lunes, 30 de noviembre de 2009

El gancho o «cliffhanger»

Esta entrada tiene origen en una de Juan Polo, para vayatele, y en los comentarios que la siguieron. Vaya para él y los que sumaron esos comentarios mi agradecimiento.

Aunque ahora se ha puesto de moda usar el término «cliffhanger» (de origen literario y británico) para designar el que un capítulo de una narración seriada acabe con un giro inesperado, en nuestro idioma ya teníamos la expresión «gancho» que, desgraciadamente, se usa cada vez menos. Supongo que esto ocurre porque usar un término en inglés parece que da más empaque o hace parecer a uno más experto, cosmopolita o «técnico», cuando la realidad verdad es que lo único que se consigue es empobrecer el léxico.

Aquí abajo podemos ver a Lucille Ball parodiando uno de esos finales en «cliffhanger» para la revista Life, o sea, quedándose colgada de un risco; y también a un guionista preparando un gran gancho para el final de un capítulo.






Origen del concepto
El gancho no consiste en otra cosa que en partir un punto de giro a la mitad y dejar pendiente su resolución y consecuencias para el siguiente capítulo. Lamentablemente a veces se hace trampa y es un falso giro, que se resuelve con una tontería y no provoca consecuencias ni hace avanzar la acción. Por ejemplo, nuestro héroes entra a robar algo que necesita y es descubierto… chan, ¿qué pasará? Entonces, la siguiente semana, descubrimos que el que lo ha descubierto es un amigo y no pasa nada… pues vaya morro, eso no es un punto de giro ni es nada, es un truco sucio, una trampa ignominiosa que empeora la narración y cabrea al espectador o lector. También resulta bastante pobre situar al héroe en una situación de peligro y resolverla en el siguiente capítulo con una simple escena de acción, dejando que la acción continúe a partir de ahí en el punto donde ya estaba, sin que ese potencial giro haya afectado en nada. Aunque no es tan descaradamente pobre como lo anterior, anula el efecto dramático de ese acontecimiento y no es más que una distracción en la narración, una escena que no aporta nada ni hace avanzar la historia; una trampa un poco más sofisticada, pero igual de vacía, que la de continuar en falso.

Aristóteles, en su «Poética» ya teorizó sobre ello. La trama o «fábula», lo que él llamó mythos, se compone de una serie de elementos (que coincidirían con lo que hoy llamamos puntos de giro) y que podrían ser de tres tipos (para más y mejor información sobre el término «mythos», que en la primera versión de esta entrada explicaba mal, ver, más abajo, el interesantísimo comentario de Uralito):

-La anagnórisis, agnosis o revelación, que es cuando el cambio en la acción se produce por una información (o deducción) que hace que todo cambie para nuestro personaje. Un clásico ejemplo es el final de «El imperio contraataca», cuando Luke descubre que Darth Vader es su padre. Ahora, a raíz de esa película, a este tipo de giros finales tan fuertes y que dan un nuevo sentido a la historia, se le llama también un «Empire», lo que es una solemne gilipollez, pues, de referirlo a una historia, sería justo llamarle un «Edipo», pues es uno de los primeros y más potentes finales en anagnórisis de la historia de la narrativa.

-La peripecia o cambio de fortuna, que es cuando ocurre un hecho (lo ideal es que sea provocado por las acciones del personaje protagonista y no fortuito o causado por otros) que cambia el sentido de la acción y su tono, pasando de positivo a negativo o viceversa. Es el más usado y frecuente, y ejemplos habría mil. Por seguir con ese momento de «La Guerra de las Galaxias», por ejemplo, sería el momento en que Luke decide enfrentarse a Darth Vader para rescatar a sus amigos y es derrotado, aunque consigue huir gravemente herido.

-El pathos, o lance patético, que es cuando lo que ocurre es una muerte, daño, pérdida o sufrimiento. La muerte de Obi Wan Kenobi, en la primera parte, sería un buen ejemplo de ello, igual que la captura y congelación de Han Solo en esa segunda parte de la saga.

Por supuesto, estos tres tipos o elementos que pueden componer un giro pueden darse en conjunto, ordenándose de uno u otro modo. Esto, para Aristóteles, era lo más adecuado. Por ejemplo, en ese final de «El Imperio contraataca» vemos como la acción (enfrentarse a Darth Vader) provoca la peripecia de la derrota y, ésta, la revelación o anagnórisis de que su peor enemigo es su padre, que le ofrece unirse a él. Esto causa un intenso sufrimiento o pathos (físico, al perder la mano, y anímico al ver que tu enemigo es el padre a quien creías un héroe), que será la semilla de las futuras acciones y resoluciones por parte del personaje.

Pues bien, crear un gancho, sería dejar ese giro en suspenso en alguno de sus puntos clave. En medio de la derrota sin conocer cómo será su salvación; justo después de la revelación, sin saber qué implicará eso (si se unirá a su padre o se enfrentará a él): o en medio del sufrimiento del sufrimiento que suponen sus heridas (o la reciente pérdida de su amigo Han Solo) sin saber cómo saldrá de eso o qué consecuencias tendrá ello en el personaje.

