lunes, 8 de febrero de 2010

Los sueños III (a) – El significado de los sueños

En la primera narración escrita que se conserva, el «Poema de Gilgamesh», ya aparecen el mundo de los sueños, y no como un elemento pintoresco o accesorio, sino como una parte esencial de la trama, moviendo a los personajes y dándoles pistas —a veces engañosas— de los caminos a seguir.

Desde el principio el hombre ha percibido esas imágenes e historias tan extrañas que nos aguarda tras el velo del sueño, como el reflejo de algo que hay más allá de la realidad, algo que la trasciende y la envuelve. Por ello, también desde el principio, ha intentado buscarles sentido y lógica, ¿acaso no es lo que hace el ser humano con todo?, y saber cuál es su significado.

En este breve y condensado repaso (el tema, con justicia, debería ocupar un grueso volumen) iremos desde el pasado hacia el presente, desde las teorías basadas en la fe religiosa hasta las que fundan sus planteamiento en rigurosos estudios neurológicos.

Al final, dada la longitud de la esta tercera parte, la he dividido en dos. En esta primera repasásemos la historia de la interpretación de los sueños desde la antigüedad hasta principios del siglo XX, con la inclusión de las actuales teorías de corte sobrenatural. En la siguiente arrancaremos con las teorías de Freud para seguir con las de otros psicoanalistas, psicólogos y neurólogos.

Primeras teorías sobrenaturales
Si hay algo que tienen en común todas las culturas respecto al mundo de los sueños, sean éstas la mesopotámica, la griega, la romana, la china, la maya, la de los Ashanti, la maorí o cualquiera que se nos pueda ocurrir, es que en sus primeras fases los interpretan como una conexión con el más allá, un lugar donde los dioses y espíritus se comunican con el hombre a través de mensajes crípticos que precisan ser interpretados por alguien especializado: un sacerdote, chamán, sibila, adivinador, derviche…

En Grecia, Hesíodo los describió de forma bellísima al personificarlos en los Oniros y decir que eran los mil hijos del Sueño (Hipnos) y la Alucinación (Pasitea), descendientes de la Noche (Nix) y sobrinos del Destino (Keres) y la Muerte (Tánatos); Morfeo, señor de los sueños, sería el principal de los Oniros. Posteriormente se redujeron a tres: Morfeo, que se nos puede aparecer en sueños como cualquier persona o dios; Fantaso, que se metamorfosea en objetos; y Fobetor, que puede adoptar la forma de cualquier animal o monstruo, y es el responsable de las pesadillas.

¿Y qué nos cuentan los dioses en esos sueños? Casi siempre suelen ser avisos, profecías, consejos o exigencias de esas entidades. Los sueños, pues, son el lenguaje de los dioses. Es una visión sobrenatural, con el hombre sometido a fuerzas superiores que sólo conocen unos pocos iniciados, y exógena, pues son causados por seres externos a nuestra conciencia o experiencia personal.

Si la primera aparición de los sueños en la narración se sitúa en el «Poema de Gilgamesh», el primer libro que los trata de forma sistemática, intentando crear un código para interpretarlos, es el «Libro de los Sueños» egipcio, una serie de papiros que ofrecen claves para descifrar su significado y descubrir qué nos quieren decir los dioses a través de ellos. Estos papiros eran literalmente esotéricos —conocimiento cerrado—, o sea, que su lectura y conocimiento estaba limitado a unos pocos los sacerdotes encargados de esas tareas (un libro actual de esoterismo es, por definición, imposible, pues el hecho de que se publique y se ponga a disposición del público lo convierte, a él y su contenido, en exotérico —conocimiento abierto—).
La interpretación de los sueños, al igual que muchas otras artes adivinatorias, se aplicaba inicialmente a los soberanos, sumos sacerdotes y demás altos cargos, pues de ellos dependía el destino de la comunidad y, por lógica, deberían ser los interlocutores de los dioses y los receptores de sus mensajes. Los sueños de los demás no tenían importancia. Sin embargo, poco a poco, esa interpretación fue haciéndose aplicable a cualquier persona, pues el poder de leer los sueños y, a través de ellos, la voluntad de los dioses y espíritus, era una poderosa forma que tenía la religión para controlar a sus seguidores, además de ser una interesante fuente de ingresos cuando se cobraba por ello.

