domingo, 14 de febrero de 2010

Post especial de carnaval – la máscara

Habiendo nacido un martes de carnaval y estando estas fechas presentes, espero que me disculpéis por hacer un breve excurso antes de continuar con los sueños para hablar de un hecho que siempre me resultó sorprendente respecto a uno de los elementos claves de estas fiestas: la máscara; y, encima, tiene que ver con la psicología y el cine (o, al menos, las artes dramáticas).

Origen de la máscara
El teatro se origina en las celebraciones de los cultos al dios griego Dionisos. En ellas los sacerdotes llevaban máscaras rituales igual que éstas se llevan en muchos otros cultos y ceremonias religiosas.
Cuando esas representaciones de carácter religioso pasaron a hacerse profanas, algunos de sus elementos continuaron presentes, entre ellos la máscara.

En los teatros griegos los actores, para caracterizarse como sus personajes, además de en sus capacidades interpretativas, se apoyaban en varios elementos externos como la ropa y la parafernalia que llevasen (armas si hacían de militares, instrumentos si eran músicos, aperos si eran campesinos…). Un papel importante tenía el calzado, que ya sentaba el tono de la interpretación: los personajes trágicos llevaban coturnos, un calzado de tacones muy altos, mientras que los cómicos llevaban borceguíes, calzado de suela baja y que se ataba sobre el tobillo. El arte dramático, por ello, a veces es llamado «de coturnos y borceguíes», y Apuleyo, en «El asno de oro» usa la expresión «ya es hora de dejar los borceguíes y calzarnos los coturnos» para expresar que la historia, a partir de ese momento, va a tomar un tono más serio y grave.

Pero lo más representativo del teatro griego, y lo más importante para el actor, era la máscara. Cada una representaba a un personaje, portando sus rasgos y extremando con el gesto su principal tono emocional o moral a lo largo de la obra (sonriente, trágico, malhumorado, malvado, triste…). Tenía una peluca de cabello natural y agujeros para los ojos y otro pequeño para la boca. Y éste último, el de la boca, pese a ser una simple ausencia más que una presencia, era el elemento más importante de la máscara griega.

Personalidad, la voz de nuestro ser
Esa boca tenía dos importantes funciones. La primera era evitar que se viesen los labios del actor, rompiendo así el hechizo de la ficción; el actor debía desaparecer por completo en el interior del personaje. La segunda era, gracias a su forma, más pequeña en el interior y abriéndose poco a poco hacia fuera como un pequeño megáfono, amplificar la voz del actor y modificarla hasta convertirla en la potente y característica voz del personaje. Debía de sonar alta, clara y diferente a las de los demás.

De hecho, por esa facultad a las máscaras también se les llamaba «resonadoras», que es de donde viene nuestra palabra «personalidad» (per-sonare, hacer sonar).

Ya desde la antigüedad la voz tiene una gran importancia como símbolo de la persona, de lo que nos defina ante los demás. En una sociedad que basaba su funcionamiento en el ágora y la política, en el intercambio de opiniones y conocimientos, la expresión «no tener voz ni voto» era sinónimo de no ser nadie, pues aún sin voto un hombre podía persuadir y manifestarse antes los demás gracias al poder de su voz.

Así, la personalidad sería lo que hace sonar nuestra voz, lo que nos da cuerpo y da fe de nuestra existencia antes los demás. Si existe un yo profundo, la personalidad sería su amplificador, su intermediario ante los demás y ante nosotros mismos. Y la máscara, dentro del arte dramático, sería el símil de esa personalidad, el puente entre el actor y el personaje.

Personajes puros, sin actores
De hecho, resulta sorprendente pensar que, al contrario de lo que ocurre hoy, en el teatro griego el personaje estaba vinculado en exclusiva a la máscara, no al actor. La gente conocía a los dramaturgos y a los escritores de comedias, y a sus personajes, pero no a los actores, pues estos desaparecían por completo tras la máscara.
El número de actores en una compañía era limitado y en las representaciones era normal que hubiese más personajes que actores. Ese problema se solucionaba con las máscaras y bastaba con que el número de personajes en escena al mismo tiempo nunca fuese superior al número de actores de la compañía (algo que sería muy raro).