Aunque Aristóteles y los dramaturgos griegos no teorizaron sobre el gancho, pues sus narraciones se presentaban como un todo, en una única sesión, sí sabían la importancia de esos pequeños momentos de suspenso, de la necesidad de crear esa tensión en el espectador sobre qué es lo que va a pasar a continuación para que, así, continuase pendiente de la historia. Estas ideas —y las muchas otras que encierra la Poética de Aristóteles—, con el paso de los siglos, han sido ampliadas y refinadas por otros estudiosos y narradores, pero en el filósofo estagirita ya está el germen de toda nuestra moderna teoría narrativa.

Primeros usos
En las «Mil y una noches” la princesa Scheherezade se casa con el Sultán Shahriar. Este poderoso monarca tenía la cruel costumbre de casarse con una virgen cada día y decapitarla al día siguiente, para así casarse de nuevo y estar siempre «de estreno». Pero no contaba con que nuestra heroína debía de saber algo de los principios rectores de la narrativa, pues la buena mujer, tras la debida sesión de sexo, comienza a contarle una historia que al llegar el amanecer queda inconclusa, justo en medio de uno de esos potentes puntos de giro o revelaciones, dejando al sultán terriblemente intrigado. Ante su necesidad por saber cómo continúa la historia le perdona la vida para que siga con esos relatos. Y así, noche tras noche, Sheherezade va enredando al rey en todo un cúmulo de historias, siempre finalizando cada una con un gancho, y cuyas lecciones van sembrando poco a poco la moralidad y la compasión en el tirano, haciendo que finalmente renuncie a su salvaje costumbre. Toda una gran metáfora sobre el poder de la ficción sobre el espíritu humano.

Pude disfrutar en mi infancia estas historias en la edición de tres volúmenes de Aguilar, traducida directamente del árabe por Rafael Cansinos; todo un mundo de historias que realmente enganchan y transforman. Thomas Pynchon homenajeó a Sheherezade de una forma un tanto paródica en esa otra obra maestra que es «Mason&Dixon», siendo su princesa un pastor anglicano gorrón que intenta prolongar su estancia en casa de unos parientes a base de contarles historias a sus hijos y, así, mantenérselos entretenidos.

El término «cliffhanger» aparece en el siglo XIX, cuando este tipo de finales en suspenso eran muy típicos de los seriales literarios que se publicaban en los periódicos o en folletines. Dickens, Dostoievski, Tolstoi, Wilkie Collins o Poe (la «Narración de Arthur Gordon Pym» es ejemplar en el uso de ganchos finales en cada capítulo), entre muchos otros, publicaron así algunas de sus grandes obras.

Sería Thomas Hardy, en 1873, quien crearía el término en la novela seriada «A Pair of Blue Eyes» (podéis encontrarla en castellano como «Unos ojos azules», editada por Mondadori), cuando una de las entregas finalizaba con el héroe en peligro, literalmente colgando del risco de una montaña —que es lo que significa «cliffhanger», quedar colgando de un risco—.

A partir de ese celebrado gancho se comenzó a llamar así, en inglés, a ese tipo de finales de los capítulos de publicaciones seriadas. Wilkie Collins definió muy bien la esencia de ese arte al definir el trabajo del novelista como: «Hacerles llorar, hacerles reír… y hacerles esperar»

En castellano no sé quién sería el primero en usar la expresión «gancho» para ese tipo de finales, pero es evidente su sentido de «enganchar» al lector para que continúe con esa historia en el siguiente número de la publicación.

Con la llegada del siglo XX el cine (y el comic, dentro de las artes gráficas) fue desplazando en popularidad a esas publicaciones seriadas y la gente comenzó a acudir a los cines a ver series de cortos («Fantomas», «Los peligros de Pauline», «Flash Gordon»…) que continuaban de una semana a otra, jugando con ese tipo de finales en gancho.

Luego el relevo se lo tomó la radio y la televisión, que ya desde muy pronto jugaron con esos ganchos que aún se siguen usando hoy en día con el mismo objetivo que cuando nacieron: conseguir ganar el interés del espectador para que acuda la siguiente semana a ver cómo continúa esa historia.

Incluso se llegan a usar en el interior de un capítulo, para dejar algo colgando antes de ir a publicidad y mantener al espectador pendiente de lo qué va a pasar, intentando evitar que cambie de canal y se pase a otro programa. Personalmente viví esa experiencia, pues en una de las series en las que trabajé teníamos control sobre el lugar donde iban los cortes publicitarios (tenían que ser dos) y estructurábamos cada capítulo en función de ellos, dejando potentes ganchos antes de irnos a publicidad.

De fracasar en esto, en nuestra tarea de «enganchar» al público, a guionistas, actores, productores y demás técnicos, nos espera un destino (metafóricamente) similar al de todas las antecesoras de la bella y astuta princesa Sheherezade…

¿Por qué funcionan tan bien los ganchos? Explicaciones neurológicas

En GenCiencia daban una torpe explicación de por qué funcionan los ganchos, según la que estos provocan que nuestro cerebro suelte dopamina y que, cómo la dopamina está relacionada con el placer (nuestro «juez del placer» la llamaban), pues por eso nos da gustirrinín que nos dejen en ese suspenso.