La influencia de las técnicas y la simbología egipcia se extendió por todo el Mediterráneo y hacia oriente, influyendo en todas las culturas posteriores de esta parte del mundo. En sus primitivos papiros ya se prevenía a los intérpretes que los sueños son esquivos y los dioses a veces envían sueños falsos para confundirnos. Esto se puede ver muy bien en la historia de la guerra de Troya. La reina Hécuba sueña que da a luz una antorcha poco antes de tener a su hijo Paris. Écubo, hermanastro del futuro príncipe, interpreta que eso vaticina que Paris causará la destrucción de la ciudad y, para salvarla, convence a la reina de que se deshaga de la criatura. Sin embargo Paris sobrevive y esa acción de intentar acabar con él será la que, a la larga, provocará la caída de Troya. Aquí se pueden ver dos temas muy presentes en la concepción griega de los sueños: lo ambiguos que pueden ser los mensajes de los dioses (y lo difícil que es interpretarlos) y la inevitabilidad del destino. Esta historia está ausente en las dos adaptaciones cinematográficas que se han hecho de la guerra de Troya, si bien en la serie de televisión sí que aparece, aunque el papel profético pasa de Écubo a su hermanastra Casandra.

Pese a ese primitivo intercambio de conocimientos, mucho más activo y frecuente de lo que a veces se consideraba, cada cultura tenía sus propios significados para cada cosa. Así, el clásico sueño de que se caen los dientes, en la Biblia es un aviso de que estamos poniendo nuestra confianza en lo material en lugar de en la palabra de Dios; en Grecia indicaba que un familiar próximo iba a enfermar o estaba próximo a morir; en China indicaba que esa persona escondía secretos y mentiras; y, posteriormente, y sin que esté bien claro su origen, se asoció a inminentes ganancias materiales… y de ahí viene la tradición de dar una moneda a los niños que pierden el primero de sus dientes de leche.

Son muchas las películas ambientadas en este mundo clásico en las que se recoge, en algún momento, el papel de este tipo de sueños premonitorios. Por poner un ejemplo, en la estupenda versión del «Julio César» de Shakespeare que nos legó Mankiewicz podemos ver cómo los dioses envían múltiples señales del inminente asesinato de César, entre ellas una serie de sueños a Calpurnia, su mujer, que intenta prevenirlo inútilmente. También hay una curiosa película de animación, «José, rey de los sueños», que sigue la vida de este hijo de Jacob, que pasa de ser un simple esclavo a convertirse en el hombre más poderoso del antiguo Egipto gracias a su capacidad para interpretar los sueños; una historia similar a la de Daniel en Asiria. En muchas películas sobre la vida de Jesucristo podemos ver como Dios comunica sus planes a otro José, el esposo de María, precisamente a través de un sueño.

En Roma, Artemidoro tomo el relevo literario de los egipcios y elaboró un manual de interpretación de sueños mucho más amplio y completo en el que, además, estudiaba como el sentido de esos sueños podía cambiar en función de la situación social del soñador, de su profesión y de su estado de salud en el momento. En él partía tanto de las anteriores tesis sobrenaturales como de otras que ya habían comenzado a surgir unos siglos antes en Grecia e intentaban aproximarse a los sueños de una forma racional.

Primeras teorías racionales
Todas las anteriores teorías, de base sobrenatural y exógena, se basaban en la revelación y tradición religiosa, lo que los antiguos griegos llamaban «mito». Y, entre ellos, un grupo de hombres comenzó a cuestionar ese mito y a buscar explicaciones a los fenómenos naturales en la observación y la razón —el «logos»— y, así, nació nuestra filosofía.

En el siglo V antes de Cristo, Heráclito, el mismo que postulaba que el principio rector del universo es el movimiento y el cambio, formuló una teoría que rompía por completo con toda la tradición anterior: los sueños son producto de nuestra propia mente y no tienen nada que ver con dioses ni fuerzas exteriores.

