Tradicionalmente, en la filosofía, la ciencia antigua y la literatura, se ha considerado que existían cinco sentidos: vista, oído, tacto, gusto y olfato. De hecho, en el arte, la representación de esos cinco sentidos a través de alegorías, ha sido un tema recurrente en todas las épocas. Ilustro esta entrada con imágenes de esos cuadros.
(Jan Brueghel, el viejo)
Por eso, el sexto lugar, de existir, debería corresponder a algo muy especial, un sentido extra que nos pusiese en contacto con lo no racional.
Sin embargo, a poco que hagamos un poco de introspección, veremos que existen sentidos más allá de esos cinco que nada tienen que ver con el mundo espiritual. Si vamos en coche y éste va frenando, notaremos que hay un cambio en la velocidad sin necesidad de tocarlo, oírlo o verlo. Igualmente sabremos si hace frío o calor, si tenemos un brazo en alto o si tenemos ganas de orinar (o tirarnos un pedo) o nos duele la cabeza.
En la neurología y la ciencia moderna, de hecho, la palabra «sentido» ha dejado de tener demasiado sentido (ya lo sé, qué facilón; pero no pude resistirme) y en lugar de ello se habla de «vías aferentes»: los circuitos neurales que, desde sus receptores, llevan información hacia el cerebro. En contraposición están las «vías eferentes», que son las que llevan las órdenes del cerebro hacia el resto del cuerpo. Aún así, a veces, por comodidad y tradición, se le sigue llamando «sentidos», aunque lo correcto sería ya hablar de sistemas que englobarían tanto los receptores (convierten la información externa —o interna— en señales eléctricas), sus vías nerviosas aferentes (llevan esa información al cerebro) y los centros cerebrales encargados de procesar esa información y crear la sensación subjetiva de la vista, oído, tacto, olfato... e integrarlas en el todo de la percepción.
Pasemos a ver cuáles con esos «sentidos» o «sistemas aferentes» y dar algún pequeño apunte (no exhaustivo, pero sí curioso) de cada uno de ellos:
(Gerard de Lairesse)
VistaEs nuestro sentido principal, tremendamente complejo y sofisticado tanto en su estructura como en su funcionamiento y las interacciones que establece con el resto del cerebro. De hecho, la mitad del neocórtex o córtex superior se dedica en exclusiva al proceso de ver, aparte de otros núcleos y zonas del cerebro que también colaboran en ello… y llega una pequeña lesión del tamaño de un guisante para ocasionar problemas devastadores en nuestra visión.
Nos puede dar la impresión de que ver es algo pasivo y sencillo, que viene dado, pues aprendemos a hacerlo de recién nacidos y con un cerebro casi virgen que va siendo «entrenado» poco a poco desde la nada. Sin embargo las escasas personas que han recuperado la vista tras toda una vida de ceguera o de nacer ciegas (son casos muy raros, poco más veinte en dos siglos) no fueron capaces de usar la vista con eficiencia y pasaron a ser muchísimo más torpes que cuando eran invidentes; el proceso de aprender a ver les llevó de dos a tres años de continuo esfuerzo y dificultades, y algunos jamás fueron capaces de superarlo y acabaron acostumbrándose a cerrar los ojos para poder manejarse en su vida. Una tontería como saber que un perro de frente es el mismo que de lado, tan natural para nosotros, para esas personas resultaba confuso y sorprendente… y eso mientras luchaban por asimilar miles de datos visuales más. Tengamos en cuenta que la percepción de un ciego, basado en el tacto y el oído, es fundamentalmente secuencial, una cosa va tras otras, mientras que en la vista toda la información llega de repente, muy numerosa y cambia al momento siguiente, a veces de forma radical.
Probablemente, ver sea la actividad más compleja que realizamos y la que nos consume más recursos y capacidad.
(Jan Lievens)
Oído
Se dedica a traducir las variaciones de presión en el fluido que nos rodea (habitualmente el aire, pero también puede ser el agua) a esa experiencia subjetiva que conocemos por sonido.
Para el buen funcionamiento de la parte «mecánica» de este sistema, la que traduce la energía mecánica en eléctrica, es importante que la presión exterior del fluido sea la misma que la presión en el interior de nuestro oído medio. Y para eso está el conducto llamado «trompa de Eustaquio», que lleva aire desde la boca y la nariz hacia el oído medio, haciendo que así los niveles de presión dentro y fuera de nuestra cabeza sean semejantes. Por eso oímos mal en el agua (pese a que en ella se transmite mejor el sonido), y los cambios de altura repentinos y los resfriados nos causan esa sensación de «oídos taponados» que no es más que una seria diferencia de presión entre el interior y el exterior del sistema auditivo.
