En televisión es muy típico el crear una «biblia» para las series. Es un documento en el que se recoge toda la información previa al desarrollo de dicha serie: de qué va, el tono, estilo, tema y tramas principales… y, cómo no, la descripción de los personajes. También es normal que para el proyecto de una película o una novela, bien sea para nosotros o para presentar un documento más formal, tengamos que pensar y poner por escrito cómo son los personajes de nuestra historia.
Sobre el tamaño de las «biblias» y de esa documentación previa las opiniones difieren y es una cosa muy personal. Un importante guionista español, autor de varias series de muchísimo éxito, me comentaba que con dos o tres páginas debía llegar, y que el resto solía ser paja para que la productora o televisión de turno no pensase que somos unos vagos y que el proyecto pueda tener una presentación más vistosa que con esas dos o tres magras hojitas. En el otro lado estaría John Cheever, que para su relato corto «El nadador» —unas 15 páginas— llegó a reunir más de 150 páginas de anotaciones sobre los personajes y la trama.
La descripción de los personajes
A la hora de poner por escrito la descripción de un personaje en la «biblia» o un proyecto se cae, a veces, en rodearlo de una verdadera nube de adjetivos que acaba por ser más confusa que aclaratoria, además de hacer que la lectura sea un verdadero peñazo. Hay que pensar que si el documento va a ser leído por otros, especialmente si hemos de persuadir a esos otros (productores, ejecutivos de televisión) de que merece la pena que nos lo compre, ha de resultar entretenido y de lectura agradable.
Por ello no está de más usar un poquito de técnica literaria y, si pega bien, dar ligeros toques de humor que hagan más amena la lectura. También ha de ser clara y transmitir una visión lo más certera posible de los personajes que tenemos en mente.
Personalmente me gusta hacer el ejercicio de usar la menos cantidad de adjetivos posibles y que la descripción se base en sustantivos y verbos, y que los adjetivos que haya se refieran a ellos. Tampoco es cuestión de enloquecer con esto, pues a veces un adjetivo es necesario y muy ilustrativo.
Es bueno comenzar con el nombre y apellidos (algo que resulta muy práctico a la hora de escribir, aunque parezca nimio) y rasgos externos que sean relevantes y destacados en el personaje, como si es gordo (y eso juega en la trama de alguna manera) o muy guapo, si viste raro o llamativo, su raza o nacionalidad si no es la común en el lugar donde se desarrolla la historia, su profesión, si tiene alguna enfermedad que le marque (una ceguera nocturna o una enfermedad cardíaca) que vayan a tener cierto peso en la historia. Que alguien sea daltónico, si eso no va a pintar nada, ni siquiera para un chiste no tiene sentido contarlo (por ejemplo, los daltónicos ven la bandera jamaicana igual que la española… lo que puede dar para algún divertido gag si un personaje es nacionalista; de hecho, un amigo mío confundió un local de porreros seguidores de Bob Marley con un garito facha por culpa de ese detalle… y menos mal que no le pasó al revés).
Estos rasgos tan físicos y externos, sobre todo si en el primer capítulo de una serie se presentan muchos personajes, pueden ayudar al espectador a quedarse con ellos; el rubio, la rubia, al gordo, el bajito, el poli (salvo que sea una serie policíaca, claro… pues todos serán polis), el que viste hortera o de traje, el asiático, el guapo, la que viste de putón, etc. En «Perdidos», por ejemplo, esto se hizo muy bien: cada personaje podía ser definido por una palabra desde el primer momento, diferenciándose de los demás ya antes de que llegásemos a conocer sus nombres, rasgos o historias personales.
Una vez fijados esos datos «externos» podemos pasar a pensar unos cuantos rasgos de personalidad para situar un poco más al personaje en su manera de ser. Creo que con unos pocos, dos o tres, debería llegar para una primera pincelada, pues si empezamos a sumar más el dibujo comenzará a ser confuso, latoso e incluso contradictorio.
A partir de ahí podremos profundizar más con —de haberlo— ese rasgó único que le hace interesante o diferente, elementos biográficos e incluso ideológicos, conflictos latentes y cosas pendientes a resolver, debilidades, su “saldo contable” con otros personajes (favores debidos, lealtades y deudas personales… en otro post hablaré de las “contabilidades” que usa Boszormengy-Nagy para analizar las relaciones familiares y sociales), etc.