Platón, en varias de sus obras, habla de los sueños y de cómo pueden afectar a nuestra personalidad y a nuestras acciones, como el caso de Sócrates, que se dedicó al estudio de la música y las artes porque había soñado con ello.

Aristóteles les dedica una obra entera, «La adivinación a través de los sueños», en que critica los viejos métodos adivinatorios, demostrando como la tan traída ambigüedad de las profecías era una forma de cubrirse en salud contra los posibles fallos en las predicciones y que los, más bien escasos, aciertos se debían a la lógica o a la casualidad. Él postula que los sueños son una recolección distorsionada de los eventos diarios, como una imagen que se refleja en un estanque de aguas agitadas. Además, lanza la hipótesis de que algunos sueños pueden reflejar las preocupaciones ocultas y el estado de salud de la persona, idea que, con dos milenios y medio de anticipación, ya sienta la base del psicoanálisis y la psicología profunda.

Hipócrates recoge esa idea en sus libros de medicina y, posteriormente, Galeno de Pérgamo la aplica al estudio de varios casos prácticos que, vistos hoy en día, tienen cierta semejanza con los informes clínicos de muchos psicoanalistas y médicos actuales. Por ejemplo, relata el caso de un luchador que soñaba que se ahogaba en una bañera llena de sangre y cómo ese sueño le puso sobre la pista de una pleuritis que hubo de sangrar para salvar la vida de ese hombre. Retomando el caso del sueño en que se caen los dientes, y dada la higiene bucal antigua, probablemente Galeno nos vaticinaría un inminente problema de caries.

Edad Media y Renacimiento
A lo largo de la Edad Media y buena parte del Renacimiento, ambas visiones sobre el mundo de los sueños convivieron, si bien siempre fue más popular y tuvo más eco en las artes la de su origen sobrenatural.

La principal incorporación de la iglesia fue la figura del Diablo como otra de las fuerzas exógenas que podían intervenir en nuestros sueños, bien directamente y de forma sutil, inspirando ideas equivocadas (como creía Lutero, para quien todos los sueños eran obra de Satanás), o a través de los íncubos y súcubos que provocaban los sueños eróticos de los que ya hablamos. Esto llevó a algunos, como Juan Crisóstomo, a afirmar que no teníamos responsabilidad alguna sobre lo que soñábamos, pues esos contenidos, fuesen santos o perversos, eran por completo obra de Dios o el Diablo; de esta forma el buen hombre y los que opinaban como él quedaban por completo exonerados de toda responsabilidad por sus vívidos sueños sexuales. Mejor no pensar, como les habría dicho Aristóteles, que eso respondía a impulsos internos.

Santo Tomás, haciendo compendio de lo religioso y lo filosófico, dividía la interpretación de los sueños en lícita e ilícita. Era lícita con los sueños enviados por Dios para inspirarnos y guiar nuestro camino, como los de Daniel, José, los Magos de Oriente o San Agustín, y también lo era con una función médica, para que guiar el diagnóstico de una enfermedad. Pero consideraba ilícita la oniromancia: interpretar los sueños para adivinar el futuro y la fortuna pues eso, o caía dentro del fraude o dentro de los sueños inspirados por el Maligno para apartarnos del buen camino. Esta división tomista fue la aceptada por la iglesia católica hasta, prácticamente, hoy en día.

Hubo sueños especialmente relevantes en este periodo, como el que lanzó a San Agustín a los brazos de la Iglesia (donde se convertiría en uno de sus pensadores más influyentes) o el que reveló a Mahoma el contenido completo del Corán y le lanzó a su misión predicadora. No es de extrañar que, muchos siglos después, Martin Luther King usase la frase retórica de «he tenido un sueño», para lanzar su mensaje pues los sueños pueden llegar a ser una fuerza motora más poderosa que muchos otros acontecimientos más «reales». Sin duda, aún hoy, por muy racionales que seamos, nuestro legado cultural aún retiene algo de esa visión sobrenatural de los sueños, y el de Martin Luther King jugaba con ambas cosas: una revelación (exógena y sobrenatural) y un deseo (endógeno y racional).