Un actor se ponía la máscara y representaba a ese personaje desde que salía a una escena hasta que salía de esa escena, pero entonces se sacaba la máscara y se ponía otra para interpretar a otro y el personaje, la máscara, quedaba libre y, si era necesario, otro actor la recogería para continuar con la interpretación de ese personaje más adelante.

Puede resultarnos extraño que un actor no sólo no representase a un solo personaje, sino que ese personaje probablemente fuese representado, a lo largo de toda la obra, por varios actores que se irían intercambiando la máscara. No existía la asociación actual de actor-personaje, sino que gracias a la máscara sólo existían personajes y los actores eran meros tramoyistas en escena, como los marionetistas que mueven los hilos y, sin problema, pueden cambiar de un muñeco a otro. El actor movía al personaje, pero no era el personaje, ni siquiera lo interpretaba en el sentido actual de la palabra. El personaje era y residía en la máscara.

Máscaras de carnaval
Hoy, en carnaval, nos ponemos máscaras y, como los antiguos griegos, jugamos a mover a otros, personajes que nos inventamos, personalidades tan extremas y diferentes que hacen sonar nuestras voces, por un día, de otra forma realmente extravagante.
Quizá no nos estemos riendo o juguemos a ser esos personajes que representamos, sino que, de una forma casi inconsciente, hacemos visible el hecho de que siempre llevamos máscara, de que nuestra personalidad no es más que un amplificador y un escudo de nuestro yo. Una máscara invisible y multiforme que cambia en función de las circunstancias y el interlocutor, e incluso en la oscuridad y ante un espejo nos protege de cosas que ni siquiera nosotros mismos soportaríamos ver de frente.

5 comentarios:

A través del espejo dijo...

Eeeeen fin...

También aquí querré decir algo. Me dejaré caer en el diván, y mirando al vacío (poniendo los ojos en blanco, que dirían algunos ;) me tomaré la libertad de divagar en voz alta sobre la máscara, la identidad, la personalidad, y el tiempo en que vivimos.

Yo he elegido la misantropía. Recelo de las personas a quien acabo de conocer, y hago muy poco (por no decir nada) por conocer a gente nueva en mi vida. Mi postura no parece la más coherente cuando tengo que reconocer que solamente me he planteado la soledad como un modo de vida asumible aunque no deseado.
De manera que me reconozco inmerso en la contradicción de aborrecer a la gente porque sólo puedo comunicarme a través de sus máscaras, y de aborrecerme un poco a mí mismo porque sólo puedan conocerme a través de la mía, a través del espejo.

¿Explicaría esto el por qué de este convencionalismo? ¿Les ocurre a los demás lo mismo que a mí? De un tiempo a esta parte me respondo que sí. Me lo digo por mi propia experiencia (poco más me lo podría responder). Imagino que eso es justamente lo que llamamos una "convención social". No soy Sociólogo. Vamos, que no tengo el título, pero lo poco que he leído como introducción me dice que cualquiera es juez y parte en esto de analizar la sociedad en la que vive.

Hablando con los demás, o leyéndolos, creo haber confirmado que la máscara (llamada por algunos "filtro de pensamiento", con mucho acierto a mi juicio) es un mecanismo, una herramienta, y a la vez un resultado, inevitable en la convivencia.

Mi pensar se mueve entre dos ideas:
- Las personas nos parecemos mucho más de lo que creemos, e intuirlo es lo que alimenta la curiosidad por comprobarlo. Así satisfacemos la necesidad de compartir el Mundo, que estoy convencido de que todos tenemos.
Esto acerca a las personas.