Todo esto hay que hacerlo muy ameno y claro; que le descripción siempre vaya hacia dentro, no dando vueltas y más vueltas. Hay que estructurarla igual que una historia, un pequeño cuento corto en que se nos va desvelando, poco a poco, ese misterio que es un ser humano.
Y, en paralelo a todo lo anterior, lo más importante: preguntarse a uno mismo cómo va a jugar eso en la historia, pues, de no ser relevante para la misma, puede llegar a ser incluso contraproducente ponerlo por escrito, pues no estamos coartando de forma innecesaria.
Últimamente, a la hora de definir personajes, he disfrutado —y aprendido— mucho revisando cómo lo hace Melville en «Bartlevy» o Robert Walser en alguno de sus cortísimos relatos recogidos en «La Rosa». Seguro que cada uno tiene sus libros favoritos, con esas maravillosas descripciones que nos atrapan como si de un relato de intriga se tratase. Esa es una gran fuente para aprender.
Por mi trabajo he tenido que escribir unas cuantas «biblias» y proyectos, y aún he leído muchos más (algunos, realmente excelentes) y entre los rasgos cardinales que definen a los personajes he visto de casi todo, pero, curiosamente, casi nunca he visto usado uno de los conceptos claves en la moderna psicología de la personalidad: el «locus de control».
El locus de control
«Locus de control» significa «lugar de control» («locus» es «lugar», en latín, por lo que su plural sería: los «loci de control») y, si he de ser sincero, me resulta un tanto pedante y forzado meter un latinajo en medio de la expresión, con la otra parte en castellano, pero así es como se conoce este concepto en psicología.
Este concepto fue planteado por primera vez por Julian B. Rotter (el de la foto) en 1954 y, posteriormente, ha sido desarrollado e investigado por él y muchos otros, convirtiéndose en uno de los temas más estudiados en las teorías de psicología de la personalidad.
Se puede definir como la creencia de una persona acerca de cuál es la causa de los buenos o malos resultados en su conducta y, en general, de lo que le pasa en la vida. Puede ser:
- Locus de control interno: cuando la persona piensa que esos resultados son causa directa de su propia conducta y aptitudes.
- Locus de control externo: cuando la persona piensa que esos resultados son causa de factores externos: el azar, el destino, los demás.
Rotter insiste en que tengamos en cuenta que esto no es una dicotomía, sino los dos puntos extremos de una escala en la que situar a las personas en función de si atribuyen los resultados de sus acciones a factores internos o externos.
Así, si un alumno pensase que el suspenso en un examen se debe a que lo hizo mal, diríamos que tiene un locus de control interno. Si estuviese convencido de que ha suspendido por culpa de que tuvo muy mala suerte o de que el profesor le tiene manía, su locus de control sería externo. Si creyese que lo llevaba mal y que, encima, no tuvo demasiada suerte… pero estaría en un punto medio.
El anterior es un ejemplo para entendernos, pues para medir el locus de control de una persona se ve su tendencia a explicar la totalidad de resultados de su conducta y de las cosas que le pasan.
El locus de control y los «estilos de explicación»
Durante las siguientes décadas Rotter y otros muchos psicólogos estudiaron el locus de control y cómo este determinaba la personalidad y, ya a finales de los setenta, varios autores añadieron otras variables que lo completaban a la hora de estudiar cómo la gente se explica a si misma los resultados de su conducta y las cosas que les pasan. Partieron de tres ejes:
- El eje personal, semejante al locus de control. ¿Cuál es la causa de esos resultados? ¿Yo o el azar, destino, otros, etc.? Lo visto: «suspendí porque no llevaba preparado el examen» (interno) vs «suspendí por mala suerte» (externo)
- El eje de constancia: ¿esto que me ha pasado es siempre así o es algo pasajero? Aplicado al examen sería: «esta vez suspendí» (inestable) vs «siempre suspendo» (estable)- El eje de alcance: si de un resultado se sacan conclusiones para todo el resto de las cosas que hacemos, o lo tomamos como algo vinculado a una conducta concreta: «suspendí este examen pero hay cosas que se me dan muy bien» (específica) vs «suspendí porque todo se me da mal» (global)
Aquí usé el ejemplo de un suspenso, pero también puede aplicarse a algo positivo, como aprobar, tener buena suerte, caer bien a la gente, etc.