Siglo XIX
La visión de la filosofía y la primitiva medicina no se perdió sino que perduró en paralelo a las creencias sobrenaturales, a veces conviviendo en la misma propuesta —como vimos en Santo Tomás— pues muchos pensadores consideraban que en los sueños tanto se podían manifestar nuestros deseos y enfermedades ocultas como los mensajes de los dioses y espíritus.

A finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX aparecieron numerosos libros en los que se recogían todas esas tendencias. El mundo de los sueños y su interpretación se hicieron muy populares y algunos médicos y filósofos se dedicaron a su estudio. Surgieron muchas teorías, que no dejaban de ser reformulaciones más sofisticadas de los anteriores planteamientos, y a ellas se les añadió el estudio de miles de casos. Incluso aparecieron diarios de sueños en los que se detallaban todos los sueños que alguien podía recordar.

Alfred Maury, a través del estudio de más de 3.000 casos, descubrió el fenómeno de la incorporación de eventos externos al contenido de nuestros sueños (como un ruido o el roce de las sábanas) y postuló una teoría según la que la función de los sueños sería proteger el dormir de esas interrupciones, dando cuerpo a esos estímulos que nos llegaban. Si bien esto explica algún que otro contenido, fue una teoría que se quedó bastante corta. Pero pronto, a caballo del cambio de siglo y siguiendo esa línea de la observación y el estudio de casos, iba a surgir en Viena una nueva teoría sobre el mundo de los sueños que sí influiría de forma poderosa en todas las artes y la filosofía del siglo XX.

La pervivencia de las teorías sobrenaturales
Antes de hablar (en la próxima entrada) del psicoanálisis y la ciencia recordemos que en nuestros tiempos las teorías sobrenaturales aún perviven de forma original entre muchas culturas y cultos de tipo chamánico y espiritualista, que incluso usan drogas naturales para inducir ese tipo de sueños reveladores. Existen algunos documentales en que se recogen estas creencias y experiencias, pero el cine casi siempre las ha retratado (con alguna contada excepción, como la miniserie «Shaka Zulu») a través de algún occidental que, tras ser iluminado por esa cultura primitiva, les acaba ayudando de forma crucial. Aunque es un avance desde las antiguas historias de Haggard, en que los héroes occidentales arrasaban esas antiguas y hostiles culturas, no deja de resultar un tanto paradójico que por un lado se las valore como superiores a la nuestra pero que luego necesiten del gran héroe blanco para sobrevivir o luchar.

Lo podemos ver desde «El motín del Bounty» o «La Selva Esmeralda» hasta la reciente «Avatar», donde el protagonista, paradójicamente, es el «caminante en sueños» y toda su experiencia en ese mundo la vive como un sueño en el que, al final, acaba quedándose. Aquí, al igual que en Titanic, donde el personaje de Jack bien podría ser una invención de Rose y no haber existido nunca, o en «Aliens», donde la película comienza y acaba con Ripley dormida, existe un nivel de ambigüedad sobre lo que podría ser o no ser real del que, sospecho, el propio Cameron no era consciente… aunque le funciona muy bien; quizá su visión del mundo sea, literalmente, la de un soñador que no está a gusto con su realidad física y que en sus sueños (de celuloide), como diría Aristóteles, expresa su personalidad.

La lista podría seguir, entre muchas otras, con «Bailando con Lobos», «La misión», «Adiós al Rey», «Blueberry» e incluso «Los Simpson», tanto en la película como en el capítulo en el que Homer, tras consumir unos chiles alucinógenos, tiene una delirante experiencia chamánico-onírica. Resulta curioso pensar que en las primeras versiones del guión de John Millius y Francis Ford Coppola para la historia que se convertiría en «Apocalypse Now», titulado «The Psychodelic Soldier», el chamanismo, las drogas y los sueños espirituales tenían un papel fundamental, si bien luego desaparecieron para que toda la película se convirtiese en un único y demencial «viaje».
En «La última ola», de Peter Weir, un abogado blanco es encargado de defender a un aborigen relacionado con lo que parece un asesinato ritual. A partir de ahí nuestro protagonista comenzará a tener toda una serie de ominosos sueños que no sólo le conectará con los ritos y la cultura chamánica de los aborígenes australianos, cuya tierra ellos, los blancos, han usurpado, sino que también tendrán un carácter premonitorio, alertando de toda una serie de extraños fenómenos que comienzan a ocurrir y que culminarán en esa última ola, una suerte de apocalipsis aborigen que arrasará Australia.

