viernes, 16 de octubre de 2009

Georges Auric, uno de «Los Seis»

En 1917 un grupo de jóvenes músicos se reunión en el taller del pintor Emile Lejeune, en Montparnasse, y tras largas charlas decidieron por una parte dejar de interpretar la música de otros para componer la propia, y por otra buscar nuevas formas de expresión, alejadas del tanto del grandilocuente romanticismo Wagneriano como del impresionismo de Debussy y Ravel —centrado en crear atmósferas en lugar de emociones—, y sumarse así a los movimientos de vanguardia artística que surgía por toda Europa.

Satie los denominó los «Nuevos Jóvenes» y, posteriormente, el crítico musical Henri Collet, en 1920, les puso el epíteto de «Los Seis», en parte inspirado por «Los Cinco” rusos.



Esos seis eran Louis Durey, Francis Poulenc, Germaine Tailleferre —la única mujer—, Darius Milhaud, Arthur Honegger y Georges Auric.

A ese número se podrían añadir otros músicos como Erik Satie, que muy pronto abandonó el grupo por desavenencias creativas, Pierre Menu, que murió demasiado joven, Alexis Roland-Manuel, quien quizá era demasiado amigo de Ravel, o Henri Cliquet-Pleyel, que se fue con Satie y formó con él un grupo aparte, entre otros.

Aunque cada uno de «Los Seis» tenía su estilo y exploró las vanguardias por sus propios caminos y, de hecho, como grupo cohesionado duraron bien poco, resulta interesante que cuatro de ellos —los cuatro que cité en último lugar— probasen a experimentar con ese nuevo invento que causaba furor en todo el mundo: el cine.

Compusieron numerosas bandas sonoras, incorporando en ellas muchos de los rasgos de estilo propios de la vanguardia y de su grupo: disonancias, atmósferas sofisticadas que se contraponían a melodías secas y entrecortadas, la búsqueda de inspiración en la ciudad y el día a día del mundo contemporáneo, los instrumentos y melodías de «music-hall» o de las nacientes subculturas urbanas, etc.

No fue una experimentación tan violenta o rupturista como la que vendría después, con las vanguardias de postguerra, pero sí aportó nuevos elementos y sonoridades a la música contemporánea y, en concreto, a la música de cine.



Del grupo de «Los Seis» el compositor que llegó a alcanzar más fama y popularidad fue Georges Auric, aquí retratado por Joan Miró. Aparte de numerosas piezas de música de cámara y orquestal, ballets, óperas, música incidental para teatro y composiciones para piano, compuso numerosas bandas sonoras, que fueron las que mejor le dieron a conocer entre el gran público. En concreto, una de las canciones que compuso para el «Moulin Rouge» de John Huston, se convirtió en una de las tonadillas más populares de su tiempo.

De entre las cosas que he encontrado de él en la red me quedo con la siguiente, fruto de una de sus colaboraciones con su gran amigo Jean Cocteau —ideólogo y cofundador, no músico, del grupo de «Los Seis»—, una de esas escenas que se suelen llamar «seminales», por la cantidad de escenas posteriores en cine, televisión y publicidad que han inspirado.

Es el momento de «La Bella y la Bestia» en que Bella, tras dejar atrás su prosaico pueblo, llega al castillo embrujado de la Bestia y, gracias a la escenografía y la dirección de Cocteau y a la música de Auric, se nos lleva a un limbo a medio camino entre nuestro mundo y el de los sueños.

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