La combinación de dónde una persona suele situarse en estos tres ejes a la hora de explicar su conducta da como resultado muchas categorías de personalidad que nos sirven para ver cómo es una persona a la hora de interpretar lo que le ocurre. También nos ayudará a deducir cómo reaccionará ante ciertos eventos futuros… algo que puede resultar de bastante utilidad no sólo a un psicólogo, sino también a un guionista o escritor a la hora de mantener la coherencia en la conducta de un personaje al enfrentarlo a diferentes situaciones.
Estos tres ejes pueden dar lugar a muchos tipos o formas de ser, pero hay dos típicas (que han sido muy estudiadas por sus implicaciones clínicas), un tanto extremas, que sirven de buen ejemplo de una categorización. Ante un revés puede hacer un:
- Estilo de explicaciones pesimista: interno, estable y global: «siempre hago todo mal»
- Estilo de explicaciones optimista: externo, inestable y específico: «la culpa de que suspendiese este examen es que tuve muy mala suerte»
Estos mismos ejes, aplicados a un resultado positivo, nos daría un resultado aparentemente diferente: el «siempre hago todo bien» parece digno de un optimista o de un soberbio, pero esa persona, si se conduce de esa forma en todo, estará siempre al borde de la crisis, pues ante el más mínimo revés se verá sumido en la desesperación, dando bandazos anímicos constantemente. El otro, que piensa que ha tenido una chiripa cojonuda para aprobar ese examen, estará más protegido ante futuros reveses.
También hay personas que se mantienen en un astuto punto medio, con capacidad para cambiar de una visión externa a interna en función de si el resultado es positivo o negativo; para mí sería casi un cuarto eje: la flexibilidad de adaptar las explicaciones al resultado. Una persona con este instinto de conservación se echaría siempre los méritos de sus éxitos y culparía a los hados y demás de sus fracasos, mientras que un fatalista pensaría que sus logros se deben a la suerte y sus fallos a que es un desastre. Y ni uno ni otro extremo son buenos, pues ambos dan una percepción muy distorsionada de la realidad que, al chocar con ésta, podrá acabar por causar importantes problemas en la conducta y conflictos con los demás.
Supongo que lo más sano o adaptativo es mantenerse en un racional y cabal punto medio de todos estos ejes, para extraer buenas conclusiones de nuestra conducta y poder, así, adaptarla de forma realista al futuro. Los extremos siempre pueden ser problemáticos… pero también nos pueden ayudar a generar interesantes personajes.
Implicaciones de «locus de control» en la conducta
Una de las principales líneas de investigación a partir del concepto de locus de control fue la de buscar qué conductas se podían esperar en una persona en función de si su locus tendía a ser interno o externo.
Así se vio que las personas con un locus de control interno tendía a sentirse más en control de la situación, a aceptar retos más difíciles y asumir más riesgos que las que tenía un locus externo, en general menos activas y más prudentes.
Respecto al estado de ánimo resultó sorprendente ver que eran los que tenían un locus de control externo los que caían más fácilmente en el desánimo y la depresión. De buenas a primeras podría parecer que alguien que culpa a los hados o a los demás del fracaso de sus acciones debería de tener mayor resistencia a la depresión que alguien que se culpa a sí mismo. Sin embargo no es así, más bien al contrario. La razón de esto la podemos encontrar en una serie de experimentos que llevó a cabo Martin Seligman (el de la siguente foto) en 1975 y que le llevaron a descubrir los mecanismos de «indefensión aprendida».
En esos experimentos usó tres grupos de perros: el grupo de control y dos grupos experimentales.
Por si alguien no lo sabe, un «grupo de control» es un grupo de sujetos experimentales al que no se le aplica ningún programa experimental y que se usa para medir el efecto de la propia situación de laboratorio o de experimentación en los sujetos. Así si, por ejemplo, probásemos varios medicamentos contra la gripe, el grupo control no recibiría ninguno (se le daría un placebo: un falso medicamento sin efectos de ningún tipo) y se usaría para ver si los otros medicamentos son realmente eficaces o las mejorías se deben al mero hecho de ser atendido y tratado.
En el experimento de Seligman al grupo de control se le colocó en las mismas jaulas y arneses que a los demás grupos, y por el mismo tiempo, sin que esto les llegase a afectar como a los otros grupos.