Olfato
Uno de los sentidos llamados «químicos», pues lo que hace es reaccionar ante las pequeñas partículas invisibles y gases que, flotando por el aire, llegan hasta nuestras fosas nasales a través de las narices. Tenemos centenares de receptores diferentes y cada uno reacciona más o menos ante cierto tipo de moléculas. La suma de esas reacciones diferenciales es lo que llamamos «olor». Así que sí, cuando oléis a caca… es que, literalmente, tenéis caca (y los gases producidos por su descomposición) dentro de la nariz. Sin duda, nuestro sentido más sórdido.
Gusto
El otro sentido químico.
Existen cuatro tipos de papilas gustativas que se disponen de forma desigual por la lengua. Eso llevó al mito de que cada una reaccionaba ante un tipo de sabor y, a partir de su distribución, se podría hacer un mapa de sabores en la lengua; mapa que, seguro, habréis visto en alguna ilustración. Pues bien, ambas cosas son falsas.
Existen cuatro tipos de papilas, sí, pero sólo dos de ellas tienen capacidad de percibir sabores… y cada una de ellas puede percibir todos los «sabores», pues todas tienen los receptores necesarios para reaccionar ante ellos.
La respuesta diferencial ante una sustancia de los receptores acoplados a la proteína G hará que percibamos algo como dulce, amargo o umami (sabor asociado al glutamato, muy típico en la cocina oriental); y la respuesta diferencial de otros receptores basados en canales de iones, hará que algo nos parezca salado o ácido. Recientemente se ha descubierto otro tipo de receptores que parecen responder ante el sabor graso, y se estudia la posible respuesta a otros sabores relacionados con el calcio e incluso con el metal. La lengua y la boca también reaccionan a la sequedad (como la que producen los vinos astringentes), al calor, al picante, etc. Y la sensación final subjetiva del «sabor» no deja de ser la suma del sentido del gusto, del olfato (la comida, al descomponerse en la boca, excita muy vivamente al olfato) y esas otras sensaciones de calor, sequedad… que se producen en la boca. Y, cómo no, la propia textura de la comida, que nos llega a través del tacto.
(Scott Waugh)
Tacto o presión cutáneaLa piel (y la lengua, garganta y mucosas) está cubierta de muchos tipos de receptores que reaccionan ante diferentes tipos de presión y contacto (no es lo mismo que nos toquen, rocen, pinchen, etc.) y la suma de todas esas respuestas es lo que llamamos tacto.
Es interesante ver que la cantidad de receptores y córtex que se dedican a procesar la información de una determinada parte del cuerpo no se corresponde en absoluto con el tamaño real de dicha parte. Así, nuestros labios «táctiles», en el cerebro, ocupan más espacio que las piernas. Os dejo, en la siguiente ilustración, en diagrama con el homúnculo cerebral del tacto.
Receptores cutáneos de vasodilatación
Son los que nos indican, con una tenue sensación de acaloramiento, que se están dilatando los capilares cutáneos; o sea, que nos estamos poniendo colorados. También se disparan antes fiebres localizadas, como las provocadas por un golpe o la picadura de un insecto.
Receptores internos de vasodilatación
En ciertos vasos sanguíneos y capilares internos (como las que van al cerebro y lo rodean) existen estos sensores que, al activarse, nos alertan de que algo va mal y, de paso, nos provocan los famosos dolores de cabeza y migrañas.
Temperatura
En la piel, aparte de los receptores dedicados al tacto y a la vasodilatación, existen otros que se encargan de registrar la temperatura exterior. Por ahora se conocen dos grupos, uno que reacciona ante temperaturas superiores a nuestro calor corporal y otro que reacciona ante temperaturas por debajo. De la información que envían al cerebro sale nuestra sensación de calor o de frío (o de estar a gusto).
Aceleración
Como podéis ver en la anterior ilustración, en el oído interno hay una serie de estructuras que en conjunto se llaman el «laberinto».
La cóclea o caracol está relacionada con el sistema auditivo, y las demás con nuestra percepción de la aceleración y del equilibrio.
El sáculo y el utrículo (en conjunto también se llaman el «vestíbulo») están llenos de endolinfa, un líquido. En él «flota» una especie de diminuta piedrecilla llamada «otolito». Cuando nos movemos, por la inercia, ese otolito también se mueve dentro del líquido, provocando el disparo de unos receptores nerviosos enganchados a él desde las paredes. Así, la inercia del movimiento es traducida a señales eléctricas que, inmediatamente, viajan al cerebro.
Por su posición, el utrículo se encarga de medir la aceleración en el plano horizontal (como cuando aceleramos o frenamos en un coche) y el sáculo lo mismo en el plano vertical (como cuando nos sentamos o nos ponemos de pie).
Equilibriocepción
Los tres canales semicirculares se encargan de darnos información sobre nuestra posición en el espacio. En este caso los canales están prácticamente llenos de endolinfa y los receptores están en las pequeñas protuberancias del final de cada canal.