Bueno, algo de eso hay, pero es como decir que el coche acelera porque el oxígeno entra en el motor. Pues sí, que el oxígeno se mezcle con la gasolina es importante para que el motor funcione y así el coche acelere, pero hay mucho más metido por medio, como que el conductor pise el acelerador y que entren en juego otro montón de elementos relacionados con el coche y la carretera. Pues en el caso del cerebro, infinitamente más complejo que un coche, imaginaos…

Aparte de reduccionista, esa explicación centrada en la dopamina pecaba de falaz, en concreto caía en una falacia de «petición de principio», trampa lógica en la que la causa se convierte en el efecto. Sería como decir que algo es placentero porque nos provoca placer al soltar dopamina y, ¿por qué suelta dopamina?, pues porque es placentero; un razonamiento circular que realmente no explica causa alguna.

De estudiante trabaje un tiempo en el departamento de psicobiología como colaborador. Estos temas de neuropsicobiología siempre me fascinaron y por eso me cabrea la tendencia al reduccionismo facilón que se ve en algunas publicaciones generalistas de divulgación, tanto online como en papel. Es algo que pasa en este área de la ciencia y en muchas otras; un amigo, biólogo, cada vez que lee lo de «hallado el eslabón perdido de» en un periódico de gran tirada, se sube por las paredes. Pero vayamos con lo de la dopamina.

La dopamina es un neurotransmisor del grupo de las monoaminas, uno entre las decenas y decenas de diferentes neutransmisores que hacen funcionar nuestro sistema nervioso. Está implicado, en interacción con muchos otros, en varias funciones como el control del movimiento, el sistema endocrino, la lactancia, la memoria, la motivación... y la búsqueda de placer, sí. Ciertos sistemas dopaminérgicos (o sea, grupos de neuronas que funcionan con dopamina) se disparan ante las recompensas primarias (comida, sexo, relajación; todas ellas cosas placenteras de por sí) o ante los estímulos asociados con ellas. Y la clave está en esto segundo: los estímulos asociados a las recompensas primarias, o sea, lo aprendido. Para que algo, como un gancho narrativo, produzca ese disparo dopaminérgico ha de estar previamente asociado al placer, debemos de haber «aprendido» que eso es placentero o bueno. Con lo que la dopamina NO provoca que nos gusten los ganchos, sino que es más bien lo contrario: que nos gusten los ganchos provoca que se dispare la dopamina de esos sistemas.

Así, el que un determinado elemento narrativo (como el gancho) nos produzca placer depende más de nuestra «historia de aprendizaje» respecto a él que del estímulo en sí mismo. Esos ganchos resultarán placenteros en las personas que así los juzguen y que, a base de verlos en uno o otro sitio, sepan que se lo pasan bien con ellos. Igualmente mediará que, por diferentes razones, la serie en su conjunto sea del agrado de esa persona, pues entonces es cuando sí le interesará saber cómo continúa y deseará saber qué les va a pasar a los personajes. Sin embargo, si ese recurso ha sido asociado a un «no me gusta» (como era el caso de Teresa, una de las comentaristas del artículo de vayatele, que odiaba los ganchos) no se producirá ningún tipo de respuesta dopaminérgica ante él. Igualmente el gancho nos traerá sin cuidado si la serie, en su conjunto, no ha conseguido interesarnos o entretenernos lo suficiente.

También es bueno tener en cuenta que en el placer, aparte de la dopamina, intervienen otros sistemas y neurotransmisores (como las endorfinas). De hecho, la respuesta placentera ante un estímulo primario es más o menos sencilla de interpretar y seguir (ante la comida o el sexo, por ejemplo), pero cuando se trata de algo tan complejo como un gancho, ese placer estará mediado por la cultura, la experiencia personal previa, el estado de ánimo del momento, la percepción y análisis de lo que nos cuentan, el enjuiciamiento de si nos gusta o no… Así pues, en la respuesta placentera o de desagrado ante un gancho, intervienen muchísimas estructuras del cerebro y están implicados decenas de neutransmisores diferentes.

Lo de hablar sólo de la dopamina y ponerla de protagonista va mucho con las modas (aparte de los estudios serios sobre ella, que los hay y muy buenos) pues el mal funcionamiento de sus sistemas está relacionada con temas tan interesantes como la esquizofrenia, el Parkinson o las drogas; aparte de que es un neurotransmisor fácil de seguir pues es relativamente escaso en el cerebro (por eso se estudia con más facilidad), pues otros, como el ácido glutámico, están muchísimo más presentes y no es tan fácil aislar su acción.

Así que para responder a la cuestión de por qué nos gustan los ganchos, quizá haya que abrir el foco y acudir a conceptos más globales y que recogen de forma conjunta procesos más amplios que las simples conexiones neuronales o su bioquímica.

¿Por qué funcionan tan bien los ganchos? Explicaciones psicológicas
Artgraffer, otro comentarista de vayatele, acudía al efecto Zeigarnik para explicar por qué funcionan esos ganchos. Este efecto, estudiado por la psicóloga Bluma Zeigarnik a partir de trabajos anteriores de Kurt Lewin, consiste en que nos resulta más fácil recordar tareas o hechos incompletos que aquellos que han sido finalizados. Lo comenzó a estudiar a raíz de una observación de Lewin, que comprobó como los camareros recordaban mejor los pedidos que aún no se habían pagado que aquellos que ya se habían pagado (y estaban, por lo tanto, completos). De sus trabajos se llegó a conclusiones tan útiles como que para estudiar es mejor hacerlo en periodos relativamente breves, con pequeños descansos entre ellos, que en grandes y largas sesiones de memorización sin esas rupturas.