Aparte del de control hizo dos grupos. Al grupo 1 le daba descargas eléctricas que paraban cuando el chucho accionaba una palanca. A grupo 2 le daba esas mismas descargas, pero esta vez se detenían cuando el perro del grupo 1 accionaba la palanca, sin importar lo que esos pobres animales de grupo 2 hiciesen con sus palancas. Así, todos los perros recibían la misma cantidad de electricidad, pero sólo los del grupo 1 podían tener control sobre ellas.
El resultado fue que los perros del grupo 2, que no podían controlar las descargas, caían en un estado de absoluta apatía y desesperación, semejante a la depresión clínica, mientras que los demás perros (los del 1 y los del grupo control) estaban más tranquilitos y activos. En posteriores pruebas de aprendizaje los perros deprimidos ya no respondían al castigo y ni siquiera intentaban escapar de él; se habían resignado a esa fatalidad que no podía controlar. A esto Seligman le llamó «indefensión aprendida» y le situó como una de las más potentes causas de la depresión: el ver que no podemos controlar lo que nos pasa y que, hagamos lo que hagamos, el resultado va a ser negativo.
Así, aunque las personas con locus de control interno se culpen de sus fracasos, sienten que pueden controlarlos y superarlos. Sin embargo, una persona con locus de control externo, pese a los éxitos que tenga, se verá más fácilmente arrastrada a la apatía, la tristeza y la depresión al sentir que no posee un control real sobre su propia vida.
En otras áreas de la conducta y la visión del mundo, una persona con locus de control interno tenderá a esperar una gran regularidad en lo que nos rodea y en la conducta de los demás, sorprendiéndose mucho (a veces de forma muy negativa) ante las cosas que se salgan de esa norma. Una persona con un locus de control más externo se extrañará menos ante las conductas excepcionales y los sucesos extraños; su propia conducta también será más impredecible.
Las personas con locus de control interno también tienden a cuidarse más y estar más pendientes de su salud, mientras que los otros son más dejados.
Otra cosa que se observó es que los loci de control a veces se agrupan por familias, con familias enteras son locus externo o interno. Esto ocurre, más que por razones genéticas, por el aprendizaje de esos estilos de conducta dentro del seno de la familia.
Uso de estos conceptos en la definición de personajes
Si en una «biblia» o un proyecto ponemos que un personaje tiene un locus de control interno o que su estilo de explicaciones personales es interno, estable y global, pues al lector —probablemente nuestro potencial cliente— le sonará a chino e incluso puede resultarle ofensivo que vayamos de listillos. Como mucho podríamos usar esos conceptos a través de alguna perífrasis o «traducción» a un lenguaje coloquial.
Sin embargo estos conceptos sacados de la psicología de la personalidad quizá puedan resultar útiles en algún momento que estemos atascados creando personajes o definiéndolos. Podremos jugar con los ejes de los estilos de explicación, para ver que nos sale, o ver cómo son los locus de control de nuestros personajes.
Lo interesante de utilizar estos rasgos, aparte del sólido apoyo experimental que tienen, es que no nos hablan del personaje en sí mismo, sino en relación a su propia conducta, al mundo que les rodea y a los demás. Nos dirá cómo ese personaje valorará sus acciones y cómo reaccionará a los resultados de ellas. Son estilos de conducta que, una vez instaurados en la personalidad, difícilmente cambian, con lo que al aplicarlos a personajes de ficción quizá puedan sernos de ayuda para que su conducta sea coherente, realista e, incluso, en algún momento, sorprendente.
No pretendo que esto sea una panacea para construir personajes o algo que se vaya a usar siempre, pero puede ser una pequeña herramienta que, en algún momento, puede ayudar a reflexionar sobre los personajes y a darles un par de vueltas desde otra perspectiva.
6 comentarios:
Excelente blog, y muy interesante esta última entrada. Desconocía esta teoría del locus de control, ha sido muy didáctico y de lectura amena.
Por lo que describes en el texto, el locus de control interno es un rasgo de la personalidad más beneficioso que el externo, ya que crea conductas en el las que el individuo tiene control sobre las consecuencias directas de sus actos, lo que implica conceptos como la superación, esfuerzo, responsabilidad... etc; sin recurrir a agentes externos incontrolables (superstición, destino, seres superiores...). Aún así el experimento canino, como otros del conductismo, no me parece suficiente para respaldar la teoría (al margen de pensar en pobres perritos electrocutados jejeje).
Un saludo!
Muchas gracias por el comentario, Ignacio.
