viernes, 26 de marzo de 2010

Los cuatro grandes de Hollywood (III) — Bernard Herrmann

El tercero de la lista de Copland, en 1934, aún con 23 años y 7 antes de su debut cinematográfico, entraba a trabajar en la gran cadena de radio CBS, para componer sintonías para las noticias y demás programas de esa radio.
Allí conocerá a un joven director y actor de teatro con quien enseguida hará buenas migas, comenzando a componer las melodías que acompañaban las emisiones radiadas de las representaciones de su «Mercury Theatre on the air». Se trataba de Orson Welles. Y entre ambos, en 1938, planearon un programa especial que, imitando el estilo de esos noticiarios en los que ya había trabajado Hermann, adaptase la novela «La guerra de los mundos», de H.G. Wells. Esa emisión radiofónica resultó revolucionaria, tanto por su considerable resultado artístico como por la oleada de pánico que desató a lo largo de todo Estados Unidos, pues muchos oyentes, al incorporarse a media historia, creyeron que la cosa iba en serio.

La fama de Orson Welles, a raíz de esto, subió como la espuma, y eso le facilitó el salto a Hollywood. Y con él se llevó a su músico favorito, Bernard Herrmann.

En 1941 ambos se estrenaron en las pantallas con «Ciudadano Kane» y ambas, película y banda sonora, desde entonces, se han considerado todo un hito dentro de la historia del cine. La película resultó innovadora por su estructura, por el uso de la profundidad de campo, por el uso de la perspectiva sonora, por su estilo expresionista y por muchas otras cosas que ya comenzaban a definir el estilo de Orson Welles. Y su banda sonora, igualmente rompedora, con orquestaciones nunca vistas, mezclando instrumentos de forma inusual o incorporando otros que casi nunca se usaban y el personal estilo de Hermann, lleno de repeticiones rítmicas y sutiles disonancias, le vino como anillo al dedo. Imposible pensar en la película sin su música.

Aquí podemos ver el arranque de la película. En él Herrmann, que se había formado en la radio, donde se contrataba a cada músico por sesión, no se limita al uso de la orquesta normal del estudio, sino que, para la grabación de esta escena en concreto, contrató a un número extra de flautas graves para conseguir que la melodía tuviese ese tono tan profundo y tétrico, casi fantasmagórico, que hace que sintamos las imágenes de otra forma. Jamás en Hollywood se había hecho algo así, jugar con los límites y composición de la orquesta… algo que en seguida fue imitado por muchos otros músicos.



Pero quizá esta sea la melodía más popular que podemos asociar con Ciudadano Kane, la que suena, brevemente, al principio de esta escena e ilustra el ascenso del periódico y la carrera de Kane. Es estilo es completamente diferente del comienzo. Aquí hay vida, velocidad, alegría. Y ya podemos intuir su peculiar uso del «ostinato», ese juego de repeticiones de la frase musical principal, a veces sin apenas variación, tan del gusto de Herrmann, y que sería una de sus grandes marcas de autoría.



La fama de Bernard Herrmann ya se extendió por Hollywood antes de que la película estuviese acabada, y enseguida le surgieron nuevos encargos. De hecho, en 1941, el mismo año en que se estrenó «Ciudadano Kane», se estrenó otra película cuya banda sonora había compuesto «El hombre que vendió su alma» («The Devil and Daniel Webster», de William Dieterle, también titulada «All the Money can buy»).

Y si fue John Ford quien arrebató el Oscar a Orson Welles y su «Ciudadano Kane» con «Qué verde era mi valle» (cosa que a Orson Welles nunca le pareció mal, pues adoraba esa película y a Ford), fue Bernard Hermann quien se arrebató a sí mismo el Oscar que habría merecido por «Ciudadano Kane» al ganarlo por su otra película. ¿Se puede tener un mejor debut?

Aquí podéis escuchar el principio de esa película de Dieterle, con la que Herrmann se ganó a sí mismo… y sería difícil hablar de injusticia, porque es un arranque precioso e inspirado, con una melodía que, siendo agradable y pegadiza desde el principio, no deja de ser muy compleja, con una orquestación muy peculiar y constantes cambios de ritmo y de tono.



Estos dos directores con los que acababa de trabajar, Welles y Dieterle, fueron siempre muy queridos y respetados por Hermann, pues eran dos grandes melómanos y entendían muchísimo de música, por lo que les dejaba, a veces, participar en la banda sonora. Sin embargo no fue así con casi ningún otro, pues exigía un control absoluto de la partitura y de su inserción en la película.

A partir de 1955, comenzó una estrecha y fructífera colaboración con Alfred Hitchcock, quien dejó en manos de Herrmann la música de varias de sus películas más famosas, siendo una de esas grandes parejas de director y músico que nos ha dado el cine (como Spielberg y Williams, Hisaishi y Miyazaki, Wilder y Rozsa o Donaggio y DePalma, por citar unas pocas), en las que la música y el estilo visual se complementan de forma tan profunda que no es posible imaginarlos de otra forma.

De hecho, Hitchcock llegó a confiar tan plenamente en él que le dejó todo el diseño sonoro de «Los pájaros», donde no hay ni una sólo nota de música instrumental, a Herrmann, que lo creó a base de grabar pájaros y de reproducidos electrónicamente.

Sin embargo, con la composición de «Cortina Rasgada», que Hitchcock quería que tuviese un componente de música pop, llegó el fin de la colaboración cuando no llegaron a un entendimiento. La discusión fue muy agria y todos esos años de colaboración se fueron al garete cuando el director británico le insinuó al músico que, sin él, no sería nadie. Herrmann, con razón, le dijo que ya tenía una gran carrera antes de conocerte y que la seguiré teniendo después…

Y así fue, pues continuó trabajando con Truffaut, Scorsese, Brian de Palma, Harryhausen, Roy Boulting… entre otros. Murió en 1975, cuando acababa de completar su última composición para el cine. Y son pocos, muy pocos, los compositores que pueden presumir de haber debutado poniendo la música de una película que cambió el cine de entonces, «Ciudadano Kane», y de haberse despedido con otra que también cambiaría el cine de ese nuevo momento: «Taxi Driver», de Martin Scorsese.

Aquí podemos escuchar su obertura, en la que Herrmann combina lo tenebroso con lo lírico, incorporando elementos de la música del momento y nada propios de una orquesta, como el saxofón y la batería con escobillas, ambos plenamente integrados en la orquesta, como dos instrumentos más.

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