Sin embargo, este fenómeno más bien explicaría que, de seguir varias series, nos acordásemos mejor de los detalles de aquellas que han cerrado el capítulo con un gancho (lo cual es cierto), aunque tampoco nos explica por qué el gancho funciona tan bien a la hora de mantener la atención y fidelidad del espectador.

Para eso podemos invocar otro principio rector de la psicología humana: nuestra tendencia y necesidad a apreciar las formas como enteras y los objetos como parte de un todo reconocible y cerrado.

Sobre esto teorizó mucho la Gestalt, una corriente dentro de la psicología (a la que pertenecían Lewin y Zeigarnik) que estudió los procesos cognitivos como un todo que no se podría explicar con la simple suma de una serie de procesos menores (vista, memoria, reconocimiento…) sino como un proceso superior en sí mismo. La famosa frase: «el todo es más que la suma de las partes» definiría muy bien su punto de vista.

Se hicieron muy populares por el uso de toda una serie de experimentos, ilusiones ópticas y problemas de lógica que ilustraban y demostraban varios de sus principios. Aquí abajo, en estas ilustraciones, vemos algunos de ellos.

Este primero muestra la «ley de la proximidad» o nuestra tendencia a considerar que los objetos cercanos forman parte del mismo todo o grupo.


Este segundo la «ley de la reificación» o nuestra tendencia a buscar figuras básicas y conocidas como ese triángulo, esa esfera y esa serpiente que se insinúan sin estar ahí.


Podría poner muchos más, pero el que más nos interesa es este tercero, la «ley de cierre» nuestra tendencia a cerrar y ver como completos objetos que no lo son.

Aparte de en estos dibujos, esto lo podemos ver en las diferentes culturas humanas. Así, por ejemplo, todas "agrupan" las estrellas en constelaciones (no siempre las mismas, claro), y ninguna queda fuera, pues esa es nuestra tendencia natural: categorizar, agrupar, cerrar, dar lógica y orden a todo lo que nos rodea.

Con las historias pasa lo mismo: queremos historias completas, acabadas, cerradas, en que sepamos lo que pasa... y por eso los finales incompletos, los ganchos, nos crean la necesidad de saber cómo se completa esa narración, o sea, de acudir a la semana siguiente a ver qué pasa y cómo continúa la historia. Más que un placer, es una necesidad… pues el placer ya nos lo han proporcionado a lo largo del resto del capítulo. Con sus giros, esos pequeños misterios y sorpresas (ya cerrados) que han hecho avanzar la historia, con sus personajes, conflictos, tramas… ahora nos dejan a medias, con la acuciante necesidad de volver para poder completar el dibujo, la forma de esa historia.

Pero, claro, para que eso ocurra primero hemos de estar implicados en ese proceso cognitivo, hemos de estar verdaderamente interesados de por sí en la narración, con lo que la serie, novela, película o relato ha de atraernos desde su principio hasta ese fatídico gancho que nos va a dejar con ganar de más.

Así, el gancho, más que placer generaría en nosotros la necesidad de completar la figura narrativa y esa sería la fuerza que nos impulsaría a volver, una y otra vez, como el sultán, a los brazos de nuestra personal Sheherezade.

Resumiendo
Los fenómenos muy sencillos, como la reacción placentera ante la inminencia de una comida que huele a gloria, son más o menos fáciles de explicar en función de sus elementos nucleares o bioquímicos. Pero cuando ya nos encontramos con un fenómeno tan complejo con una narración, en la que están implicadas decenas, quizá centenares, de estructuras y elementos de nuestro cerebro, lo más útil es abordarlo desde una perspectiva más general, acudiendo a conceptos y principios cognitivos que darán mejor cuenta de ello.

Aún así, y es algo que hay que tener muy presente, darán sólo una visión, una faceta más, sobre el fenómeno en cuestión. Es como si la narración fuese un inmenso poliedro con mil caras. La psicología puede dar cuenta de unas cuantas y revelarnos información y hechos interesantes, e incluso sorprendentes, pero aún dejará muchos fuera. La sociología, la historia, la teoría narrativa, el análisis artístico y otras disciplinas iluminarán otras facetas, diferentes o comunes con las anteriores, y así iremos teniendo una visión cada vez más compleja y amplia de todo el fenómeno. Pero nunca será total. Siempre habrá lados, lugares, que quedarán más allá de nuestra visión, de nuestra capacidad de análisis. Y, paradójicamente, esos son los más importantes, los que de verdad crean la magia que convierte una simple historia en una pieza de arte y nos emocionan de forma tan intensa como la propia vida.

Podemos agarrar el agua con la mano si la convertimos en hielo pero, entonces, ya no será agua…

17 comentarios:

Anónimo dijo...

El otro día estaba explicando el "cliffhanger" en clase y una alumna sesentona me dijo: "O sea, el gancho de toda la vida". Y no es que yo tenga preferencia por usar los términos anglosajones, pero le dije que no era exactamente eso. Me pareció que no era lo mismo por los siguientes motivos: a mí me da la sensación de que "cliffhanger" es lo que explicas en este artículo porque es una cosa que se corta a medias, que queda pendiente, que queda suspendida... Literalmente, la palabra viene que ni pintada.

Sin embargo, me da la sensación de que "gancho" es algo que incluyes justo en ese último momento con capacidad de atraer o de embaucar, como un cebo. La palabra "gancho" no me lleva a pensar en dejar una trama suspendida, un punto de giro a medias de presentar, etc… Me remite a un elemento que se introduce sólo con esa intención de que se mantenga la curiosidad en lugar de a la elección del momento en el que se decide acabar un capítulo para pasar al siguiente o una escena para irse a una trama paralela.

