esa ascensión ante la cúpula de la catedral de San Pablo. Oliver ha ascendido al paraíso de los ladrones.

Y, al llegar ante la presencia de Fagin, la música calla y nos deja en silencio, sin subrayados ni obviedades. Estamos otra vez en la piel de Oliver, mudo ante la misteriosa aparición del señor de ese particular reino de los cielos.



En esta otra escena, a partir del minute 1:46, la música da vida y marca el tono de las lecciones de carterismo que Fagin le da a Oliver. Es una música alegre y jocosa, que orienta al espectador hacia las emociones correctas. Está con Oliver, y en ese momento, se lo está pasando bien.



Es curioso constatar como la fabulosa interpretación que Alec Guinness, y el vestuario y maquillaje que lleva, hicieron que la película fuese prohibida tanto en Israel, pues la consideraron antisemita, como en Egipto, pues la consideraron pro-judia. Si es que cuando eres picajoso, todo vale para protestar…

La partitura completa de Arnold Bax está editada por CHANDOS, incluyendo los temas escritos y no usados en la película, y la música de su cortometraje sobre Malta. Toda la obra cinematográfica de este autor en un único CD que cualquier aficionado a la música de cine debería tener.

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