martes, 7 de diciembre de 2010

Brian Easdale y «los Arqueros»; primer Oscar para la música británica

Aunque la mayor parte de la producción musical de Brian Easdale está centrada en la ópera y la música coral e instrumental, para el cinéfilo británico su nombre va asociado de forma casi inseparable a Los Arqueros, que es como se conoció a la asociación formada por Michael Powell y Emeric Pressburger durante los años 40 y buena parte de los 50.

Los Arqueros
Powell y Pressburger se conocieron durante la guerra, cuando el Ministerio de Información les convocó para que empleasen sus habilidades artísticas en la realización de películas de propaganda. Su segunda colaboración, «Paralelo 49», resultó crucial para ambos, no tanto por el Oscar que ganó Pressburger por su guión como porque tuvo un enorme éxito y eso les posibilitó formar su propia productora. Así podrían tener el absoluto control creativo y artístico, además de obtener un mayor beneficio económico por su trabajo.
Su siguiente película de propaganda ya vino firmada por «The Archers Film Company», que enseguida se hizo famosa por su logotipo con forma de diana y les dio el sobrenombre de Los Arqueros. Pressburger solía encargarse de las tareas de guión, Powell de las de dirección, y ambos compartían los trabajos de producción, casting, decorados… Un equipo que, pese a esa delimitación inicial, siempre compartían sus puntos de vista y buscaban la mejor solución narrativa posible. En entrevistas posteriores los dos siempre insistieron en que la paternidad artística de sus películas era conjunta y que sería injusto dar más mérito a uno u otro porque fuese guionista o director.

Los Arqueros comenzaron con thrillers e historias bélicas de propaganda, para ir evolucionando hacia dramas más intensos y profundos. Durante los 40 y buena parte de los 50 sus películas fueron sinónimo de elegancia, prestigio y éxito, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos. Era normal ver sus películas compitiendo por los Oscar y ganando alguno.

A finales de los 50 el éxito dejó de acompañarles, la empresa comenzó a tener pérdidas y tuvieron que cerrarla. Los Arqueros comenzaron a buscar trabajo por separado, Pressburger como guionista y Powell como director. Esto no supuso un enfrentamiento o un distanciamiento personal, pues ambos siguieron siendo grandes amigos durante el resto de sus vidas e incluso volvieron a colaborar alguna otra vez.

Brian Easdale
Brian Easdale fue un niño prodigio y con 17 años ya había escrito su primera ópera, «Rapunzel». Al igual que Britten, poco antes de la guerra fue contratado por el servicio cinematográfico del General Post Office para componer la música de algunos de sus vídeos institucionales. Ahí tomó contacto con el cine.
Durante la guerra el Ministerio de Información le envió a la India donde, como parte de la Oficina de Relaciones Públicas, compuso música para películas de propaganda centradas en ese subcontinente. Tras la guerra aún pasó unos años en la India y no fue hasta finales de los 40 cuando regresó a Inglaterra con la idea de continuar con su música orquestal y sus óperas.

Pressburger y Powell estaban en la cima de sus carreras, muy involucrados en su nueva producción, «Narciso Negro», un drama ambientado en la India. Allan Gray (de quién hablaré en breve) ya les había compuesto una banda sonora, pero no les convencía mucho. Entonces supieron de un prometedor compositor que acababa de regresar de la India y tenía algo de experiencia en música para el cine. Quizá ese autor pudiese darles el toque oriental que necesitaban para la música de su película.

El trabajo de Brian Easdale les convenció de tal manera que se convirtió en su músico de cabecera a partir de entonces. Incluso cuando Los Arqueros dejaron de existir y Powell continuó con su carrera como director en solitario, siguió contando con la colaboración de Easdale para casi todas sus películas.

Easdale, por su parte, centró sus trabajos para el cine, con muy pocas excepciones (como sus trabajos para George More O'Ferrall o Carol Reed) en las películas realizadas por Los Arqueros y, luego, Michael Powell en solitario. El resto de su producción musical la dedicó a la música orquestal y la ópera.

Las zapatillas rojas
La más célebre de todas las colaboraciones entre Easdale y Los Arqueros es «Las zapatillas rojas», película con la que Brian Easdale conseguiría el primer Oscar otorgado a un músico británico.
Esta película está inspirada en un relato homónimo de Andersen en el que se nos cuenta la historia de una niña muy pobre a la que un misterioso buhonero regala unas zapatillas rojas. En cuanto se las pone comienza a bailar de forma imparable. Al principio todo es diversión y a la gente le alegra ver a esa pequeñuela bailar tan bien. Pero las zapatillas no paran y lo que había comenzado como algo bello y divertido se convierte en una tortura para ella y en algo aterrador para los del pueblo. La niña intenta sacárselas pero no puede y ni siquiera es capaz de dormir. Sus amigos le dan de lado, los demás niños se meten con ella y los adultos consideran sus padecimientos fruto de un castigo divino. Desesperada, la niña se corta los pies. Mientras agoniza con sus muñones ve como las zapatillas, con sus pies dentro, siguen bailando para horror de todo el mundo.

La película trata sobre el montaje de un espectáculo de ballet inspirado en ese cuento de Andersen, que funciona como metáfora del difícil compromiso entre el arte y la vida. La protagonista es Vicky, una prometedora bailarina que es descubierta por un coreógrafo ruso (trasunto del buhonero del cuento) que la elige para protagonizar ese ballet. La bailarina, a partir de ahí, se debatirá entre dos relaciones: el coreógrafo, que le exige cada vez más y la trata de forma despiadada —pero que también es capaz de sacar lo mejor de ella como artista—, y el compositor, un buen hombre al que ama y le aporta estabilidad y paz. La vida frente al arte. La felicidad frente a la obsesión.