Puede ser un matiz tonto, pero para mí serían cosas ligeramente diferentes. Ya sé que "gancho" se utiliza para lo mismo que "cliffhanger" tal cual, sin matices, como has explicado, pero esa palabra me remite a otras cosas. O sea, que sé que no tengo razón, pero no puede gustarme la palabra porque me lleva a otro significado.

Eso sí: lo de llamar "Empire" a la anagnórisis no lo sabía y claro que me parece estúpido y no lo usaré jamás. Como ejemplo, de todas maneras, es bueno lo de Luke, aunque el otro día lo dije en una clase de alumnos jóvenes y había gente que no sabía lo que era; no ya que no hubiesen visto la película, sino que ni les sonaba la frasecita. Increíble.

Ayer me preguntaban los alumnos si estábamos en clase de guión o de psicología. Y les dije que estaba muy relacionado. Qué mejor demostración que todo lo que explicas aquí de la dopamina. Estas cosas sabemos que funcionan, pero no nos planteamos muy bien por qué y está muy bien conocer la causa biológica.

En este caso, siempre pensé que se debía únicamente a la curiosidad de la gente. Y en realidad nunca pensé que a nadie le gustasen los ganchos, sino todo lo contrario: los ganchos te molestan, te incomodan, te dan una rabia tremenda, le tirarías el mando al televisor… lo que sí tienen como ventaja para los productores y la cadena es que te obligan a ver lo siguiente para sentir ya ese placer del que hablas. Yo podría decir que odio los gancho, como la tal Teresa, pero lo cierto es que sí crean en mí el efecto deseado y la recompensa (pay off) a ese gancho sí me produce placer. Como dices más adelante: "más que un placer, es una necesidad".

En realidad, yo estoy con lo de la tendencia de percibir las cosas como enteras. Sé que es lo que me pasa a mí y que es el mismo motivo de que me molesten algunas estructuras demasiado abiertas o caóticas que a otros espectadores les molan más. Necesito que las cosas se cierren y que queden apañaditas para quedarme a gusto. Por eso, si una trama no se deja como cliffhanger, pero se olvida a mitad de una serie y luego no obtiene explicación, me jode —que será lo que pase, probablemente, con algunos de los elementos de "Perdidos", pues no lo pueden explicar todo por cuestiones de tiempo—.

Explicabas al principio que, si tras dejarte con el gancho, a la vuelta no es nada, todo el mundo lo percibe como un timo. Una serie de ahora mismo que lo hace mucho es "Flashforward": te deja enganchado y luego eso no lleva a ningún sitio y el ejemplo más notorio es el del capítulo en el que la lesbiana que debería estar embarazada en el futuro recibe un tiro en la tripa. Te quedas flipada pensando que no se van a cumplir los flashforwards y, nada más empezar el siguiente capítulo, la curan y santas pascuas.

Elperejil dijo...

Gracias por el extenso comentario.

Siempre asocié gancho a cliffhanger pues cuando comencé en esto nadie usaba la expresión cliffhanger y sí la otra (hablo de Galicia, que fue donde comencé; en Madrid no sé), aunque en tu caso, al estudiar en Estados Unidos supongo que enseguida te familiarizaste con la terminología anglosajona. Por eso siempre los vi como equivalentes... aunque quizá sea cierto que puede haber un matiz de diferencia, en cuyo caso sí sería útil mantener los dos términos.

Lo que me cuentas de esos chavales que desconocían el final de "El Imperio contraataca" es tremendo, más aún si van a un curso a aprender de cine y narrativa. Como les hables de Edipo, van a flipar...
Hace poco me sorprendió que una amiga, más joven, a la que le encanta la música, no tenía ni idea de quienes eran "Queen". Aparte de hacerme sentir como un ancianito contado batallitas, me dio la impresión de que hoy se sabe de lo actual, pero actual de hoy por la mañana, ni siquiera lo de hace unos años, que sentó las bases de lo actual, se conoce. Yo no soy contemporáneo a Hendrix, ni a Jethro O'Tull (por lo menos a sus grandes discos con la formación clásica) ni a la Credence... pero sabía quienes eran.

Es interesante apreciar la relaciones entre la psicología y el cine. No sé si tendrá mucha utilidad práctica (es más importante el gusto, la experiencia, el talento y el ingenio), pero nunca está de más.

Eso que comentas, de dejar un elemento que se abre sin cerrar y no volver luego sobre él, es algo que también me cabrea mucho. Es una abierta y descarada neglicencia por parte de los responsables de la serie o película (salvo que estemos en algo que va de eso, como algunas de las pelis de Lynch o cosas raras por el estilo). Y alguna vez me ha tocado tragar el sapo como guionista, al señalar que algo no se cerraba o que nos lo olvidábamos, y que los jefes te dijesen que daba igual, que a tirar para adelante que aquello era un rollo... en esos momentos me siento fatal, como si estuviese echando agua a la leche o algo así.

