jueves, 18 de noviembre de 2010

Doreen Mary Carwithen, víctima de su tiempo

Una semana de noviembre, como esta, hace casi noventa años, nacía Doreen Mary Carwithen en Haddenham, Inglaterra. Dotada de «oído absoluto» (ser capaz de identificar o cantar cualquier nota sin tener otra de referencia), desde niña mostró una gran vocación y talento para música. Con 16 años ya había compuesto su primera pieza, «Daffodils», una melodía para piano y voz a partir de un poema de Wordsworth.
En la Real Academia de Música, donde conoció a su profesor y futuro marido William Alwyn (ún tardarían unos años en comenzar su relación), compuso una original e inspirada obertura «One Damn Thing After Another», inspirada en la novela homónima de Masefield. Esta pieza se estrenó en 1947 y, gracias a ella, fue la primera de la lista para acceder a un curso especial de composición para películas y documentales. Los que organizaban ese curso se quedaron muy sorprendidos al descubrir que el «compositor» era una jovenzuela.

A partir de ahí comenzó su carrera como compositora de cine, que compatibilizó con la elaboración de sus propias piezas para conciertos, cuartetos, ballets, etc. Recogía tanto las influencias de las vanguardias y la música impresionista, como la de los compositores más clásicos, y conseguía darles una personalidad propia muy particular. Un estilo elegante, complejo e inspirado. Es fácil de oír de buenas a primeras por la belleza de sus melodías, pero si prestamos atención veremos todas las sutiles líneas melódicas y de acompañamiento que se esconden bajo el tema principal, su rico uso de las pequeñas disonancias y otros curiosos golpes de efecto, o los inesperados giros y cambios que se producen en el desarrollo de sus piezas.

Y, si es tan buena, ¿por qué no es tan famosa como otros coetáneos suyos y son tan difíciles de encontrar sus composiciones? La respuesta es sencilla y terrible. Era una mujer.

La sociedad de su tiempo era muy machista y, aunque el mundo del cine era un poco más liberal que otros ámbitos, también le llegaba. Y un campo tan elitista y académico como el de la música, mucho más.

Pese a su talento, premios y reconocimiento (Vaughan Williams la consideraba una de las grandes promesa de la música británica) ningún agente artístico quiso arriesgarse a representar una mujer. Tuvo que buscarse la vida y sólo consiguió, tras duros esfuerzos, trabajos de segunda. Cobraba menos que sus compañeros masculinos e incluso, en ocasiones, tuvo que trabajar como «negro», permitiendo que otros firmasen sus trabajos a cambio de una cantidad de dinero no demasiado grande. Ni siquiera logró que muchas de sus piezas orquestales y de cámara se interpretasen. Era casi imposible convencer a los músicos y salas de conciertos para que estrenasen las composiciones de una mujer.

En 1961 se casó con William Alwyn y, contra lo que pudiera pensarse, eso no le ayudó demasiado. De hecho, apagó lo que había sido su dura y complicada carrera. Se convirtió en la secretaria, arreglista y consejera de su famoso marido. Podrían haber sido una pareja de iguales, de grandes compositores que trabajan codo con codo. Pero no. Mary Alwyn, que fue como pasó a llamarse, fue relegada a un segundo término y casi desapareció.

En 1985 murió William Alwyn y Doreen, además de administrar su legado musical, volvió a centrar sus fuerzas en la composición, si bien no volvió a trabajar para el cine.

En 1992 el sello Chandos, en su extraordinario esfuerzo para divulgar a los músicos británicos del siglo XX, encargó la grabación de varias de sus piezas. Cuando los críticos y oyentes, que lo poco que sabían de esa mujer es que era la viuda de William Alwyn, las escucharon se quedaron asombrados. Allí había talento y personalidad, verdadero genio. No era la obra oportunista de una viuda que intentaba sacar provecho de la fama de su difunto marido, como algunos habían pensado. En realidad, de hecho, había sido al revés: Doreen Mary Carwithen, la gran compositora, había sido eclipsada por Mary Alwyn, la esposa del músico famoso.

Durante sus 15 años de carrera como compositora de música para el cine trabajó en más de 35 documentales, películas y cortometrajes. Por destacar citaré dos pequeñas pero curiosas piezas que elaboró para la actriz, bailarina y directora (de ópera, teatro y cine) Wendy Toye, otra mujer que tuvo que luchar muy duro para llegar a donde llegó.

Se trata de las bandas sonoras para los dos primeros trabajos de Toye para el cine. «The Stranger left no Card» y «On the Twelfth day…». El primero ganó en Cannes el premio al mejor cortometraje, y el segundo fue nominado al Oscar en esa misma categoría.

En «The Stranger left no Card» seguimos la historia de un excéntrico y pintoresco mago que llega a una ciudad, ganándose la atención de todos con sus trucos y divertidas gracias… y no voy a comentar más porque es mejor que lo disfrutéis por vosotros mismos.

Aunque no entendáis el diálogo o la voz en off, que creo que es un añadido que no estaba en la versión original, pues no aporta mucho, no pasa nada. La historia se comprende perfectamente con la música y las acciones. Y es una verdadera maravilla.







Como podréis haber visto, la música de Carwithen, inspirada en una suite de Hugo Alsven, domina muchas de las escenas de la película, especialmente en su arranque. Apenas hay sonidos ni diálogos. Todo es puro movimiento y música, un perfecto ballet en el que los talentos de Doreen y de Wendy Toye se conjugan a la perfección. La puesta en escena consigue dar apariencia naturalidad, casi documental, a esa pequeña ciudad, y la música transforma esa realidad y la convierte en un bellísimo ejercicio de danza. La coreografía, el equilibrio entre la imagen y la música, resulta perfecto.

Según avanza la historia ese música, alegre y dinámica, se va haciendo más melancólica y misteriosa, siguiendo, o más bien preparando, el tono de esta peculiar historia. ¿Por qué en Cannes, ahora, no premian trabajos tan originales y entretenidos como este?

En su siguiente corto, Toye y Carwithen juegan con la tonadilla navideña «On the Twelfth day…», haciendo que un enamorado regale a su chica todos los presentes que se van diciendo en la canción. No he podido encontrarlo ni verlo, pero todos los comentarios que he encontrado sobre él coinciden en que es brillante, mágico y divertido. Para Wendy Toye también compondría la banda sonora de la interesante película de misterio «Tres casos de asesinato», protagonizada por Orson Welles.

De su música orquestal he podido encontrar el segundo movimiento de su concierto para piano y orquesta. Es una pieza compleja, rica, sutil, llena de misterio y elegancia. Al oírla se me parte el alma al pensar en las grandes composiciones que Doreeen pudo crear y no hizo por culpa de unos tiempos que la marginaron por el simple hecho de ser mujer.

2 comentarios:

Kohonera dijo...

Me recuerda a la historia que se cuenta en "Tres colores: Azul", de Kieslowski

Elperejil dijo...

Anda, pues no lo había pensado, pero sí que se parece un montón a esa peli, por lo menos en su punto de partida.

Muy buena aportación, gracias.