- A medida que conocemos más a los demás, sea voluntaria o inevitablemente: familia, amigos, compañeros de estudios, de trabajo, etc. remarcamos más las diferencias, imagino que en aras de establecer sólidamente lo que nos hace únicos: la personalidad. Esto aleja a las personas.

Es en esta paradoja donde encuentro explicación a la máscara como filtro o herramienta para permitir el contacto sin rechazo, o al menos generando el menor rechazo posible. Así facilitamos que se satisfaga la primera necesidad: Compartir.

Pero por pura lógica, el recurso permanente a la máscara produce el mismo rechazo que causaba su "uso". Y cuando conocemos, o creemos conocer al Otro, podemos ya incluso reprocharle que la use con nosotros, apelando a que ya no es necesaria: Cuando conocemos los fantasmas, las manías, los miedos, del Otro, la máscara deja ya de tener sentido.

De modo que encontrar gente en la vida que pudiendo (según nuestro criterio: "yo lo haría") quitársela, no lo hace, es lo que me conduce a la misantropía.

... y sin embargo, aquí estoy. En el diván. Voluntariamente.
El ser humano.

Eeeeen fin.

Elperejil dijo...

Muy interesantes tus reflexiones. Supongo que, al final, hasta hay máscaras que debemos llevar delante de nosotros mismos, para hacer más tolerables nuestros defectos, miedos y errores... y esas con las que nos resistiremos a quitarnos incluso antes nuestros amigos más íntimos.

Haciendo un breve excurso, lo de "poniendo los ojos en blanco" lo leo en muchas traducciones de libros en inglés e incluso en algunas novelas y relatos ya escritos en nuestra lengua, y no sé si será una especie de frase hecha, porque poner los ojos en blanco es algo muy difícil y casi aterrador (los clásicos zombies de Tourneur lo hacían); quizá sea lo que tú dices, mirar al vacío.

Volviendo a lo que comentas, yo también he de reconocerme un poco misántropo. Pero lo mío se basa en que no me gustan las aglomeraciones (este año fui a la cabalgata de Reyes con el crío y, para mí, fue una pesadilla) y en que tengo muy poca fe en el ser humano (sólo hace falta ver la conducta de muchos en las colas de los supermercados o las rotondas); o sea, que es una cuestión visceral y moral.

Sobre lo de la máscara, no lo pusé en la entrada porque no se me ocurrió, pero creo que una peli que lo refleja muy bien es Zelig, de Woody Allen. Es natural que adaptemos un poco nuestra conducta a las circunstancias y a la gente con la que estamos (no vamos a portarnos igual con nuestra pareja, los amigos, nuestro jefe, un desconocido, etc.), que cambiemos un poco de máscara, como tú dices, pero Zelig lo lleva a un extremo al cambiar por completo de personalidad e incluso de físico. De hecho, la película es un divertido espejo en el que podemos vernos y, como todas las pelis de Woody Allen, una máscara que se pone para poder hablar de si mismo. Si no conoces la película, ten encantará pues refleja todo eso que tú comentas de una forma muy divertida.

Nuestras máscaras, creo, aunque pongamos algo (o mucho) de artificio en ellas, siempre llevan un poco de nuestra carne, así que siempre tienen algo de falso y de sincero, como también dices. Incluso, ante nosotros mismos, a veces adoptamos máscaras para no sentirnos miserables... y eso no está mal siempre que lo que prime sea la carne y no el artificio, o que al menos sepamos volver a ella.

No sé si te ayudará, pero hay una frase de Bacon que tiene algo que ver con esto (lejanamente) y podría decirse que habla de las máscaras de ficción con que nos contamos nuestras vidas. La cita dice: "Dios le dio la imaginación al hombre para compensarlo por lo que no es; y el sentido del humor para compensarlo por lo que es".

Il Gattopardo dijo...