Uno de los ejemplos más ignominiosos de cerrar con un cliffhanger (o gancho) tremendo y volver a la nada, lo vi hace poco en una serie española. Unos tipos abrían el maletero del coche de un tipo que había desaparecido misteriosamente y se quedaban sorprendidos de lo que veían... y en el siguiente capítulo era una caja de herramientas muy chula; así, con dos cojones, y el coche y todo lo que acababan de descurbrir no llegaba a ningún lado y desaparecía del capítulo desde el primer momento. Era una comedia, sí, pero eso no quita que sea una trampa ignominiosa y cabreante.

He de reconocer que soy de los pocos tipos a los que le gusta flashforward, aunque he de reconocer que los personajes son un tanto planotes, sus conflictos pobres y esos cliffhangers, a veces, una verdadera chufa (aunque alguno luego se juega en serio). Parece que, después de 2500 años, muchos siguen sin tener claro eso de que los giros deben estar provocados por las acciones y decisiones de los personajes y tener consecuencias que cambien el tono y dirección de la narración (de positivo a negativo, y hacerla avanzar hacia una nueva "estancia"); en fin...

ÁdPV dijo...

Aquí otro seguidor de Flashforward, aunque he leído últimamente que han suspendido la grabación creo recordar que por algún motivo relacionado con la calidad de los guiones.
Perejil, cuando en tu respuesta a Navaja dices "descarada neglicencia" ¿es un error involuntario de mecanografía o es un híbrido negligencia-licencia creación tuya? Lo pregunto porque me gusta y me los incorporo a mi arsenal para calificar las "obras de arte" de mis alumnos.

Elperejil dijo...

La han suspendido, pero parece ser que la primera temporada se va a emitir entera; esperemos que sea así.

Respecto a lo de «neglicencia», jajaja, pues me temo que es lo que los biólogos evolutivos llamarían una mutación afortunada. Es por completo una errata, aunque he de reconocer que, gracias a tu apreciación, quedó simpática... Tienes todo el permiso para usarla, pues eres su legítimo descubridor.

Elperejil dijo...

Oh, y la serie la han suspendido momentáneamente (no quedaba claro) pero no está claro si la cadena seguirá con ella o no; supongo que dependerá de la audiencia y del resultado de esos últimos capítulos que están retocando.

Uralito dijo...

Oye, ya que habláis de Flashforward. Me entró curiosidad por verla al leer en la prensa algo así como que habían suspendido el rodaje para que los guionistas se lo currasen más. He visto los 4 primeros capítulos y no me han quedado ganas de seguir viendo más. La verdad es que no soy muy aficionado a las series de televisión, pero ahora, por ejemplo, estoy viendo la primera temporada de “Perdidos” y sí que le he pillado el gustillo; me parece muy superior en cuanto a guión a la anterior y, precisamente, ando un poco mosca con una trama que se dejó totalmente suspendida hará dos o tres capítulos (voy por el 16), y estoy a la espera, a ver qué pasa, porque me resultaría un cantazo que todo quedase ahí. Se trata del descubrimiento que hacen el cazador exparalítico y su joven compañero (el hermano seudoincestuoso) de una estructura de acero con una escotilla enterrada. Os pido que no me contéis la resolución, porque espero que esta subtrama continúe, pero ya me pareció bastante bestia dejar un detalle tan relevante así colgado, dos o tres capítulos, sin dar ninguna explicación.

Pero a lo que iba en realidad. En el capítulo 3 de Flasforward hay una historia que me parece un cantazo, ya no sólo para alguien que se detenga a analizar un poco los argumentos, sino para cualquier espectador en general. Se trata de la entrevista del protagonista con un exnazi internado en una prisión alemana. Supuestamente, este tipo ofrece revelar una información muy relevante sobre su “visión” a cambio de su puesta en libertad. Pues bien, primero da una versión de su flasforward que consiste en su llegada a los USA: en un aeropuerto lo atiende un empleado que poco después, una vez localizado por el FBI, confirma la versión del nazi. Pues bien, cuando el prota vuelve a la prisión y accede al trato propuesto para que el anciano le revele la parte de la información que había retenido para revelarla sólo en caso de que se accediese a sus pretensiones, el nazi cuenta otra visión distinta: desde su celda ve como el patio de la prisión está plagado de cuervos negros, o algo así...
¡¡Pero durante todo el desarrollo anterior de la serie se había repetido hasta la saciedad que el flasforward había durado algo así como un par de minutos más o menos!! Es decir, ¿cómo se explica que el tipo viese ambas cosas: una escena en el aeropuerto americano ya liberado de la cárcel, y otra todavía encerrado?
Esto me pareció todo un cantazo inexplicable y abusivo. ¿No os quedasteis con esto?

Saludos.

Elperejil dijo...

En Perdidos sí se sigue con la trama de la escotilla esa, aunque a un ritmillo un tanto pausadete. La segunda temporada, creo recordar, baja bastante el nivel, pero luego vuelve a recuperar en la tercera (aunque de forma irregular, pues hay capítulos buenos y otros flojos); eso sí, a la serie hay que engancharse y seguirla con cierto cariño, si no puede llegar a cabrear con las idas de olla que están por llegar.

Respecto a lo de flashforward, me pareció que lo que era el flashforward del nazi era lo de la aduana, y que lo de los pájaros es lo que vio desde la ventana de la cárcel cuando despertó de su flashforward, o sea, en el presente de la serie, no el futuro.