En todas estas historias tenemos a un occidental que madura dentro de esa cultura, a veces gracias a revelaciones que tiene en sueños, naturales o inducidos por algún tipo de droga. Y, aunque hay algunos que siguen creyendo que los sueños son obra de Dios o del Demonio, la visión sobrenatural de los sueños hoy va más en esa línea, cargando las tintas en su función para comunicarnos con un mundo más trascendente, configurado a base de espíritus, de los antepasados, del panteísmo, de Gaia, de nuestro cerebro reptiliano (sic) o de algún otro tipo de interconexión anímica con todo lo creado.

También resulta moderna la reincorporación a occidente de la creencia en la reencarnación, que busca su apoyo en algunos sueños que, ahora, se ven como ecos de vidas pasadas. Esto se pueden apreciar en películas como «Audrey Rose» de Robert Wise, o en «La reencarnación de Peter Proud» de Lee Thompson y de la que, se rumorea, David Fincher prepara una nueva versión.
Algunos sueños premonitorios y reveladores también se han liberado de su génesis divina o espiritual, y se asocian directamente a las facultades paranormales del soñador en cuestión. Tenemos ejemplo de ello en muchas películas y series, como en la reciente «Premonición», en la que Cate Blanchett, gracias a sus poderes y sus sueños resuelve un crimen y previene otro.

Dado el carácter sincrético que tienen todas estas nuevas tendencias espirituales y «New Age», podemos encontrarnos con todo tipo de conceptos que toman prestados de religiones orientales, occidentales y amerindias, supersticiones populares, jerga paranormal e incluso términos científicos. Así podemos encontrarnos espíritus, auras, energías orgónicas, chacras y glándulas pineales en explicaciones de lo más pintoresco sobre el origen y el sentido de los sueños… teorías que, al igual que las aparecidas hace miles de años, carecen de toda base científica y racional. La gran diferencia es que las antiguas nos hablan de culturas enteras y de cómo éstas veían el mundo, de cómo era el ser humano en sus principios, y las modernas nos recuerdan que no existe disparate lo suficientemente grande, delirante y carente de base como para que un montón de personas no acabe creyéndoselo sólo porque resulta reconfortante o les hace sentir un poco más especiales.

Continuará…

6 comentarios:

A través del espejo dijo...

Bueno, yo he leído encantado. Como era un viaje por el tiempo...
Me lo he pasado pipa el rato que he estado leyendo. He hecho una ruta por Babilonia, Jerusalén, Éfeso, Atenas, Roma, Florencia, Londres, Viena, y he llegado a Nueva York... quizás por ser la ciudad que nunca duerme, o por ser la Babilonia de hoy día.
No sé si he viajado despierto.

Elperejil dijo...

Muchas gracias por tu bello comentario, A través del espejo; con lectores como tú da gusto escribir un blog.

Daniel Domínguez dijo...

Todo un viaje. Onírico ¿no? Casi dan ganas de volver a la cama y reanudarlo. Bueno, sin casi. Lástima que no pueda ser. Habrá que ensoñar entoces. Muy buena entrada.

Elperejil dijo...

Gracias Daniel... y a ver si te gusta su continuación, en la que sí hablaré del psicoanálisis, jeje...

Mary Carmes dijo...

Es un excelente post, siempre me ha encantado todo lo que tiene que ver con el significado de los sueños, es más en muchos casos me ha pasado lo que dice que significa el sueño, como por ejemplo cuando sueños con palomas saludos

Yurena Hdez. dijo...

Muchas gracias Daniel por la información, realmente es un tema que me apasiona, saludos