Los dos cielos
En mi adolescencia fui muy aficionado a la astronomía y, si algún día, se me da por enseñarle a mi hijo, antes le llevaré a alguna zona alejada de la ciudad, una noche despejada, a contemplar el cielo nocturno de invierno (el más bello). Le pediré que lo mire así, y que disfrute de ese caos de estrellas y manchas de luz; y le advertiré de que, si de verdad quiere aprender algo de astronomía, esa será la última que lo verá así.
Hace ya muchos años que no veo el cielo como un mar de luces, salvaje y sin orden alguno. Para mí está lleno de figuras: constelaciones, agrupaciones de estrellas, planetas, la eclíptica… un cielo ordenado y lleno de sentido, completamente diferente al que veía antes. No es que haya perdido el misterio y la belleza, pero ahora son otros; pero no puedo evitar sentir cierta melancolía por aquel cielo que veía de niño y que, para mí, ya no existe.
Tan sólo algo sigue igual, un elemento que, por su descarada y ostentosa presencia —y su aún más misteriosa ausencia— sigue provocándome las mismas sensaciones que cuando era un niño.
La Luna
Para mí, «Luna Nueva» era el título español de «His Girl Friday». Esta historia, creada por Ben Hecht y Charles MacArthur para el teatro con el título de «The Front Page» (Primera Plana), ha sido muy afortunada en sus adaptaciones y remakes para el cine. La primera fue dirigida por Lewis Milestone en 1931, un par de años después de que la obra triunfase en Broadway, y ya era una gran película. Pero en 1940 Howard Hawks calló la boca a todos esos críticos y cinéfilos que protestan cada vez que oyen la palabra «remake» o que se rasgan las vestiduras cuando un director o guionista cambia algo de la obra literaria original, al hacer una nueva y brillante versión, quizá la mejor hasta la fecha, cambiando importantes elementos de la trama, como el sexo de uno de los protagonistas. Muchos años después, en 1974, Billy Wilder hizo otra magnífica adaptación, un poco más fiel al original, y en 1988 Ted Kotcheff trasladó esa historia al mundo de la televisión; esta última, aunque es la más floja, se deja ver con agrado.
Sin embargo, si hoy hablas de «Luna Nueva», la mayor parte de la gente pensará en la película de vampiros y hombres lobo que se estrenó este fin de semana, con gran éxito, en nuestro país. Sin haber leído el libro ni visto la película supongo que ese título irá o bien por lo de los hombres lobos (aunque en el folklore estos son regidos por la Luna llena) o por la profunda oscuridad que reina en las noches de Luna nueva.
El caso es que, en la cultura y el arte, en todas sus manifestaciones, la Luna siempre ha ejercido un poder tremendo sobre el ser humano. Mucho, muchísimo, se podría decir sobre ella y las visiones que ha inspirado en infinidad de pueblos y artistas.
En el cine ha sido tanto elemento central como periférico.
Podemos ver su papel central en los viajes a la Luna, desde Meliés a «Apolo XIII» (es interesante ver como en un siglo lo que era ciencia ficción ha pasado a ser una historia realista), en las múltiples versiones del hombre lobo, o como metáfora en películas como «Hechizo de Luna». Su papel periférico es aún más omnipresente y amplio como parte de la ambientación y del tono de numerosísimas secuencias nocturnas. En la reciente «Apocalypto» esto llegaba al extremo de que, tras una secuencia en que veíamos un eclipse de sol, venía una escena de persecución nocturna bajo una impresionante Luna llena… algo completamente imposible pues los eclipses sólo se producen en Luna nueva. ¿Licencia poética o despiste?
Su presencia es constante en el cine y ello se debe a que el ser humano, de una u otra manera, de forma racional o irracional, está convencido de que la Luna, en especial la Luna llena, posee una enorme influencia sobre su conducta.
La ilusión de la gran Luna sobre el horizonte
Es común notar que cuando la Luna está sobre el horizonte parece mucho más grande que cuando está en lo alto del cielo. Sin embargo los primeros astrónomos, al usar sus instrumentos para medir su diámetro en una y otra posición, descubrieron con sorpresa que no era así. Es más, cuando está sobre el horizonte es un 1,5% más pequeña que cuando está en lo alto del cielo. ¿Por qué la vemos más grande entonces?
Ptolomeo propuso la teoría de que era a causa de la refracción de la luz en el horizonte, al atravesar la atmósfera de la Tierra, algo que también explicaría el color rojizo o amarillento que toma en esa zona. Sin embargo, en el siglo XI, el astrónomo árabe Alhazen (considerado el padre de la óptica moderna) llegó a la conclusión de que ese no era un fenómeno óptico, sino una ilusión producida por nuestro cerebro, tesis que aún se mantiene hoy en día.
Se supone que esta ilusión psicológica se debe a la suma de dos fenómenos.