Importantes reflexiones desde ambos lados del espejo. En primer lugar, un interesante post, actual cómo siempre ha sido el controvertido debate de la naturaleza del ser humano. Porque sí, yo pienso que va en nuestra naturaleza que como animales racionales que viven en sociedad tienden a las convenciones para no sentirse rechazados. El surgimiento de las tribus urbanas no es más que una reafirmación de mis palabras. Tal vez en nuestros días las cosas estén llegando a cotas muy altas, puesto que la intimidad cada vez es más difícil de conseguir y existen otras herramientas para ser quien quieras ser donde quieras serlo. Vivimos en una cultura de masas y eso tiene sus consecuencias.

Creo que la misantropía es un estado al que el individuo llega irremediablemente cuando se cansa de jugar al juego de las máscaras. Ya lo decía Schopenhauer, ¿no? Este mundo no es más que sufrimiento y apatía, cultivemos el espíritu. ¿No fue Nietzsche el que afirmaba que el hombre creaba las ficciones para evadirse de la prisión que le resultaba la 'realidad'? Y parando en este punto uno ya se pregunta si realmente tanto miedo tenemos de nosotros mismos y de lo que puedan causarnos los demás que necesitamos unos filtros por los que sentirnos seguros o es que ya nos hemos acostumbrado a ello y se ha vuelto una "convención social" como comentabais antes. La mentira es la herramienta de socialización más utilizada en nuestros días. No somos capaces de enfrentarnos con nosotros mismos, ¿cómo hacerlo con los demás?. Aunque a veces eso pueda ser lo más sencillo. Y es que "en lo aberrante encontramos deleite y placer en lo más detestable. Cada día descendemos un paso al infierno entre las cenizas que apestan". (Charles Baudelaire).

Hace poco estrené un cortometraje (http://dialectica.newslang.es) que trata estos temas y enfrenta dos posturas al respecto: Hegel y Schopenhauer. Y es que algunos ya no queremos "seguir formando parte de esta farsa". Zelig es una gran película no solo por su contenido, sino también por su forma (el falso documental). Ante este panorama es imposible ser optimista.

A través del espejo dijo...

Hola de nuevo,

Afortunadamente conozco "Zelig", y recuerdo el impacto que me produjo en su día, como una cierta toma de conciencia crítica mediante el humor. Fue una de las primeras pelis que conocí de Woody Allen, y la recuerdo como un ejemplo de que él era capaz de mucho más que filmarse huyendo a la carrera perseguido por una teta gigante que quería aplastarlo a base de chorros de leche (supera esto, Bigas Luna!!)...

Sin embargo, hace ya mucho que la vi, en uno de esos ciclos que TVE solía dedicar a grandes cineastas, y debería volver a verla con los ojos de hoy, igual que debería releer algunas joyas literarias que leí a los 12 ó 14 años...

Perejil (valga la confianza), la frase de Bacon es buenísima, y la creo bien a propósito del tema, enlazada con Allen, ya que estoy convencido de que el humor (sobre todo hacia uno mismo) es el mecanismo más "suave" para enfrentar ese vértigo que señala el Gattopardo, el de ser conscientes de lo limitados que somos.

Y sobre lo imposible de ser optimista, he aquí uno que se suele llamar a sí mismo "el Abuelojeidi", y que a pesar de eso, no ha perdido su fe. Recurriendo al humor, cómo no, me explicaré con una exageración al estilo Mark Twain:

Con las personas ocurre como con la Física Cuántica: Cuanto más se acerca el observador, más sorprendentes son los hallazgos, desafiando a cualquier lógica o previsión.
Me pregunto dónde termina la ciencia de la gente y dónde empieza el arte de las personas.

Que vaya bien!

Elperejil dijo...

Caramba, muchas gracias por vuestros extensos e interesantísimos comentarios; todo un lujo tener lectores que aportan tanto, en serio.

Podría continuar hablando aquí... pero lo he hecho en la siguiente entrada, que se sigue de lo que habéis comentado.

Ahora tengo que hacer un pequeño viaje y estaré fuera unos días, pero a la vuelta, palabra, continúo con el mundo de los sueños (de éste ya llevo escrito una buena parte) y la hipnosis.