Eso sí, lo de los pájaros me pareció una tremenda gilipollez; ¡pues claro que si se quedan dormidos en el cielo y se caen se matan! ¿Y por decirles eso lo tienen que soltar? ¿Con esa artimaña engaña el nazi al FBI y al gobierno alemán? Coño, si es que parece un chite de Jaimito. Ridículo...

Menuda tontería... y lo peor es que luego sacan un dato medianamente interesante de eso de los pájaros... y que no lo usan para nada; lo tienen aparcado en plan, ya lo veremos más adelante. Eso sí que está mal, lo de dar un paso y descubrir algo y no seguir con eso, aparcarlo, con toda la cara del mundo, e irse a otra cosa para no agotar demasiado pronto esa línea. Y lo de no seguir con lo del nazi y dejarlo ahí, también tiene delito.

Reconozco que sigo la serie porque tiene cosas que me entretienen mucho (una karateka lesbiana es un buen motivo para seguir una serie... aunque se anula la gracia del personaje enseguida) pero hay otras que son, como bien dices, de juzgado de guardia.

Anónimo dijo...

En Chicago no estudié esto porque en esa escuela todo era cine no-narrativo. Pero supongo que lo habré leído en cualquier manual y no había leído lo de "gancho". Si la conociese desde hace tiempo como término guionístico, es verdad que me sonaría a esto, pero al escucharla como palabra del lenguaje popular, un gancho me suena más a los personajes de "Inocente, inocente" para que pique el famoso y a cosas de ese estilo. De hecho, si me dijesen qué definiría como gancho, así, sin saberlo, antes lo pondría en un elemento que se crea hacia el principio del guión para que luego ocurra algo, tipo un planting o así.

A Edipo también lo menciono en clase siempre, pero para explicar otra cosa. Eso sí, cuando lo menciono ya no es esperando que lo sepan, en plan: "O la mítica frase...", sino que lo explico entero y digo de dónde es. Pero también hay alumnos muy cultos que saben de todo.

"Flashforward" se tomará un descanso para que revisen los guiones y luego terminará la temporada, pero no la han renovado para que haya más. Incluso aunque hubiese sido buena o exitosa, tampoco tendría sentido hacer más de una temporada.

A mí de "Perdidos" la que me pareció peor fue la tercera. Aunque hace trampas en este sentido, es una de las series menos tramposas o decepcionantes. Sobre todo a partir de la temporada que digo, cuando también les dijeron a los guionistas que se lo tomasen en serio y acortasen un poquito.

Elperejil dijo...

Jaja, es cierto, lo de "gancho" también se aplica en los timos y bromas, al tipo conchavado... y eso me recuerda que conocí a uno de esos "ganchos" de "Inocente, inocente", jeje, el hijo de un famoso que trabajaba de guionista, y que me contó como se montaba todo ese tinglado desde dentro; muy interesante.

Es normal y prudente explicar en clase quien es Edipo, sobre todo si hay alumnos jóvenes, cierto; ir de que es algo "que deben saber todos" sería ser un tanto prepotente y eso está feo.

Me huele que la idea de "flashforward" sería continuar tras esta primera temporada con otras (a saber cómo, supongo que dejando cosas sin cerrar) pero tal y como les ha ido, estarán reescribiendo para cerrar la serie como si fuese una miniserie y no quedar tan abochornados por el fracaso.

Conozco a más gente que no soporta la tercera de "Perdidos", aunque a mí tuvo cosas que me gustaron (otras me parecieron de espanto, sí, y estiraron el chicle hasta límites inimaginables); eso sí, hay bastante acuerdo que a partir de la cuarta la cosa se centra y va tirando para adelante a base de, lo que un amigo mío llama, una sucesión interminable de primeros actos (para crear nuevo suspense, supongo).

Por cierto, el JJ ya dijo que no se iban a cerrar todas las cosas que quedaron abiertas a lo largo de la serie, jaja, no me extraña... supongo que hay idas de olla que ya no son capacer de manejar.

Sobre lo del gancho como elemento que se sitúa al inicio para que luego ocurra algo con él, el "planting" que dices, me parece que es lo que se suele llamar "anticipación" (la escopeta de Chejov, vamos) aunque no estoy seguro si te refieres a otra cosa. Sobre ese tema precisamente va el siguiente post... y en él parto de algo que me ocurrió contigo y de lo que no eres consciente... jajaja... toma cliffhanger ;)

Uralito dijo...

Tienes toda la razón. He revisado la escena de marras de Flashforward y es como dices: el nazi relata lo que vio cuando se despertó. He metido bien la patilla, je, je...
En mi descargo podría alegar que a esas alturas de la serie quizá no prestaba tanta atención debido a lo que me parecía una trama sumamente dispersa y farragosa. Es decir, es probable que como la cosa ya comenzaba a parecerme un despropósito estuviese más receptivo a la hora de detectar (o inventar) posibles errores dramáticos, lo que no dejar de tener relación con el tema de tu artículo (bueno, creo que se dice “post”, pero me suena un poco raro usar ese término...): sería una construcción, digamos, “gestáltica”, invertida... o algo así, supongo. La predisposición a buscar patrones opera en este caso en contra y no a favor de la narración. Como ya había catalogado la deriva argumental como un tanto disparatada, sólo tenía “ojos” para encontrar aún más fallos, así que me inventé uno (bueno, más bien, fue mi cerebro, creo), je, je... o simplemente di crédito a una primera impresión superficial, sin tomarme la molestia de comprobrarla.

