miércoles, 26 de mayo de 2010

Música de cine - Roy Webb

Este mes, entre el trabajo, unas obras en casa y la llegada (o regreso) del buen tiempo, he tenido muy descuidado el blog. Bueno, eso y el titubeo, pues debo de tener una media docena de entradas a medio hacer que, espero, irán saliendo poco a poco a partir de la semana que viene. Esta semana estaré especialmente liado por motivos laborales, escribiendo, y, como ya conté una vez, suelo hacerlo acompañado de música. Una buena parte de ella es música de cine, bandas sonoras, así que, como ya hice otras dos veces, dedicaré esta semana a hablar muy brevemente de estos compositores que me acompañan con sus creaciones.
Mi criterio, un tanto aleatorio, será el mismo que la primera vez: que sean importantes, poco populares (o menos de lo que merecerían) y que me gusten. Allá vamos.


Roy Webb
A finales del siglo pasado, un niño caminaba las aceras de Nueva York de la mano de su madre. Lo llevaba a un gran teatro. Aún faltaban unos años para que el cine comenzase a llenar las calles y avenidas, primero con las máquinas de Edison y luego ocupando teatros y salas como aquella misma en la él que iba a entrar. Pero ya había magia en aquel lugar en el que, a través de la música, se contaban grandes historias. Al crío, desde aquella primera visita a la ópera, le fascinó ese mundo. Cruzaba una puerta y pasaba del ruido de la gran ciudad a la vieja Italia de Verdi, a la Germania cuajada de bruma de Wagner, o a las divertidas costas de Penzance. A pocos niños les gustaba la ópera, pero el pequeño Roy era diferente. Callado, tímido, sensible… y seguiría siendo así toda su vida. Un buen hombre de maneras suaves y que se llevaba bien con todo el mundo. Por eso resulta tan sorprendente que de su talento musical saliese la música que, en su tiempo, mejor definiría el horror y la maldad.
Empezó su carrera en Broadway, la misma calle que tantas veces había recorrido con su madre para ver alguna obra de Gilbert y Sullivan, componiendo música incidental para obras de teatro y musicales, donde destacó lo suficiente como para llamar la atención en Hollywood.

Fue reclutado por la «Radio Pictures», que acabaría convirtiéndose en la «RKO», y allí pasaría el resto de su vida creativa, como director musical de la empresa y compositor de la música de más de 200 películas. Muchas fueron comedias o melodramas ligeros, pero donde Roy Webb destacó fue en el puñado de bandas sonoras que compuso para las historias de cine negro y terror de la «RKO». De hecho, fue el autor de la partitura de «Stranger in the Third Floor», considerada la primera película de cine negro americano. Su tétrica y atmosférica música, ya desde el primer momento, sentó los raíles por los que discurrirían los acompañamientos musicales de buena parte de ese género.

Un par de años después se reuniría con el productor Val Newton, el director Jacques Tourneur y el guionista DeWitt Booden, para debatir cómo hacer una película fantástica de terror con los magros medios que tenían a su disposición en aquel momento. Así, a cuatro manos, y ya conteniendo indicaciones relativas a la fotografía, la puesta en escena y la música, nació el guión de «La mujer pantera», un hito dentro del cine de terror y suspense. El fuera de campo, la oscuridad, las sombras, la música y el sonido, se encargaron de crear la experiencia más aterradora que los espectadores de cine habían vivido jamás. Ningún maquillaje o efecto especial del momento pudo igualar lo que la música (y los silencios y efectos sonoros) de Webb y la puesta en escena de Tourneur evocaban en nuestra imaginación. Se puede decir que el moderno cine de terror y suspense nació ese día, igual que el uso de la música para crear atmósfera, anticipar la tensión y subrayar los sustos, tan común hoy en ese género.

En esta escena podemos ver como la música y las sombras crean una acción que, de haberse visto directamente, habría resultado muy pobre para los medios de la época. Pero así funciona.



En estas otras dos escenas, célebres y copiadas hasta la saciedad, el silencio musical se ve compensado por el sutil uso de los efectos sonoros, que funcionan como una verdadera música de tensión. En la primera es el viento, el taconeo y la repentina llegada del autobús (primera vez que se usó ese golpe de efecto, de falso susto, tan común hoy). En la segunda el del agua y el eco de los gritos.





Una década después, Vincent Minelli rendiría tributo a aquella reunión en su película «Cautivos del mal», con una de las secuencias más memorables de la historia del cine: cuando el personaje de Kirk Douglas, también con un presupuesto miserable para hacer una película de terror, llega a la conclusión de que la mejor manera de retratar al monstruo (hombres pantera, en lugar de mujer pantera) es no mostrarlo y jugar con las sombras y los sonidos…
Así que cuando regreséis a la película de Minelli —algo que se debe hacer cada cierto tiempo—, pensad que esa conversación fue real y que la mantuvieron Val Newton, Jacques Tourneur, DeWitt Booden y Roy Webb.



Roy continuó trabajando con Tourneur y Val Newton en sus siguientes películas —tanto en las de horror y fantásticas, como en esa joya del cine negro que es «Retorno al pasado»— y también colaboró con Orson Welles en «El cuarto mandamiento» (ya había usado algunas piezas de Webb en «Ciudadano Kane», para la escena del noticiario del principio), con Edward Dmytryk en «Murder, my Sweet», con Robert Siodmark en «La escalera de caracol», con Schoedsack en «El gran gorila», con Nicholas Ray en «Infierno en las nubes» o con Alfred Hitchcock en «Encadenados», banda sonora que el propio Webb consideraba como una de sus mejores.



Todo el mundo que le conocía se sorprendía de que un hombre tan sensible, tan bueno y agradable, pudiese evocar el terror, el mal y la oscuridad con tal fuerza en sus composiciones. Y, quizá por ello, el diablo le pasó factura en uno de los finales de carrera más tristes de la historia de la música.

En 1951 ardió su casa, y en el incendio se perdieron todas sus viejas partituras y los trabajos que, en aquel momento, estaba haciendo. Y esa misma sensibilidad que Roy Webb había sido capaz de avivar para componer, lo condenó. Se deprimió de tal manera que abandonó para siempre la composición, pasando las dos restantes décadas de su vida retirado de la música. Aunque fue nominado en siete ocasiones, no ganó ningún Oscar, ni siquiera uno conmemorativo u honorífico. Le habían olvidado. Una injusticia.

Pensemos en ello cuando veamos la citada escena de «Cautivos del mal». Roy Webb estaba allí, él fue uno de los que planteó esas ideas; no lo olvidemos y se le hará justicia… igual que se le hace cada vez que suenan las notas de sus partituras.

Pero acabemos con una anécdota un poco más positiva. Roy Webb estudio en la universidad de Columbia. Unos años después y como tributo a la etapa de su vida que pasó allí, compuso una pieza musical para los «Columbia Lions», el equipo de deporte de ese campus: «Roar, Lion, Roar», que aún se sigue cantando en todas las celebraciones deportivas de Columbia. En la letra colaboró otro egregio estudiante de Columbia, el guionista Corey Ford, y otro distinguido miembro del negocio del cine, Howard Dietz, la cantó unas cuantas veces durante sus años universitarios; y por eso, cuando llegó a director de publicidad de la Metro Goldwyn Mayer, decidió usar el rugido de un león como símbolo de esa «major». Otro eco, omnipresente, del talento de Roy Webb.

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