Si os fijáis (echándole un poco de imaginación, pues el dibujo no es ninguna maravilla) los tres canales representan los tres ejes espaciales que usaríamos para señalar la ubicación de un punto en el espacio: la vertical, la horizontal y la profundidad. En función de cómo estemos inclinados respecto a la gravedad, el líquido que casi los llena se distribuirá más hacia un lado u otro, y los receptores se dispararán más o menos ante su presión, informando así al cerebro de nuestra posición en el espacio.
La colaboración de este sistema y el anterior (de la aceleración) es fundamental para que podamos mantener el equilibrio y nos orientemos en el espacio.
Las infecciones del oído interno (un catarro mal curado puede causar una) pueden provocar, por ello, mareos y vértigos. También, cuando la información visual no se corresponde muy bien con la de estos órganos, o los tenemos muy puteados durante un viaje, aparece el famoso mareo y las nauseas. Las astronautas, como os podéis imaginar, al estar en gravedad cero, dedican buena parte de su entrenamiento a domesticar estos sistemas y así evitar, o al menos controlar, los mareos que inevitablemente les van a causar.
Propiocepción
Se llama así a la percepción de nuestra postura y de en qué lugar y en qué posición están las diferentes partes de nuestro cuerpo: si tenemos los brazos levantados, la cabeza girada, las piernas separadas o no, etc.
La base de este sistema son una serie de receptores que responden al estiramiento de los músculos, informando al cerebro de la actividad de estos hacia uno u otro lado, o si se contraen o dilatan. Esta información se combina con la de equilibriocepción y la aceleración para darnos la experiencia subjetiva de la posición de nuestro propio cuerpo en el espacio.
(Simon de Vos)
DolorHay tres tipos de receptores del dolor: cutáneos (en la piel), somáticos (en huesos y articulaciones) y viscerales (en los órganos y tejidos) que se encargan de informarnos del daño sufrido por esas zonas.
A Joseph Heller, en «Trampa 22» no le parecía un sistema demasiado eficiente como para ser obra de un creador supremo. Si nosotros, vulgares seres humanos, hemos conseguido que un coche informe de su malfuncionamiento o daño con una simple lucecita o un pitido, ¿por qué andar jodiendo con el dolor? Sin duda, a un creador supremo se le habría ocurrido algo más ingenioso que el dolor… pero, mientras, es lo que hay. No es un mal sistema, pero lo malo del dolor, es que duele.
Otros receptores internos
En los pulmones hay receptores que nos informan del ritmo respiratorio; en el esófago otros controlan la deglución y avisan de la inminencia del vómito o del reflujo gástrico; en la faringe se disparan cuando comemos, para cerrarla y evitar que nos atragantemos; en el recto nos informan de la necesidad de evacuar; en la vejiga urinaria, pues lo mismo; los del tracto gastrointestinal nos mantienen informados de la sensación de estar llenos y de la presencia de gases para que obremos (o no obremos) en consecuencia…
Otras especies
Y todo lo anterior es en relación al ser humano, pues hay especies animales que, además de estos, poseen otros sentidos, como la capacidad de las aves de captar campos magnéticos o la de las abejas para reaccionar a la polarización de la luz.
Resumiendo
Todos esos sentidos o sistemas aferentes llevan información al cerebro, donde se integra para crear nuestro universo perceptivo, no sólo el mundo en el que estamos y nos movemos, sino también la propia imagen de nosotros mismos dentro de él.
Además, algunos de nuestros sentidos interaccionan a niveles anteriores al cerebro, enviando y recibiendo información entre ellos directamente sin que medie nuestra voluntad. En el próximo post (que publicaré mañana) hablaré de una de estas colaboraciones entres sentidos que, ésta vez sí, tiene que ver con el cine y nuestra experiencia al ver ciertas cosas.
Y, ya sabéis, cuando os ponéis de lleno a algo, muy centrados, no es que vayáis a poner los cinco sentido en ello… pondréis los ¿dieciocho?
2 comentarios:
En una película... creo que 'Chicas malas' hacían mofa de un personaje (la típica animadora subnormal) porque decía que tenía un 6º sentido, que era tetasensorial. Pues a lo mejor tenía más razón ella que los que se reían de ella.
Sé que quedaré como un taradete, pero he de reconocer me divertí bastante con esa película (y eso que Rachel McAdams, de rubia y haciendo de mala, estaba rarísima).
Y claro que tenía cierta razón... los pechos están llenos de receptores, aunque no es el sitio que más. Los que sí tienen un sentido realmente tetasensorial son los bebés, aunque realmente es el olfato, mucho más agudo que el de los adultos (luego se perderá al ser menos usado, o atendido, que otros sentidos), pues notan cuando a su madre o a otra mujer le sube la leche al pecho y se ponen como locos. Las mujeres durante la lactancia también acaban por notar cuando les "sube" la leche, por lo que es posible que también exista algún receptor específico en las glándulas mamarias que sólo funciona cuando están activas.
Dejo el link de un dibujo muy simpático del homúnculo sensorial: http://www.sciencemuseum.org.uk/on-line/brain/images/1-1-2-3-4-1-0-0-0-0-0.jpg
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