Una vez Vicky se calza las zapatillas rojas y ve hasta donde es capaz de llegar, igual que en el cuento, ya no es capaz de sacárselas. Conquistará el mundo de la danza y expresará todo su potencial… a costa de su completa autodestrucción.

«Las zapatillas rojas» (una de las películas favoritas de mi madre, por cierto) es la gran película sobre el mundo de la danza clásica. Está unánimemente considerada una obra maestra, compleja y bellísima, y recientemente ha sido seleccionada entre las 10 mejores películas británicas de la historia. Y en ello, aparte del buen hacer de Emeric y Pressburger, tiene mucho que ver la extraordinaria partitura de Brian Easdale.

El compositor se enfrentó a un reto doble. Por un lado tenía que crear la banda sonora de la película, la música incidental que acompañase a la trama, y, por otro, un gran ballet sobre el cuento de Andersen. Esa pieza sería central en la película y de su credibilidad dependería la de toda la historia.

Si Easdale ganó el Oscar es, en buena parte, debido a su composición para ese ballet. Se interpreta íntegra en la película, en una impresionante secuencia de ballet de más de 15 minutos que no tiene igual en la historia del cine. En ella se parte del teatro y, según avanza la música y la danza, el escenario se expande y se hace irreal y fantástico pero, sin dejar nunca de ser las tablas de un teatro. El movimiento y el colorido no paran de sucederse, y el montaje resulta extraordinariamente vivo para la época, reforzando siempre el baile y permitiendo el lucimiento de la bailarina, no ahogándolo con una fragmentación excesiva como pasa tan a menudo en la actualidad.

Solo el rodaje de esa escena llevó seis semanas, empleó un cuerpo de danza de 53 bailarines y más de 120 forillos diseñados por el pintor y escenógrafo alemán Hein Heckroth. La iluminación fue cuidadísima e incluso se emplearon efectos especiales en ciertos momentos para darle una mayor sensación de magia. Realmente nos sentimos arrastrados con Vicky a ese ballet y lo vivimos con ella, comprendiendo lo árido y pobre que resulta el mundo a su regreso.

Martin Scorsese, gran admirador de Michael Powell, considera que, junto a «El río» de Renoir, esta es la película en la que se hace un mejor uso del color. Y, dentro de ella, esta escena es la joya de la corona.

La música de Easdale está a la altura de la imagen y de la interpretación de la bailarina Moira Shearer. Es una composición de gran belleza que se organiza a partir del juguetón leitmotiv de las zapatillas rojas con que se abre la pieza.

La ilustración musical del momento en que Vicky se pone las zapatillas rojas por primera vez y comienza a danzar es realmente prodigiosa. Primero viene la tentación, esa sencilla y bonita llamada que hacen las zapatillas rojas con su melodía. En cuanto ella se las calza aparece el sonido de toda la orquesta y se despliega toda la fuerza de la música y la danza, una melodía animada y veloz, grandiosa, bella y que, poco a poco, sin que casi nos vayamos dando cuenta, se va haciendo más obsesiva, oscura y dramática. Un verdadero prodigio de composición que, en unión a las imágenes, crea la narración.

Con justicia merece figurar entre las mejores piezas de la historia de la música de cine. Aquí lo podéis escuchar a partir del minuto 2:45 y seguramente os sonará. Y, sino, lo disfrutaréis por primera vez. Imprescindible.



Ese año, 1948, en los Oscar, aunque Steiner, Friedhofer y Alfred Newmann también estaban nominados, la verdadera competición se dio entre esta banda sonora y la de Hamlet de William Walton. Otra obra maestra de la música de cine británica y también de mis bandas sonoras favoritas. Difícil elección, pero en absoluto puedo considerar que el resultado haya sido injusto.


Otras bandas sonoras
Solo con esta banda sonora llegaría para que Easdale anotase su nombre con letras de oro en la historia de la música de cine, pero el resto de sus composiciones tampoco son nada desdeñables: «Narciso Negro», «La batalla del Río de la Plata», «La Pimpinela Escarlata» «The Small Black Room» o «El viaje de Magallanes», por citar unas cuantas, son todas ellas interesantísimas.

Años después volvería a reunirse con Michael Powell y Moira Shearer para crear el acompañamiento musical de «El fotógrafo del pánico» (con la colaboración de la compositora Angela Morley en las piezas de percusión), película que supuso el triste fin de la carrera de Michael Powell. La crítica la destrozó y a la mayoría del público le incomodaron sus perturbadoras imágenes.

Pero al contrario, Martin Scorsese se quedó impresionado. Ha llegado a decir que, junto a «Ocho y Medio» de Fellini, esta era la película que más le había influido como director. Por ello se esforzó por restaurarla y reestrenarla, consiguiendo que la actual crítica la ponga en su justo lugar: una obra maestra del cine de terror que se adelantó a su tiempo.

Aquí (obviemos el doblaje al alemán y escuchemos solo la primera mitad, con esa misteriosa música de piano) podemos ver como Easdale también sabía alejarse del clasicismo y jugar con las disonancias y la música moderna para crear una melodía extraña que hiciese aún más perturbadoras las imágenes.

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