En fin, y ya puestos a rectificar, voy a tocar un poco las narices al autor de este tan interesante blog en el que no ceso de aprender cosas.
Creo que la equivalencia que estableces entre el uso del término “mythos” en Aristóteles y lo que se conoce como giros de guión, no es del todo acertada. No tengo a mano ninguna edición bilingüe, pero apostaría a que en la cita siguiente:

“Dos partes de la fábula, entonces, la peripecia y el reconocimiento (10) representan tales incidentes como éstos. Una tercera parte es el sufrimiento, que podemos definir como una acción de naturaleza destructiva o patética, así los asesinatos en la escena, torturas, heridas, etc.”

... el término “fábula” es la traducción de mythos. De igual modo, en esta otra cita:

“Después de haber distinguido las partes, ahora vamos a considerar la construcción
adecuada de la fábula o argumento, en cuanto ésta es sin duda lo primero y lo más
importante en la tragedia.”

Es decir, el griego “mythos” tenía un significado amplio que podríamos traducir por relato, fábula, argumento, etc., pero no el significado más técnico que le atribuyes. Efectivamente, las anagnórisis y peripecias de la tragedia son lo que ahora se conoce en la jerga especializada como puntos de giro, pero ambos formaban parte del desarrollo del “mythos” o argumento principal.

Vamos, esto es lo que creo que es. Con una edición bilingüe, como la de Gredos, sería fácil comprobarlo.

Saludos.

Elperejil dijo...

Teniendo en cuenta que lo de los pájaros era un chorrada tan monumental no me extraña que la considerases como parte de un fallo aún más gordo... de hecho, cuando lo contaste, me hiciste dudar, porque tampoco me habría extrañado tanto una cagada tan gorda en ese episodio (que es de los peores de la serie).

Y respecto a lo de "mythos", pues gracias por la corrección, pues tienes toda la razón.
Así que corrijo inmediatamente el texto del post indicando que lean tu comentario para más información, pues lo expones perfectamente (y las citas están muy bien tomadas).

Lola Mariné dijo...

Pues me gusta más "gancho" que ese palabro tan raro. Al final acabaremos todos hablando inglés...

Eso del gancho es lo que convierte tambien una novela en un best seller: decía Ken Follet que una novela ha de tener un conflicto tras otro para que "enganche"; apenas se resuelve uno, se inicia otro.
Saludos.

Elperejil dijo...

Efectivamente, una de las claves de los bestsellers actaules es ese continuo encadenamiento de ganchos y giros, por absurdos o superficiales que sean, que mantienen al lector muy entretenido, aunque luego no dejan ningún poso en él.

Afortunadamente también hay obras con continuos giros y ganchos, buenos personajes y gran calidad literaria, con las que disfrutar de la buena literatura y pasárselo en grande con su emocionante lectura... desde los grandes clásicos como "La isla del tesoro" a cosas más modernas como "En busca de Klingsor" (sin ser redonda, es muy buena y entretenida).

Unknown dijo...

Todo un hallazgo. Qué pedazo de blog! Por muchas razones:
Yo también estoy licenciado en psicologia y precisamente la rama de Neuropsicologia es la mia!
Actualmente estoy cursando un master sobre cine. Narrativa, producció y realización.
También considero que la psicologia puede aportar muy mucho al cine.
Y aqui estoy! En este momento topándome con un alma gemela! Un placer caballero!

Justamente estos dias estoy escribiendo un artículo, para un trabajo del master y obviamente voy a unir psicologia y cine. Tengo que explotar esos conocimientos que me han dado en la carrera!

Bueno, sólo decir que es un placer haber hallado este blog y que me voy a hacer seguidor "ipso facto"!

Un saludo compañero!

Elperejil dijo...

Encantado de tenerte por aquí, Gabriel, y espero tus comentarios que seguro que aportarán mucho a este blog.

Sí que seguimos pasos semejantes, por lo que veo. En la carrera mis asignaturas favoritas eran las relacionadas con la neuropsigología (estuve en un laboratorio de psicobiología un tiempo, con una máquina de potenciales evocados; y luego hice las prácticas en una Unidad de Salud Mental), y tras licenciarme cursé estudios de cine y televisión... que es al mundo al que he acabado dedicándome profesionalmente.
También estoy encantado de haber encotrado otra alma gemela. Un saludo!!! :)

Unknown dijo...

Ok! Yo seguí todo el itinerario académico de psicobiología y neuropsicologia en la Universidad de La Laguna, en Tenerife. Trabajé durante un año, en el practicum de Neuropsicologia como evaluador y terapeuta. Después estuve ejerciendo un año a nivel privado como neuropsicólog clínico. Qué pasó después? Descubrí el cine. Desde entonces me he enfocado hacia él y ahora estoy en pleno desarrollo de esta profesión cursando un máster.. Es increíble conocer a alguien tan similar! Y ver que es posible desarrollar esta vertiente y ganarse la vida con ello!.. Se me nota el entusiasmo eh!? :P Esa es la cosa, en la carrera la pasión y el entusiasmo no eran cualidades y competencias relevantes para un psicólogo.. El cine!.. ese mundo.
Un saludo!

Elperejil dijo...

Es posible... pero no es fácil. Requiere suerte, esfuerzo, talento y buen talante (es importante llevarse bien con la gente; parece una chorrada, pero es así). Así que ánimo y mucha suerte en este camino que empiezas.