El primero está relacionado con nuestra imagen subjetiva de la bóveda celeste. Al no tener referencias en su parte superior de forma casi subconsciente percibimos ese «techo» como más cercano que las zonas próximas al horizonte, donde, al haber objetos de referencia (la propia línea de horizonte es una referencia), estos nos indican lo lejanos que están esos lugares de nosotros. Así, concebimos el cielo como si estuviese achatado en su parte posterior y más alejado en sus extremos. Por eso cuando vemos la luna cerca del horizonte nuestro cerebro interpreta que debería ser más pequeña, pues está más lejos… y sin embargo no es así. Esa disparidad hace que nos parezca enorme. En la siguiente ilustración lo veréis más claro.
A eso se suma que sobre el horizonte la Luna estará seguramente rodeada de otros objetos comunes a nosotros (árboles, edificios, montes) que resultarán minúsculos en comparación con ella… haciendo que aún parezca mayor. Es la llamada «ilusión de Ebbinghaus”, que podéis ver en el siguiente dibujo (los círculos interiores, rodeados por otros, son de idéntico tamaño).
Otras teorías suman más elementos a estas explicaciones (el enfoque de los ojos, los ángulos de visión), pero siempre relacionados con nuestra fisiología, con lo que sí podemos concluir que todas las investigaciones dan la razón a Alhazen, y que esa inmensa Luna que vemos sobre el horizonte no es otra cosa que una ilusión que nada tiene que ver con la realidad.
La distancia de la Luna
Al representar la Luna y la Tierra en dibujos y diagramas, para que ambas quepan y que todo quede más claro, se las suele situar más cerca de lo que realmente están. Así, cuando vemos un dibujo que representa la distancia real a escala, nos solemos quedar muy sorprendidos por lo extraordinariamente lejos que están. Esa falsa percepción de la cercanía es también lo que nos hace sobrevalorar el poder que sobre nosotros ejerce la gravedad de la Luna.
La influencia de la gravedad de la Luna
En muchas ocasiones he oído la tesis de que la Luna influye en nosotros por su gravedad. Si tiene una enorme influencia en las mareas y nosotros estamos compuestos de agua en casi un 90%, algo influirá, ¿no? Por eso, se dice, hay más conductas violentas y partos durante la Luna llena, que es cuando se dan las mareas más vivas.
Pues bien, no es así.
Cualquier objeto sobre la superficie de la Tierra sufre la influencia de varias fuerzas gravitatorias. La más importante es la de la propia Tierra, pues estamos pegados a ella. La siguiente en importancia es la de la Luna, enorme pero lejana, y que supone una diezmillonésima parte de la anterior… y después la del Sol, inmenso pero aún mucho más distante, y cuyo influjo es poco más de la mitad que el de la Luna. Venus también deja sentir su gravedad, pero a una escala ridícula y que apenas afecta en nada.
Esas cifras (0,0000001 parte de gravedad lunar y un poco menos de la solar respecto a la que ejerce la Tierra), sobre un «objeto» tan pequeño como un ser humano, que pocas veces supera los 100 kilogramos de masa corporal (y si los supera, mala cosa) supondrían que la fuerza que la Luna ejerce sobre nosotros sería equivalente a un miligramo; algo que resultan por completo irrelevante y no nos causa ningún efecto.
Pero para la masa de agua de los océanos, con billones de toneladas de masa, esa pequeña fuerza gravitatoria sí es representativa y por eso se producen las mareas. No sólo por efecto de la gravedad de la Luna (aunque sí es su principal motor), sino también por efecto de la gravedad solar, del giro de la Tierra, de las pequeñas diferencias de la gravedad en la corteza... y otras fuerzas que modulan la influencia de la Luna haciendo que las mareas sean muy diferentes en todo el planeta. Así podemos ver como en algunas zonas son muy vivas y en otras muy débiles y, a veces, casi inexistentes. Por ejemplo, en la costa del Pacífico de Panamá las mareas son muy fuertes y, sin embargo, cruzando los pocos quilómetros del istmo, en el Caribe, son tan débiles que apenas se perciben.
Además, si la presencia de la Luna nos afectase con algún otro tipo de energía misteriosa, lo haría también durante el día y no sólo por la noche, y lo haría igual en Luna llena que en Luna nueva (en esos dos momentos su fuerza gravitatoria se combina con más intensidad con la del Sol, al encontrarse ambos alineados respecto a la Tierra), pues está igual de presente la veamos o no.
Los estudios estadísticos con cierta seriedad, de hecho, no muestran incrementos en las conductas violentas (por lo menos no de forma regular ni en todos los lados) ni que haya mayor número de partos durante la Luna llena. Es nuestra percepción la que, al esperar esas cosas, tiende a dotar de más valor lo que ocurra esos días y a no tener en tanta consideración lo que ocurra en un día normal.
Los únicos humanos sobre los que la gravedad lunar sí ejerce una gran influencia son los marineros, en especial los marineros de bajura, que han de estar pendientes de las mareas. Sobre el resto… poco o nada.