Efectivamente resulta más «saludable» un locus de control interno, aunque lo mejor es que tampoco sea extremo, pues hay veces en que los resultados de nuestra conducta no dependen realmente de nosotros. En un realista punto medio, el famoso «mesotes» que decía Aristóteles, estaría lo mejor (quizá un poco más orientado hacia el interno, eso sí).
El experimento de Seligman es muy cruel con los pobres perros, es cierto. Y la relación de la «indefensión aprendida» con la depresión es estadística claro. Hay individuos que antes esas situaciones de indefensión se vienen abajo más fácilmente que otros (de hecho, los individuos con locus de control externo son más vulnerables).
Casos reales de esa indefensión en humanos son ambientes educativos en los que a los niños se les castiga por todo, dependiendo del humor de los padres o educadores más que la conducta de los padres (entre otros consecuencias, unos críos se deprimiran, pero otros se podrán rebelar o hacere más duros), situaciones carcelarias altamente represivas, técnicas de lavado de cerebro, o momentos vitales en los que parece que todo nos sale mal...
En general, la sensación de perder el control sobre la propia vida, puede resultar devastadora para una persona.
Yo tampoco lo conocía y me ha parecido igual de interesante.
¿El tener un locus externo sería lo mismo que ser una persona pasiva que no hace nada por cambiar la situación en la que está y no coge las riendas de su vida? ¿O no es exactamente eso? Por lo que he creído entender, no es que sea exactamente eso, pero esa actitud sí podría ser una consecuencia de tener ese tipo de locus de control, ¿no?
Otra pregunta que tengo es si eso se puede cambiar con el tiempo o si las personas que lo tienen localizado en un sitio lo van a tener siempre ahí.
Lo digo porque un personaje para una película o serie que no haga nada por su vida y a quien las soluciones le lleguen de fuera no es nunca interesante como protagonista. La única forma en la que me parece que podría valer de prota es si su evolución como personaje precisamente consistiese en que comienza teniendo un locus demasiado externo y acaba interiorizándolo un poco y tomando alguna decisión y provocando alguna consecuencia por sí mismo.
Interesantes reflexiones navaja...
Efectivamente, como dices, Locus de Control Externo no es ser pasivo; el locus de control es sólo una forma de explicarnos a nosotros mismo el porqué de los resultados de nuestra conducta... aunque si es externo, lo más probable es que nuestra conducta tienda a ser más pasiva que si no lo fuese.
Y, claro que el locus puede cambiar; de hecho, en las terapias cognitivas de la depresión, a veces se trabaja en hacer más internos locus excesivamente externos (o al revés, pues un locus demasiado interno puede llevar a extremos casi solipsistas muy complicados).
El locus de control, de hecho, es un concepto puramente psicológico y, que yo sepa, no tiene un correlato neural concreto; se usa para describir una tendencia personal en las atribuciones.
Y, sobre su aplicación a la narración, es cierto, un personaje muy pasivo difícilmente podrá llevar el peso de una historia si es así todo el rato... aunque sí puede ser un secundario.
La base de una narración, especialmente para el protagonista, es el cambio (o el intento de cambio o la resistencia a él) y, como indicas, puede fundionar muy bien narrar la evolución de alguine desde la pasividad y la sensación de falta de control a la acción y el control de la propia vida.
O incluso al revés, como en "El pianista", donde el personaje, ante ese mundo que se le viene completamente abajo, pasa de ser un artista activo y con locus interno a una víctima pasiva y con locus externo).
Interesante. Me gusta esta aproximación al sentido de la vida de polimórfico y obtuso ser humano. Del estructuralismo a la semiótica y de ahí al holismo, el viaje siempre se presenta ameno e incompleto. Valen los puntos como guía para dibujar la línea de contorno del sujeto. Falta mucho que investigar para enterder el todo.
Lástima que los guionistas sepan tanto. Pena que las películas estén llenas de mentiras, asquito que las series se construyan para modelar conciencias acríticas.
la vida va a ser algo que no se vende ni se compra. El cine, lo vicario, la persuasión y la venta nos alojan en aquel lado de los delincuentes emocionales que hacen que cuando el mundo gira todo chirría.
Me gusta tu aportación. Un saludo.
Muchas gracias por tu visita, Carlos, y por animarte a comentar... tu aportación también es, cuando menos, interesante. Un saludo ;)
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