La influencia de la luz de la Luna
Descartada la influencia de la gravedad lunar sobre nuestra conducta, bien podría pensarse que la Luna llena ejerce su influencia a través de la especial luminosidad con que llena la noche. Quizá eso sea lo que empuja a todas esas personas «alunadas» a comportarse de forma violenta o extraña.
Sin embargo, para que fuese así, deberíamos ver que esa percepción de la influencia de la Luna existe en todos los lugares… y no es así. En la India la Luna llena significa precisamente lo contrario que aquí, una noche en que se suele tener buena suerte y pasan cosas buenas. La Luna nueva, a la que aquí no se le da mucha importancia (salvo cuando hay un eclipse), es la que allí simboliza el mal y la violencia, y cuando se supone que hay más crímenes y agresiones.
La influencia de la cultura
Y lo anterior me lleva a plantearme que la influencia de la Luna sobre nosotros es real, no a través de su presencia, de su gravedad, su luz o cualquier otra energía mística o misteriosa que se nos pueda ocurrir, sino a través de otra fuerza tan poderosa como las anteriores: la cultura.
La Luna, tan brillante y colgada en medio de cielo de una forma casi antinatural, mudando de aspecto día a día, hasta desaparecer y volver a surgir de la nada, resulta de por sí bella y misteriosa. Además, nuestra cultura, a través del arte, los cuentos, el cine, la televisión, las historias populares y las creencias, desde bien pequeños, crea en nuestro interior una imagen de la Luna mucho más amplia y compleja, llena de significados y sensaciones que, no por ser creadas y psicológicas, con menos poderosas o reales.
Y ahí está el poder de la Luna sobre nosotros, un poder que nace tanto de ella como de nuestra propia alma, como individuos y colectivo. Y esa fuerza, por supuesto, puede llevar a alguien trastornado a comportarse de forma violenta, o a muchas otras personas a sentirse afectadas, para bien o para mal, por su presencia.
Para mí, en medio de ese cielo matemático, de constelaciones, eclípticas y planetas, sigue siendo el gozne que lo hace girar hacia atrás, hacia ese momento de inocencia en que todas aquellas estrellas no eran más que un inmenso caos de luz y oscuridad.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
6 comentarios:
genial! me ha encantado este post!
Al fin y al cabo no somos más que lenguaje. Y ya puestos qué significante más cautivador que la luna, que ilumina la negra sombra. Cuántas cosas se pierden los padres que no se conceden la opotunidad de vivir una noche con sus hijos contemplando el cielo. Un texto que merodea el territorio del mito hasta llegar al corazón. O sea, a lo que importa. En definitiva, al significado.
La verdad es que la luna es una gran fuente de inspiración,tanto en la literatura como en el cine, e incluso en nuestra vida ordinaria ¿quien se resiste a dedicarle unos instantes a contemplar la luna en la oscuridad de la noche?
Nanaki:
Muchas gracias por los ánimos; siempre vienen estupendamente.
Daniel:
Me ha gustado mucho lo que dices, gracias. Como supondrás fantaseo con un montón de cosas que haré con mi hijo según vaya creciendo (y muchas tienen que ver con descubrirle ciertas películas y libros, claro) y una de ellas es esa, la de contemplar el cielo juntos e irle enseñando, poco a poco, a ver el color de las estrellas, a distinguir los planetas, las constelaciones, las historias que se esconden tras sus nombres, la Vía Láctea...
Lola:
Muy cierto, la Luna es un verdadero imán para nuestra vista. Tengo la inmensa fortuna de vivir en un noveno piso, con grandes ventanas y sin edificios delante, con lo que se ve todo el cielo; y no hay noche en que la Luna -esté sobre el horizonte, en su zenit o asomando tras las nubes...- no demande un pequeño momento de contemplación.
A mi cuando hablan ahora de "Luna nueva", la de los vampiros, también me resulta raro, me viene a la cabeza cuando tenía 20 años y fui a ver al cine en v.o. con subtítulos la de Cary Grant, que después me enteré que tiene fama de ser el film con los diálogos más rápidos de la historia del cine.
Y también me recuerda la estupenda serie "Luz de luna", estaba enamorada de aquél Bruce Willis canalla y con pelo a finales de los 80 :P
La última reseña que me viene ahora, es el de la leyenda de Bécquer, "El rayo de luna".
Quería recomendar una foto que ha sacado una amiga a la luna en Madrid, a ver si os gusta:
http://momentosdeundia.blogspot.com/2009/10/la-noche-y-punto.html
Saludos
Gracias por el comentario, Eugenia.
En su día también disfruté mucho de esa mítica serie "Luz de Luna", y "El rayo de Luna" de Becquer es una maravilla de relato y pega muy bien con todo lo que cuento en el post... esa persecución de un reflejo de la Luna entre los árboles como si de una persona se tratase...
La foto es espectacular. Esos cráteres que se perfilan en la parte superior en la Luna deben ser impresionantes para poder ser captados desde la Tierra con una simple cámara de fotos.
Publicar un comentario